La nota publicada en Diario El Mundo de España a Pepe Mujica. Sus polémicas pero sinceras declaraciones.
Cómo el líder jubilado de un país pequeñose convirtió en un icono global. Los jóvenes inundan sus charlas, en Moscú venden matrioskas con su imagen, Ricky Martin y Sean Penn le visitan…
El uruguayo nos revela su secreto: «Soy el único que habla de la felicidad»
Cuando a José Mujica lo invitaron a dar una conferencia en Oxford este verano, su cabeza hizo crac. La más antigua universidad de habla inglesa, esa que cobra decenas de miles de euros de matrícula a sus alumnos y en cuyos salones han disertado desde Margaret Thatcher hasta Stephen Hawking, reclamaba los servicios de este viejo de 81 años, formado en un colegio público en Montevideo y que pregona las bondades de la vida austera. Y él, confiesa ahora a PAPEL en su minúsculo despacho, se sentía «sapo de otro pozo».
Y eso que la de Oxford no era su primera conferencia de alto nivel. Desde marzo de 2015, cuando dejó la presidencia uruguaya, el Pepe convoca multitudes por doquier. Arrasa en Latinoamérica, en Europa e incluso en Japón, donde esta primavera arremolinó a miles de jóvenes en una charla. Pero la petición de la universidad británica fue la señal de que, ya octogenario, Mujica se ha convertido en un líder mundial que, sin abandonar su discurso de izquierdas, trasciende las fronteras ideológicas. Es Mujica, la superestrella.
En la Plaza Roja de Moscú se venden matrioskas con su figura. En Tokio, los pescaderos del mercado de Tsukiji lloraban al verlo y se desesperaban por tocarlo. Cuando recorría las ruinas de Efesos en Turquía, una joven se le acercó y le regaló un poema dedicado a él…. Y también las celebrities se han rendido a su figura: Coldplay se inspira en él para sus letras, Aerosmith le regaló una guitarra, el cineasta Emir Kusturika prepara un documental sobre su figura, El último héroe… Y la lista de visitantes a su oficina de senador incluye a Sean Penn, Ricky Martin, Calle 13, Maná…
¿Por qué José Mujica? Quizá sea por las medidas que adoptó en su mandato como la despenalización del aborto o poner el mercado del cannabis en manos del Estado. Quizá porque siempre dice lo que piensa, sin filtro, como cuando dijo que en la FIFA «son una manga de viejos hijos de puta» o que la ex presidenta argentina Cristina Kirchner es «una vieja terca peor que el tuerto». O quizá por su vida austera y su mensaje de que la felicidad está en lo más simple. Su ejemplo contrasta con los incontables casos de corrupción que estallan en todo el planeta. Así, muchos le perciben como una excepción: el político honesto que no existe en otros países.
O quizá sea todo a la vez. Es ese combo, que Mujica lee a la perfección, el que ha forjado un fenómeno global, similar al de las mayores figuras del deporte o la música.
Hace un año que Mujica se quitó la presión de la banda presidencial y se convirtió en un filósofo contemporáneo vestido de vaqueros, camisa, suéter y zapatos. En su despacho de senador, de unos cuatro metros cuadrados, mira fotos históricas de Siberia y se entusiasma como un niño. A su izquierda la foto de Lucía, su esposa, entre flores amarillas resalta en una estantería repleta de estatuillas. El Quijote sin su Sancho Panza asoma detrás de su silla y algunos cuadros: un retrato del día en que se convirtió en presidente y otro de su compañero guerrillero el Bebe Raúl Sendic.
El 20 de junio de 2012, José Mujica rompió todos los esquemas. Aquella tarde este líder bajito y barrigón subió al estrado en la cumbre de presidentes sobre cambio climático en Río de Janeiro (Brasil), cogió su discurso, unas gafas que jamás llegó a colocarse y, durante diez minutos y siete segundos, habló sobre su tema predilecto: la felicidad. Lanzó preguntas incómodas: ¿Estamos gobernando el mercado o el mercado nos gobierna a nosotros? Y dijo que pobre no es quien tiene poco, sino quien necesita cada vez más.
En pocos días, sus palabras acumularon más de un millón de clics en YouTube. Su discurso se convirtió en libro infantil en Japón y vendió más de 200.000 ejemplares. Los principales medios del mundo le pidieron entrevistas. Querían conocer quién era ese viejo y se encontraron con una historia de película. Un presidente atípico que habla de la austeridad y cuya chacra [vivienda rural] está en Rincón del Cerro, un barrio pobre en las afueras de Montevideo donde abunda el verde y los caminos de tierra. Su casa tiene tres cuartos y una sola televisión, que está en su dormitorio.
Desde fuera se puede ver colgada su ropa y la de su esposa, la senadora Lucía Topolansky, secándose al sol. Tiene tres tractores con los que trabaja la tierra, dos Volkswagen escarabajos celestes y una bicicleta Peugeot, la misma que usaba de adolescente. No tiene servicio y, como presidente, donó el 90% de sus 10.000 dólares de salario mensual para construir casas para los pobres. El matrimonio cocina, limpia la casa y malcría a Manuela, su perra de tres patas. Así vive desde que salió de prisión en 1985 tras su etapa de guerrillero, así lo hizo durante su mandato presidencial y así lo sigue haciendo ahora.
-Liviano de equipaje para ser más libre-, repite una y otra vez.
Para los expertos, la clave de su éxito está en esa coherencia. «Lo que dice Mujica lo han dicho antes otros líderes: el secreto está en su estilo de vida», dice Richard Danta, máster en Comunicación y docente de la Universidad Católica de Uruguay. «Al vivir así y mantener coherencia entre dichos y hechos, da credibilidad a su discurso».
Lo mismo piensa el periodista Andrés Danza, autor junto a Ernesto Tulbovitz de la biografía Una oveja negra al poder, que ha vendido casi 200.000 ejemplares en todo el mundo. Ambos visitaron recientemente Turquía y Japón para presentar el libro y viviieron de primera mano la euforia que genera el Pepe, especialmente entre los jóvenes, hasta el punto de que en la Universidad de Tokio tuvieron que colocar pantallas gigantes para seguir su conferencia porque la sala estaba llena. «En momentos de descreimiento político, Mujica es un mito para ellos», dice Danza. «Con el uso de la tecnología, los jóvenes lo convirtieron en un fenómeno mundial».
Mujica elige hablar a la juventud. Es en ellos donde pone sus esperanzas de cambio hacia una sociedad que abandone el consumismo. Por eso, cada vez que viaja a una ciudad, la universidad es una parada obligatoria.
Sus ideas son hijas de su historia. Años en soledad dando vueltas en su cabeza. En los años 60 se propuso cambiar su país a través de las armas. Fue uno de los líderes del Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros, una agrupación guerrillera que, según Mujica, «buscaba construir una organización clandestina que fuera un brazo armado de la izquierda y le sirviera al pueblo uruguayo para cuando llegara la dictadura militar». El golpe de Estado ocurrió el 27 de junio de 1973. Por aquel entonces el ex presidente ya estaba preso.
Su alias en la clandestinidad era comandante Facundo y, en marzo de 1970, preparaba su próximo golpe a una empresa financiera. Estaba con sus compañeros en el Vía Bar, alguien alertó a la Policía, hubo un tiroteo y Mujica terminó en la cárcel con seis balazos. Se escapó al año y volvió a ser detenido. Esta vez no era un preso más: era uno de los llamados «rehenes» de la dictadura y así permaneció entre el 10 de agosto de 1972 y el 14 de mayo de 1985. Pasó más de una década aislado en una celda, sin leer durante siete años, comiendo moscas, hablando con las hormigas y coqueteando con la locura.
Su amigo y ex tupamaro Mauricio Rosencof recuerda en el documental Yo Pepe, el Mujica que no conocías que un fin de año brindaron con su propia orina. «Era un champagne exquisito», dijo. Mujica también rememora en el documental su «lucha reivindicativa más grande»: «La lucha por mear. Armé tanto escándalo que un día me tiraron una escupidera. ¡La guardé como un trofeo, hermano!».
Y se la llevó al salir de la cárcel.
Aquella experiencia le marcó su forma de ver la vida: «La noche que me ponían un colchón para dormir estaba contento. Si no me tocaba eso capaz que tenía otra manera de pensar. Ahí aprendí que o lográs ser feliz con poco, porque la felicidad está dentro de ti, o no lográs nada».
Volvió a la libertad y en los siguientes 25 años fue diputado, senador, ministro y presidente electo en 2009. Hoy goza de un 48% de popularidad entre los uruguayos. Pero otro 40% le tiene antipatía. Su gestión ha sido cuestionada por la poca efectividad y la falta de resultados. Saltaron casos con tintes de corrupciónvinculados al cierre de la aerolínea de bandera local -que lo llevará ante un juez como testigo- y las pérdidas millonarias en la petrolera estatal mancharon su mandato. La educación, el principal objetivo de Mujica, no mejoró y la inseguridad creció.
Pero nada de esto afectó su imagen internacional. Para Danza el rechazo en Uruguay se da por «disputas locales» y por su ideología. Lo asocian a su partido político, el Frente Amplio, y evalúan su gestión. En el extranjero, en cambio, solo ven a la persona.
Su lenguaje llano lo acercó a las nuevas generaciones. Dice lo que piensa sin importar que sean «disparates». Es frontal, una cualidad inusual entre los presidentes, que suelen estar obsesionados por el impacto de cada una de sus palabras. Mujica es todo lo contrario y eso le trajo dolores de cabeza más de una vez. Todos critican las medidas del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. Pero nadie con la contundente simpleza de Mujica: «Está loco».
Mientras le dé el cuerpo, José Mujica seguirá recorriendo el mundo con sus ideas y mostrando que es posible llevarlas a la práctica. En su agenda tiene previstas charlas hasta 2018. El mes que viene viajará a México para hablar ante la Sociedad Interamericana de la Prensa, una organización de medios de Latinoamérica asociada a ideas liberales, donde intentará plantar su semilla del cambio. Y desde hace unas semanas cuenta con un espacio en la cadena internacional Deutsche Welle.
Como dijo en Oxford: «Vengo a tratar de picanearlos para que vean el mundo en el que les toca vivir».