Lomas de Medeiro mostró descarnadamente uno de los rostros del gobierno

15/04/2013 | Revista Norte

 

LA PRIVATIZACIÓN DE LO PÚBLICO

Lomas de Medeiro mostró descarnadamente uno de los rostros del gobierno: el de haber privatizado la política desvergonzadamente. Lo último fue blanqueado por el propio Urtubey cuando, tres días después del escándalo, declaró que la irregularidad era legal y defendió a los involucrados con férrea obstinación. (Daniel Avalos)

Y aquí las palabras cobran importancia. El término “obstinación” no sólo describe la conducta de Urtubey ante el hecho mismo. Marca también un antes y un después en ese estilo de gobierno autoreferencial que lo lleva a moverse según la imagen que, él cree, la gente tiene de él. Expliquemos lo primero. La obstinada defensa de funcionarios y políticas de gobierno repudiadas por todos lo mostraron como un hombre cuyo supuesto carácter fuerte se degeneró en un defecto de temperamento: la inflexibilidad inexplicable de su propia voluntad. Detengámonos ahora en lo segundo: si hasta ahora su estilo de gobierno se basaba en lo que su vanidad le susurraba en torno al estado de ánimo de los gobernados, su accionar ante los hechos denunciados confirmaron que sólo escuchó los dictados de la obstinación. No es lo mismo. Y no lo es porque la vanidad se satisface cuando el vanidoso siente que la gente ve en él lo que él pretende que vean; mientras el obstinado prescinde de la aprobación de los otros para escuchar sólo el mandato de los caprichos. Por eso pasó lo que pasó. Sus dichos en aquella conferencia de prensa estaban tan divorciados de lo que el periodismo había corroborado y la sociedad sentenciado como cierto e impugnable, que la postura solemne de aquel encuentro con la prensa nunca pudo ocultar sus gestos exagerados, las lecturas legales rebuscadas y el uso de palabras truculentas.

En ese marco, que El Tribuno sea un medio poderoso cuyo propietario es también el principal adversario político de Urtubey, le significaron a éste último toda una bendición. Se defendió apuntando hacia allí. Eran ellos, dijo, los que se habían montado sobre un malentendido con el objetivo maléfico de atacarlo y acorralarlo. Convengamos: era lo políticamente esperable. De allí que con los silencios prefabricados propios del ninguneo, el Gobernador optó por olvidar que la noticia empezó a tratarse a media mañana de aquel viernes en FM Capital, y que la lista de beneficiados se publicaba en este medio minutos después de ese tratamiento. Hacia el mediodía de ese día, centenas de radioescuchas de FM Capital manifestaban su honda indignación al aire. Algunos diputados de la oposición se comunicaron también con ese dial para solicitar la lista mientras prometían pedidos de informe. Simultáneamente, la visita a la publicación de la lista de beneficiados de nuestro portal ascendía a miles; y en las redes sociales se multiplicaba la asombrosa capacidad de injuria que los usuarios de facebook demuestran en casos como estos, aunque esta vez, hay que reconocerlo, las condenas, los repudios y los epítetos de todos tipo se vivenciaban como entendibles y justos. El Tribuno hizo el resto. No porque haya publicado lo que ya se había publicado, ni historiado el caso de funcionarios que ya se habían historiado; sino por su propio poder mediático que, atado a evidentes intereses políticos y en medio de una coyuntura electoral, le permite capitalizar los yerros de un gobierno empecinado en desgastarse a sí mismo y, así, hacer más difícil su propio éxito. La crisis del urtubeicismo se profundizó. Hasta ahora las críticas le señalaban su incapacidad para mostrarse como un gobierno dueño de la voluntad, las ideas y los planes para resolver los problemas urgentes de la sociedad. Funcionarios “U” que fracasan, incluso, en parecerse a esos tecnócratas que, apelando siempre a los obstáculos que la realidad impone e incurriendo en una carencia total de ideología, solían disfrazar de soluciones definitivas a algunos parches que amortiguaban transitoriamente algún déficit social. Ahora eso ha empeorado enormemente. A las críticas por la poca gestión, han sumado acusaciones de corrupción. Ese fenómeno repudiado y que los mismos funcionarios del gobierno se encargaron de mostrar que no obedece a un problema de educación o pobreza, sino al accionar de grupos organizados con el poder político suficiente para disponer de los recursos públicos en beneficio propio.

Nada, sin embargo, modificó la estrategia defensiva del gobierno. Si Urtubey había oficializado la defensa obstinada, vinieron tras de él otros funcionarios que lo hicieron peor. Algunos buscaron cambiar el eje de la cuestión. Dijeron que la poca ética no estaba en esos funcionarios y amigos de funcionarios que se autoseleccionaron como beneficiarios de una vivienda, sino en esa prensa maldita que publicó la lista en las que aparecían. Lo absurdo ya gobernaba todos los discursos gubernamentales. Tener por objeto de análisis a la selecta casta que constituye el poder político, casta que cuenta con el poder suficiente para otorgarle a la realidad una direccionalidad determinada, que realiza sus maniobras – en muchos casos – en la oscuridad y que pretende que en la oscuridad queden y que algunos busquen iluminar allí en donde ellos quieren que no se alumbre…no es para el urtubeicismo periodismo, sino un moderno pelotón de camisas negras fascistas empeñado en producir listas negras. Habría que ser más responsables: términos como “fascismo” y “listas negras” han formado parte de una historia demasiado traumática para la humanidad como para emplearlos banalmente en favor de intereses tan mezquinos. Con justicia recibieron otra vez el repudio de todos. No porque los indignados creyeran que esos funcionarios eran ignorantes de la historia, sino porque, sabiendo esos funcionarios que el significado preciso de las listas negras en la historia es otro, prefirieron darle un uso mentiroso que los exculpara de sus propias culpas. Insistamos con el punto. Lo hagamos para precisar que las listas negras siempre constituyeron una herramienta del poder para amedrentar a los que critican ese poder. Una vil herramienta que siempre ha tenido por objetivo identificar a los actores irritantes para un establishment particular, para así someterlos a un proceso de asfixia que generalmente es económica. Un paciente y demoledor trabajo que priva al “provocador” de los recursos indispensables para la supervivencia misma y que busca quebrarlo en su moral para disciplinarlo, o directamente eliminarlo. Una eliminación, además, que debe ser pública a fin de que el triste espectáculo del que lo padece aleccione a otros potenciales díscolos. En la lista de adjudicatarios no había seres irritantes al Poder. Había, sí, miembros del Poder. Un Poder brutal que, en vez de disculparse públicamente con la minoría de adjudicatarios que honestamente habían accedido a la vivienda, prefirió abandonarlos a su suerte haciéndole padecer, incluso, el desprecio que sólo se merecían ellos.

Pero lo peor llegó el martes. Ocurrió en el palacio legislativo. Lo protagonizó un hombre que difícilmente pueda considerarse como uno fuerte del oficialismo: el exintedente de La Caldera y actual diputado por ese municipio, Héctor Miguel Calabró. Si Urtubey eligió la pose de hombre con determinaciones fuertes, Calabró apelo a la oratoria indignada. Pidió la palabra en la Cámara para decir que no lo podía creer. Estaba espantado ante tanta hipocresía política, no podía entender esa conducta de los políticos que, sumándose al descontento, fingían desconocer no sólo la existencia del tráfico de influencias, sino también simular que nunca la habían practicado. Y mientras uno lo escuchaba sentía que ya se habían roto todos los límites que resguardan algo de decoro. Pero no. No se trataba de un exabrupto. Calabró no se estaba dirigiendo a la ciudadanía. Sabía ya que el repudio social era unánime y que no conviene gastar tiempo en recuperar terreno, allí donde en el corto plazo es imposible conseguirlo. Era el momento, entonces, de apuntar a otro lado: a los hombres y mujeres que, ocupando resortes estratégicos del Estado, administran, distribuyen y transfieren recursos materiales y Poder entre los hombres y mujeres que lo conforman. Calabró les recordaba que, como miembros de ese Poder, difícilmente no hayan practicado eso que denunciaban. Si el reproche alcanzaba a todos o no, es algo que no sabemos. Lo que sí sabemos es que el reproche se parecía mucho a una sutil técnica de terror: advertirles que todos son plausibles de culpabilidad, aun cuando nadie recuerde con claridad en qué momento y en qué circunstancias han cometido el acto denunciado.

Calabró confirmó también otra cosa: que la política ha sido privatizada. Que a lo largo de estos años, así como los actores económicos privados se han quedado con el aparato productivo y de la provisión de servicios, la política y lo público han sido apropiados por esa casta de políticos que, según las circunstancias, cambia de lealtades a una personalidad, sin que ello logre borrar que alguna vez formaron parte del aparato ejecutor o se codeo con él. Calabró, en definitiva, pidió prudencia a los colegas. Les recordó que después de todo, son ellos los que deciden quiénes serán los que vivirán la exclusión social como una imposición implacable del sistema, y que son ellos mismos los que pueden excluirse del cumplimiento de las leyes porque tienen el Poder suficiente para ponerse por encima de ellas. Los primeros, que son los más, estarán condenados a vivir en la marginalidad o llenar las cárceles. Los segundos, en cambio, conformarán las listas de candidatos en las próximas elecciones.-

 

Cuarto Poder

NOTA RELACIONADA:

Lara Gros, al igual que Urtubey, privilegió con casas del IPV a sus funcionarios y amigos

Quiso desmentir el escándalo de las viviendas adjudicadas a funcionarios y amigos, pero terminó confirmándolo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Maximum one link per comment. Do not use BBCode.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.