El lento genocidio wichí: catástrofe humanitaria
31/01/2020 | Revista Norte
«Son más los muertos y hay siete muy graves». En un territorio donde la presencia del estado elige a quiénes abandona. En 2009 Crítica publicaba sobre los vínculos de la familia y de los funcionarios del entonces gobernador de Salta , Juan Manuel Urtubey, con las empresas del desmonte. Urtubey gobernó 12 años. Y la semana pasada se fue a vivir a España.
Por Silvana Melo / APE
Son siete los niños wichí que no llegaron a vivir dos años y que se murieron de hambre y de sed en este enero. El agronegocio desmontó, en los últimos diez años, 1.200.000 hectáreas. Y desalojó a cien mil mujeres, hombres y niños que vivían, comían y se curaban bajo su techo frondoso. La frontera agropecuaria se empuja y se corre e irrumpen la soja y la transgénesis donde estaba el monte. Un pueblo entero entre los árboles queda desnudo e inerme. Y se va muriendo, poco a poco. Con decenas de niños en la frontera de la vida y de la muerte. Ante la dimensión de la catástrofe, los médicos Medardo Avila (lo adelantó en esta Agencia), Carlos Trotta y Emilio Iosa elevaron el pedido a Médicos Sin Fronteras para instalar una misión humanitaria en un territorio donde la presencia del estado elige a quiénes abandona.
Dice el cacique Modesto Rojas que los muertos son nueve. Seguro que tiene razón. Nadie habla con ellos. Dicen las autoridades que hay otros siete muy graves. Dice el cacique Modesto Rojas que son más de veinte los niños que tienen la vida colgando de un hilito, como una llama que se sopla y se va. Y seguro que tiene razón. Nadie habla con los caciques. “Vino Arroyo y no quiso hablar con nosotros”, dice. Apenas habían muerto tres cuando el Ministro de Desarrollo Social pasó por Salta y, de la mano del Gobernador, paseó por donde lo llevaron. Lejos de lo terrible. Con las tarjetas alimentarias como panacea. Para un pueblo en extinción, puesto a morirse lo antes posible para usarles la escasa tierra en la que todavía dejan caer sus huesos por las noches.
Dice el médico Rodolfo Franco, desde las comunidades Misión Chaqueña y Carboncito, a APe: “en mi comunidad no ha muerto ninguno, las dos pertenecen a Embarcación, departamento San Martín. Son Hollywood mis comunidades porque todavía tienen monte para poder enfrentar el hambre. Las del norte son castastróficas”.
En 2009 el diario Crítica publicaba una investigación sobre los vínculos de la familia y de los funcionarios del entonces gobernador de Salta , Juan Manuel Urtubey, con las empresas del desmonte en esa provincia. Urtubey gobernó 12 años. Y la semana pasada se fue a vivir a España.
“Vengo advirtiéndolo desde hace años. He avisado al hospital que hay mucha desnutrición. Pero es un plan premeditado: se trata de sacarles la tierra y para eso primero los tienen que matar; es feo matarlos a balazos. Entonces lo hacen con hambre, con mala educación, con mala salud”. La Organización Mundial de la Salud, dice Franco a esta Agencia, “sostiene que es necesario un médico cada 600 personas. Yo atiendo dos pueblos con 4000 y 2000. A veces mandan algún refuerzo esporádicamente, pero vienen apurados y se van apurados. Yo estoy atendiendo sin parar y los dos ganamos lo mismo obviamente. Los sueldos están muy relegados”.
Dice Octorina Zamora, líder wichi. “¿Tengo la culpa de morirme de hambre cuando me sacaron mi hábitat, me sacaron el monte? En Salta que no haya casi algarrobos, que es alimento principal. Cuando yo era chica no había chicos desnutridos. Entonces ¿qué culpa? Donde había algarrobos no hay nada”. Le habían dicho que el problema era cultural. Que los wichí se llevaban los enfermos y los escondían en el monte. ¿Qué monte?.
Mientras los ex gobernadores se marchan a Europa y los ex presidentes presiden fundaciones del fútbol mundial, desde hace diez años los niños muertos se pueden contar de a racimos, como decía Alberto Morlachetti. Y anotarlos en las listas de los crímenes sociales más crueles, con culpables concretos, con nombres, rostros e historias.
De enero a junio de 2011 murieron trece niños en Embarcación, Pichanal y Tartagal. De desnutrición y de enfermedades parientes del hambre en la Salta que Urtubey había heredado de Juan Carlos Romero. En 2016 se fue un niño por mes en el norte terrible, en la Salta y el Chaco que comparten el desmonte y el desprecio. El último en Rivadavia, una de las parcelas más castigadas de la provincia de los urtubeyes que partieron buscando nuevos horizontes. El verano de 2017 se devoró a 21 niños wichis en Santa Victoria Este, ahí donde la Salta se acaba, como cayéndose en Paraguay. Doce bebés en ese verano brutal de Santa Victoria Este nacieron muertos porque sus madres languidecían de hambre y de sed. Cercadas por el abandono y la desidia.
2020 amanece con otro racimo de niños que se mueren. Mientras el ex gobernador se va y el ex presidente asume en la Fundación FIFA. Ambos responsables de abrir las puertas al exterminio. Ambos responsables, al menos, de no evitarlo.
Mientras se apunta el pánico hacia el coronavirus de la China los niños se mueren de hambre y de sed en el verano feroz sin árboles ni agua del chaco salteño desmontado, desguazado y expoliado.
“Salieron a prohibir la palabra desnutrición al principio, pero no se pudo –sostiene Rodolfo Franco a APe-. Siempre la restringen en los certificados de defunción, no hay que poner síndrome febril, hay que poner otra causa” pero “yo tengo 69 años y 43 de médico y hablo de desnutrición, deshidratación, porque al no poder tener agua para sembrar, cosechar y regar plantas, no pueden hacer nada. La tierra es muy fértil, pero sin agua no hay nada”. Para el médico “forma parte del plan de genocidio. Las balas son caras. Hay que matarlos con cuchillos, como decía un general de la campaña del desierto”.
Modesto Rojas, cacique, habla de “una mujer que murió en Santa María por dar a luz. Fallecieron ella y el bebé”. Para el conteo oficial ya serían siete los niños muertos. Para el de Modesto, casi una decena.
Santa Victoria Este tiene un secretario de relaciones Institucionales de origen diaguita calchaquí, Antonio César Villa. El intendente es wichí. «Lo que más se dificulta es el acceso al agua. En este momento tenemos una sequía que está devastando la región, se nos están muriendo todos los animales que ni siquiera se pueden comer porque muchos de ellos están enfermos», dice Villa. Mientras tanto el Pilcomayo acecha. “Llega cada vez más caudaloso y en cualquier momento comienza a desbordar en medio de esta sequía”. Es que el río, que baja por los cerros de Bolivia y serpentea por la frontera con Argentina y el sur de Paraguay está tapado en algunos sectores “por el lodo acumulado por inundaciones anteriores; año tras año bajan aludes y se producen inundaciones cada vez más frecuentes, debido al desmonte”, relata Villa con ojos de quien lo vio de cerca.
Las muertes, una por una
Uno. Fue el 7 de enero. No le reconocieron la desnutrición. Tenía un año y dos meses. Era de la comunidad wichí de La Mora, departamento de San Martín. Pegadito a Tartagal.
Dos. Tenía dos años. Murió el 11 de enero en su casita. Era de Misión El Quebrachal. Tenía, dicen, bajo peso.
Tres. El mismo día en Santa Victoria Este. Tenía dos años y era de la comunidad de Rancho El Ñato. Deshidratación por vómitos y diarrea, decía el informe. Insuficiencia orgánica.
Cuatro. El 17 de enero. La nenita tenía dos años y 8 meses. Murió tras ser trasladada de Morillo (en Rivadavia Banda Norte) al hospital de Orán. Tenía diarrea. Culparon a los padres.
Cinco. Fue el 21 de enero en el Hospital Juan Domingo Perón de Tartagal. Era de la comunidad Las Vertientes, Santa Victoria Este. Lo trasladaron en un vuelo sanitario. Culparon a los padres.
Seis. Tenía desnutrición crónica. Lo llevaron a Morillo, desde la comunidad El Tráfico. Lo derivaron al Hospital de Orán y murió en la ambulancia, que se detuvo por fallas mecánicas.
Siete. Murió la mamá en el parto. Y, dice Modesto Rojas, cacique wichí, el bebé también. Ella era de la Misión Santa María y tuvo su parto número doce en su casita sin asistencia. Intentaron trasladarla al hospital pero murió en el camino.
Mientras tanto los doctores Carlos Trotta, (ex presidente de Médicos Sin Fronteras para América Latina), Medardo Avila Vazquez, (Red de Médicos de Pueblos Fumigados), y Emilio Iosa (ex Presidente de Fundación Deuda Interna) elevaron formalmente el pedido de una misión humanitaria que se instale en el NEA ante el horror sanitario que están viviendo los pueblos originarios sobrevivientes en el norte más profundo. “La situación sanitaria es gravísima, el hambre y el estrés del despojo para un pueblo tan manso es terriblemente traumatizante, la desnutrición es generalizada, y niños con marasmo y kwashiorkor (enfermedades derivadas de la desnutrición) al estilo africano se detecta en casi todas las comunidades, la tuberculosis y el chagas tiene índices de incidencia altísimos, la mortalidad materna se sospecha que es muy elevada también”, dice el documento.
“La respuesta del estado nacional y provincial ha sido totalmente insuficiente para ayudar a los pueblos nativos despojados de sus bosques. Incluso el gobierno de Urtubey siguió autorizando desmontes a favor de grandes grupos sojeros en el lugar y sus equipos de salud en el terreno son muy escasos y no cuentan con recursos suficientes ni capacidad para enfrentar la crisis humanitaria”. Los médicos Medardo Avila, Carlos Trotta y Emilio Iosa están convencidos de que “la única posibilidad es que una organización humanitaria honesta, eficiente e imparcial como MSF se instale en la zona y desarrolle acciones de contencLa muertión sanitaria y de infraestructura básica, hasta que los argentinos podamos reconocer y dar una respuesta al problema que nuestro sistema productivo está generando a esta población que se estima entre las distintas etnias de casi 100.000 personas”.
Un sistema permanente que transcurre a través de los gobiernos, vena por la que circula el poder real. El que determina quiénes serán parte del mundo que viene y quiénes tendrán que quedar inexorablemente en el camino. La condena ancestral es para aquellos que se hermanaron con la naturaleza para comérsela y bebérsela, para volver a ella como abono y espirituarse como mariposas en el cielo de los algarrobos. Un genocidio que hace cinco siglos y medio que no se detiene.-
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Publicado: 15 Enero 2020 / Por Silvana Melo (APe)
“Están fuera del estado y fuera de la sociedad”. El doctor Medardo Avila Vázquez conoce el etnocidio wichí del chaco salteño y la muerte de tres niños que ni siquiera llegaron a pararse en la pacha ni a correr una mariposa le anudó el estómago con el alma. Por eso él y un grupo de médicos de la Córdoba castigada por el agronegocio, el mismo que dejó desguarecida de su paraíso a la etnia wichí, están tramitando que Médicos Sin Fronteras se instale por las comunidades de Santa Victoria Este, los parajes más pobres de la linda Salta. Donde el Estado no se hace cargo. Y los gobiernos pasan de culpabilizar a “la cultura” originaria a llevarles tarjetas alimentarias a comunidades que no tienen ni documentos para acceder a un plan social. Y un posnet para leer una tarjeta es un milagro desconocido de la tecnología.
Los tres niños que murieron no llegaban a los tres años. No soportaron el agua ni la falta de alimentos. En Misión La Chirola, por Embarcación, otro chiquito está grave. Sus padres son niños también, sólo que más grandes. Pero no llegan a la adultez. Ninguno come lo suficiente.
“La civilización sigue considerándolos atrasados, se tienen que adaptar a lo que hay”, dice Medardo Avila en entrevista con esta Agencia. Médico de Pueblos Fumigados. Legendario impulsor de la justicia por el barrio Ituzaingó Anexo de Córdoba, donde los niños se morían de cáncer porque se los fumigaba con la indiscriminación de la impunidad.
“Lo que pasa es que los wichís, a diferencia de los mapuches, de los qom mismos, han aparecido masivamente a consecuencia de la expansión de la frontera agropecuaria en la zona de Salta y Formosa”, describe el médico y pinta una imagen escalofriante: “donde se han desmontado miles y miles de hectáreas y de repente, en estos bosques del Chaco salteño, donde había miles y miles de árboles, aparecen montones de gentes, de personas que vivían ahí, muy bien, que tenían de todo. Y les dejan una parcelita de monte espantosa y cuando llega el Estado les trae para que haga una huertita”. Dice Medardo que los sacan del bosque, donde vivían en modos ubicados temporalmente “30 mil años antes de Cristo y los colocan en 5 minutos diez mil años atrás, en el tiempo de la agricultura…” Mientras tanto, “nosotros a los wichís los descubrimos ahora, no están documentados y cuando desmontan, aparecen así…”
Modesto Rojas, cacique de la comunidad wichí Fwolit: “Dentro de las comunidades originarias no hay agua, no hay comida, no hay trabajo. Nos sentimos muy abandonados por el Estado. Como originario me siento muy mal porque veo como los chicos se mueren por desnutrición. Hay comunidades enteras sin agua potable, están a 60 kilómetros de la ciudad de Tartagal y hay otras que toman agua de las represas o de las cañadas que están contaminadas con bidones de veneno que tiran los empresarios que fumigan los campos de soja y porotos. En vez de quemar ese veneno lo tiran en las cañadas de corredero de agua, eso pasa en las comunidades wichÍ de Guamache y Retiro”.
“Hay mucha gente indocumentada. Yo como dirigente sé que hay más de 700 personas que no tienen DNI. A veces vienen a las comunidades autoridades de Provincia y Nación diciendo que van hacer los documentos pero en realidad nos entregan una constancia que dice que está en trámite. Hay gente que tiene esa constancia desde 2009 y hoy todavía están esperando su documento. Mi preocupación más grande es qué va a pasar con toda esa gente que no tiene DNI y jamás van a recibir una ayuda social. Ayer vino el ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo, pero no quiso entrevistarse conmigo. Dijo que estaba trabajando dentro de la municipalidad pero no entró a las comunidades”. (Revista Cítrica).
Cambian de signo los gobiernos pero el genocidio no se detiene. Es entonces cuando Medardo Avila y el grupo de médicos que impulsa la llegada de Médicos Sin Fronteras decide hacerlo con fuerza institucional. En un territorio sin olor a patria. Donde ellos, que son parte del monte, son confinados por los colonizadores del tercer milenio. “Cuando desmontan las tierras fiscales, que no son de nadie y se las empiezan a asignar entre ellos los apellidos de siempre, se apropian de 80 mil hectáreas y las desmontan con las topadoras; es increíble verlas, las topadoras atadas con cadenas de cincuenta metros una a la otra avanzan destruyendo todo el bosque”.
Dirigentes y médicos de naciones originarias elevaron una carta abierta al ministro de Desarrollo Social Daniel Arroyo, el día en que el funcionario voló desde Buenos Aires a llevar tarjetas alimentarias a los wichí. Y le aclararon que no sólo se mueren los niños a partir de “un sistema de producción que abarca lo cultural y la salud, que nos oprime y mata a los más débiles”. También se mueren “niñas wichís en embarazos con hipertensión, como variable de mortandad además de lo reprochable penal y socialmente de los embarazos infantiles que son índices de abuso sexual agravados por la edad”. Esas niñas, desalojadas por los desmontes “de su soberanía alimentaria, al alimentarse en el enclave urbano, el cambio de costumbres y modelos en la comunicación hacen que tengan embarazos con hipertensión y muerte”. Y no sólo es un tema de salud pública, dicen: “la mayoría de estas muertes de niñas con embarazos con hipertensión provienen de Los Blancos, Estación Murillo y Tartagal, zonas donde ha habido desalojos masivos de comunidades indígenas por desmontes en los últimos 40 años”.
“Yo he estado mucho ahí, en las misiones, a través de una organización de Córdoba que se llama Deuda Interna. Y ahora estamos tratando de que Médicos sin Fronteras tenga una misión ahí, porque es un problema humanitario terrible, que no es considerado por la Argentina como un genocidio, el estado los ignora, se mueren los niños y se mueren también los mujeres, los hombres, nadie se imagina las cosas que suceden ahí”, relata Medardo Avila a APe.
El médico los conoce y los describe. “Los wichís son mansos, son culturalmente muy atrasados, están acostumbrados a su paraíso”. Entonces “viene el estado y le da su bolsa de comida para un mes. Y en dos días no tienen más. Porque no tienen práctica de acumulación. Ellos se iban moviendo por el bosque y siempre encontraban lo que necesitaban. Tenían un circuito que conocían los grupos de familias. Eran cazadores recolectores. No necesitaban guardar. Ahora les dan cinco bolsas de arroz y se le terminan enseguida”.
“Tuvieron su primera crisis –relata Avila- cuando empezó la explotación petrolera. Hubo una guerra a principios del siglo XX, que fue la campaña del norte, como la campaña del desierto. Hubo varias matanzas de originarios para apropiarse de los territorios. Las empresas inglesas habían traído a los religiosos protestantes y ellos en las misiones empezaron a refugiar a los aborígenes sobrevivientes. Por eso las comunidades se llaman misiones”.
El agronegocio genera, 500 años después, el descubrimiento de una etnia entera. “Son 60 mil, según la antropóloga Norma Naharro. Y son divinos. No sabés los chicos lo felices que son”, dice Avila. Y coincide con Rodolfo Franco, el médico que vive en Misión Chaqueña: los chicos son felices hasta que crecen y comienzan a vislumbrar la oscuridad del futuro. Entonces aparecen el alcohol, las drogas, las anestesias del sistema y en tantos casos, la muerte. “Los agarran con las tarjetas y los planes y ahora les traen una tarjeta alimentaria como si hubiera posnet… y si hay alguno vaya a saber lo que les cobran el kilo de arroz”, lamenta el médico.
Mientras tanto, el agua. El enorme problema del agua. La sequía que arrasa la piel y la lengua en la mayor parte del año. “Dependen de que les caven los pozos; ellos en sus montes sabían dónde encontrar el agua, se movían constantemente detrás de las aguadas, estaban los ríos; ahora los tienen instalados, encerrados, detrás de los alambrados, diez mil en 400 hectáreas de monte. No tienen posibilidades de nada”. Entonces terminan tomando agua de cualquier caño, de cualquier charco, de los bidones de glifosato que les alcanzan, de los canales, terminan enfermos, deshidratados, con diarrea. Víctimas de aquello que los desnudó, del coloniaje envenenado, del agronegocio que los desaloja, del genocidio del sistema que los abduce para moldearlos y que decide desterrarles el mundo que tuvieron desde su origen en el que seguirían viviendo con sus dioses y paraísos, sus frutas y sus chamanes. Y sus muertes pequeñas al final de la vida.
Ahora lo que queda es “parar los desmontes y hacer una reserva wichí. Para que puedan ser ellos, no lo que somos nosotros, no lo que queremos nosotros que sean”. Para que dejen de morirse bebés, niños, de hambre, de sed, de enfermedades del hambre y de la sed. Para que dejen de morirse mujeres, hombres, viejos, viejas, en abandono atroz.
En ese camino están Medardo Avila Vázquez y un grupo de médicos que buscan que una misión humanitaria se instale en las comunidades. “Porque los gobiernos, porque el estado, no son capaces de resolver el problema”. Por eso van por Médicos Sin Fronteras, para que haga visible su genocidio desde su confín al mundo cada día. Buscando monte, mariposa, espíritus y vida. Agua y yerbabuena. Para vivir.-
LOS HERMANOS URTUBEY, LÍDERES DEL DESMONTE EN SALTA
Juan Manuel Urtubey, gobernador de Salta
Funcionarios del gobierno de Salta, incluyendo a hermanos del gobernador, son dueños de las empresas de desmontes. El secretario de Medio Ambiente, Homero Bibiloni, autorizó cifras récord. Nota de Jorge Lanata en Diario Crítica de la Argentina.
Por Jorge Lanata, en Diario Crítica de la Argentina – 16 febrero 2009
“Cuando llueve, el terreno no tiene absorción porque faltan las raíces de los árboles extraídos, entonces el agua drena y recorre libremente. O sea, si el agua no es consumida por la vegetación, se inunda”, Eduardo Piacentini, del Departamento Cambio Global del Servicio Meteorológico Nacional.
Del tártago sale el aceite de ricino, llamado en el mundo “castor oil” (aceite de castor). Hace cuatro mil años lo usaban los egipcios como planta medicinal o combustible para sus lámparas, y sus hojas parecen una estrella dibujada por Miró, de puntas juguetonas y alargadas. Purgante y combustible, el tártago también se utiliza en cosmética para alargar las pestañas. Esta planta rústica y llena de estrellas sabe sobrevivir: se adapta con facilidad a distintos ambientes y tiene una gran resistencia a la sequía. Pero no sobrevivió a Tartagal.
En Tartagal ya casi no quedan tártagos, y el equilibrio se rompió como una rama seca. Esta población de 56 mil habitantes vive sobresaltada desde su fundación en 1924: fue entonces cuando se descubrió petróleo, el 25% del total de la cuenca del país y alrededor del 16% de la producción de gas. Tartagal vivió entonces la quimera del oro hasta 1992, cuando Menem privatizó YPF y el 90% de la población de la ciudad quedó desocupada. En 1999, y en 2002, y en 2003, la rabia llegó a la calle y la ciudad se convirtió en un polvorín.
En 2006 el agua llegó a apagar el fuego, y Tartagal se hundió en el barro. Ya habían sido taladas 609.323 hectáreas, y todos se golpearon el pecho y dijeron que había que parar. Pero el entonces gobernador Romero, en su último año de gestión, mientras la Ley de Bosques se discutía en el Congresó, autorizó el desmonte de 478.204 hectáreas: una extensión similar a la de 23 (sí, veintitrés) veces la Capital Federal en un solo año. Muerte, grietas y barro después, la Presidenta reglamentó la Ley 26.331, sancionada el 28 de noviembre de 2007. El artículo 42 de la Ley de Bosques le otorga al Poder Ejecutivo noventa días para reglamentar la norma. Pasaron catorce meses hasta que Cristina se decidió a hacerlo. Ya era, claro, tarde. Pero el Gobierno insiste en que el hecho no debe vincularse con Tartagal.
NUNCA LO HICIMOS (NI VOLVEREMOS A HACERLO)
Entre 2004 y 2007 la Secretaría de Medio Ambiente y Desarrollo Sustentable de Salta convocó a 211 audiencias públicas, de las cuales 195 correspondieron a proyectos de desmonte. De esos 195 pedidos fueron aprobados 191; dos no llegaron a serlo por falta de tiempo para elaborar un dictamen y otros dos quedaron postergados para 2008 y tal vez ahora se frenen con la Ley de Bosques, que en Salta comenzó jugando en desventaja: pierde su partido 191 a 2, en el mejor de los casos. Si se analiza la distribución de permisos de desmonte según la zona, el departamento San Martín (al que pertenece Tartagal) está en segundo lugar en el ranking.
Secretaría de Ambiente de la Nación durante la gestión de Romina Picolotti revela que con Juan Manuel Urtubey en el poder, aliado K, se desmontaron en 2008 136.000 hectáreas, la mayor parte en el departamento San Martín, en Jujuy, Santiago del Estero y Chaco.
“La deforestación registrada –señala el informe fechado en noviembre– indica que se trata de uno de los procesos de transformación de bosques nativos de mayores dimensiones en la historia del país, siendo el avance de la frontera agrícola la causa principal (…) el reemplazo de los bosques por la agricultura se realiza principalmente para el monocultivo de soja”. El segundo cuadro ilustra esa pérdida.
Pocas tragedias han sido tan anunciadas como la de Tartagal: un informe elaborado por ingenieros de la Universidad Nacional de Salta en 2006, luego de la primera gran inundación, advertía sobre la inminencia de otras catástrofes. En su “Diagnóstico y evaluación de la cuenca del río Tartagal y área de influencia”, Claudio Cabral y Gloria Plaza aseguraban que en la cuenca alta “la cobertura vegetal ha sido alterada y modificada”, favoreciendo la erosión. “La vulnerabilidad de la cuenca del río Tartagal a nuevos eventos catastróficos es altamente probable que se repita”, concluían Cabral y Plaza. El estudio fue elevado a la municipalidad de Tartagal.
–Las causas fundamentales del alud –comentó a este diario Osvaldo Canziani, doctor en Meteorología, miembro del Panel Intergubernamental de la ONU sobre Cambio Climático, en referencia al último evento– son las lluvias intensas, características de la época del año, y el mal uso del suelo. La deforestación es un flagelo que tiene un conjunto de implicaciones graves, las que, directa o indirectamente, han contribuido a generar los desastres de Tartagal, la pampa húmeda y las inundaciones de Santa Fe en 2004 y Cañada de Gómez en 2000.
–¿Hay puntos en común entre este alud y la inundación de 2006 en Tartagal?
–No sólo los hay sino que la primera inundación ha agravado las consecuencias de ésta y las que seguirán debido a la exacerbación de los eventos extremos, entre los cuales no deben descuidarse las sequías proyectadas para el Noroeste argentino en este siglo XXI.
BUSSINES ARE BUSSINES
En Salta muchos políticos juegan en el bosque: mientras se debatía en Buenos Aires la demorada Ley de Bosques, en Salta, en la diagonal de la escena, los hermanos del gobernador kirchnerista Urtubey crearon una empresa dedicada al desmonte. Facundo Norberto (46 años, director de la Agencia de Promoción de Salta, esto es, funcionario) y José Antonio Urtubey (34 años) crearon la firma JOFA, que tiene entre sus objetos sociales el de “explotar o administrar bosques, forestación y reforestación de tierras”. Facundo ya tenía cierta experiencia en el área: a poco de asumir su hermano gobernador formó con otros socios la empresa agropecuaria Unapala SRL. El senador justicialista Alfredo Olmedo llevó sus intereses al recinto: el bautizado Rey de la Soja presentó un proyecto de “ley de ordenamiento territorial” que contemplaba seguir desmontando en la provincia cerca de cinco millones de hectáreas.
Olmedo tiene varias denuncias por desmonte irracional y fue favorecido por Romero con la entrega de 320 mil hectáreas de tierras fiscales. Para no ser menos, el intendente de Tartagal, Sergio Napoleón Leavy, es, según confirmó a Crítica de la Argentina el secretario general de la CTA Tartagal, Diego Alcoba, “propietario de uno de los aserraderos más importantes de la región, y beneficiario directo de los desmontes masivos”. Leavy aparece desde 2001 ante la AFIP declarando que su actividad principal es la de “extracción de productos forestales de bosques cultivados”.
Los cruces entre política, soja y alud son inagotables: la familia Mochón, por ejemplo, desmontó 38.900 hectáreas y su “gestor” fue el ex diputado nacional, ex ministro de gobierno y conjuez de la Corte Suprema provincial Osvaldo Camisar. César Raúl Mochón es titular del Grupo Solanas y presidente de la Cámara Argentina de Tiempo Compartido, y el desmonte se autorizó en tierras para ganadería en la Estancia Ezrah, del departamento Rivadavia. Aníbal Caro, ex secretario de Empleo de la gobernación hasta 2007, preside la empresa Desafío del Chaco junto a Ernesto Pablo Casal: obtuvieron autorización para talar 10.420 hectáreas.
El gobierno salteño autorizó también el desmonte de 1.670 hectáreas a la firma Los Dos Ríos SA en los alrededores de Orán, que abarca parte de la selva de los yungas, una zona declarada Reserva Mundial de Biósfera por la UNESCO. Los Dos Ríos es de Mario Ernesto Gerala y el síndico es Julio César Loetayf, dos veces diputado nacional y hoy ministro de Desarrollo Económico de Urtubey. Gerala es un encanto: el pasado 22 de septiembre fue denunciado por reducir a la esclavitud a dieciocho peones de la etnia toba en la finca Abra Grande. Armani Agropecuaria tiene, por lo menos, un nombre elegante: pertenece a Silvio y Bruno Armani (no confundir con Giorgio ni con Exchange) y figura como aportante a la campaña de Cristina con tres donaciones de 15.000 pesos cada una, el 19 de octubre de 2007.
“Quería compartir con el conjunto de la Secretaría el logro institucional materializado en la fecha”, comienza un mail enviado a toda su Secretaría por Homero Bibiloni a las 17.02 del 13 de febrero. “Hemos reparado una deuda ambiental”, prosigue el ahora secretario de Ambiente, reemplazante de Picolotti. Bibiloni, el conmovido funcionario, es el funcionario que autorizó la mayor tasa de desmonte como subsecretario de Atilio Savino. Aunque, como se sabe, todo es siempre fruto de la casualidad.-
Trece pibes menos
Publicado: 13 Junio 2011 / Por Silvana Melo (APe)
Cuna de angelitos sigue siendo Salta. Los niños se esfuman como burbujas de jabón y con ellos se va ajando la piel de la utopía. Se mueren de hambre. Son muertos, asesinados, exterminados como la semilla de la rebeldía. Cada niño que nace es la esperanza de volver al mundo patas arriba. De devolver la riqueza a las manos de los saqueados. De encenderle luz a un país que le desactiva el farol a cada ochava del futuro. Trece niños de poco menos o poco más que un año se han muerto desde enero a junio en Salta.
Brisa Castillo tenía apenas ocho meses. Respiraba fatigosamente en la misión wichi Salí, cerca de Embarcación. Frágil como un cristalito murió el 20 de mayo en el Hospital de Orán. Presentaba un “cuadro de desnutrición agravado por una infección respiratoria”. Ocho meses logró sobrevivir en la humedad de la tierra olvidada, puesta a brillar como una lentejuela en el barro. Ocho meses atrás nacía y en ella se alzaba en llamas una esperanza. Es que cada niño que nace trae bajo la lengua la semilla de la rebeldía. Bajo el brazo el pan multiplicador. En los ojos la chispa de todas las revoluciones que no fueron. Por eso los acallan y los malalimentan. Y tantos se mueren antes de tener fuerzas para soplar una vela en el oscuro, sobre la torta del porvenir.
Depende de dónde se nace para intuir cuándo se muere. Un bebé que nace en Formosa, en Embarcación, en Tartagal, tiene tres veces más probabilidades de no llegar a cumplir un año que un niño que nace en Belgrano o en Caballito. Más de veinte certificados de defunción diarios en todo el país determinan con un eufemismo cómplice que los niños mueren de paros cardiorrespiratorios. Detrás de la causa obvia, generalizada, está el hambre. Las enfermedades parientas, evitables, desencadenadas, convocan a la muerte cebada y lujuriosa, en los hospitales colapsados por falta de médicos, enfermeras, insumos y presupuesto.
Alit Morena Pacheco tenía la piel mate y se le achinaban los ojos cuando amenazaba con llorar. Un año y cinco meses de vida guaraní en Villa Rallé, en Pichanal. Hasta que el 8 de junio no pudo más. Las fuerzas no le alcanzaron nunca para caminar. Ni para hablar. Sus huesitos se quebraban con un soplo. No supo lo que era el agua buena, el calcio, las proteínas, los nutrientes, la leche tibia de las mañanas. Cuadro de desnutrición extrema, según el riguroso certificado de defunción del Hospital de Orán. Murió, dice el Tribuno de Salta que explican en el Hospital, por “shock séptico, a causa de neumonía bifocal derecho, anemia, y por un cuadro de desnutrición extremo que en términos médicos se conoce como kwashiorkor”. Una palabra impronunciable, tan compleja, para hablar de hambre. El kwashiorkor es un asesino de niños. Una enfermedad del abandono, un dolor de la intemperie, un crimen del desprecio. “Es provocada por la ausencia de nutrientes, como las proteínas en la dieta. Los signos de Kwashiorkor incluyen abombamiento abdominal, coloración rojiza del cabello y despigmentación de la piel”.
La Argentina tiene apenas el 0.65% de la población mundial. Produce el 1.61% de la carne y el 1.51% de los cereales que se consumen en el planeta. Pero nueve millones de chicos tienen hambre. Casi tres mil se mueren anualmente por desnutrición. Y otros tantos por hambres escondidas en fiesta de disfraz.
Mayra Ramos apretó el botoncito a la una y media de la mañana del 7 de junio. Lo tenía en la palma de la mano y sólo tuvo que cerrar el puño, con su último aliento. En segundos, no más, las alas se abrieron a la altura de los omóplatos. Y Mayra se diluyó en un vuelo azul, hacia un cielo donde la felicidad corre en arroyitos de leche y miel. Vivía a diez cuadras del Hospital de Orán. En una casita de aire y chapas, con veintidós personas más. Pesaba seis kilos cuando llegó al Hospital. La mitad de lo que pesa un bebé de once meses que no esté condenado desde el origen. Que no haya llegado al mundo como resaca de la vida. Como sobra que fastidia. Mayra iba a cumplir un año el 17 de junio. No tendría más cumpleaños que una mamadera de agua verde y un pancito imposible. En febrero su madre la había llevado al Hospital. Pesaba cuatro kilos y la dieron de alta. Nadie la vio, sin embargo. Pudo ser ella la esperanza del mundo, cuando nació como una llamita de fósforo tenue en medio de la más rotunda oscuridad. Pero no fue. No pudo. La vulneró la atroz paradoja de nacer en una tierra con leche en sus venas y banquetes que brotan de su dermis. Nacer en el país del alimento. Y morir de hambre.
Mayra, como uno de los niños desnutridos de cada tres que se cuentan en Salta, debió ser controlada por el sistema de Atención Primaria de la Salud (APS) cada 15 días. Pero nadie la vio. Es que la casilla de aire y chapa amontonaba a veintitrés. Y ella era tan pequeña. Tan pequeña.
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Se mueren y con ellos se muere la esperanza de cambiarlo todo. La subversión de lo establecido. El sueño de dar vuelta el orden como una media. Y que se encuentren arriba, de pronto, todos los condenados de la tierra.
“Allí están los niños que no figuraban en la preocupación de nadie porque no podían votar, ni podían prestar sus nombres inocentes para las sucesivas farsas electorales con que se pretendía demorar el despertar de nuestro pueblo. Allí agonizaban subalimentados, enfermos, los hijos de los mismos que creaban la riqueza y que no tenían ante ello otro futuro que el hospital, la miseria y la desesperación, o el delito.” Eva. Sesenta años atrás.-
Un niño por mes
Provincia del Chaco localidad de Mision Nueva Pompeya 7 de mayo 2013 Ingresando a las 22000 hectarias de territorio Wichi en el Impenetrable Chaqueño, Paraje Pozo el Sapo Barrio Labranzafoto Rolando Andrade Stracuzzi Ley 11723
Publicado: 22 Diciembre 2016 / Silvana Melo (APe)
El desmonte los deja desnudos. Con las plantas les arranca los medicamentos, con la topadora les arrasa el patio para jugar, con los árboles y los animales que huyen les saquea el alimento. Más de la mitad de los niños del norte argentino son pobres, están mal (o des) nutridos, tienen hambre y toman agua sucia. Muchos de ellos forman parte de comunidades originarias, donde las mujeres no hablan la lengua blanca y las niñas se embarazan a los diez, a los once, tantas veces violadas por los criollos. El modelo de los agronegocios, que dejó sin montes, sin selvas, sin frutales a la mayor parte de los paraísos de estos pies del mundo, a ellos los dejó desnudos. Arrinconados. Y los niños se les van muriendo de a racimos, como decía Alberto Morlachetti. De a uno por mes, con suerte. Se les mueren a los wichis y a los qom y a los tobas de por ahí, por el norte, donde los chicos son pobres, sobrantes, desmedidos. Y se parecen tanto a los criollitos vecinos, que también tienen hambre y se les cuelan las bacterias en los pulmones y en la sangre.
Hace algo más de un mes se murió el bebé de noviembre en Rivadavia, el pueblo más pobre de Salta. Son buenas noticias cuando es uno por mes. A veces ese optimismo cae acribillado por dos o tres o cuatro muertes de niños deshidratados y con bajísimo peso. El bebé de noviembre tenía deshidratación, anemia severa e infección. Y un abandono feroz del Estado. Un abandono ancestral, que viene desde los confines de la historia. Se llamaba Rocío. Con apellido español, García. Pero era wichi de San Patricio.
Hace menos de una semana se murió Magdalena, la bebé de diciembre, en la comunidad chaqueña de Miraflores. Era una chispita qom que no llegó a encenderse. “Había estado en el Hospital de Miraflores el jueves y viernes anteriores porque andaba con fiebre y vómitos, pero el personal que se supone debe cuidar la vida de las personas le dijo a la mamá que la llevase a su casa nomás, y la mandaron de vuelta, y fue así que el domingo se nos fue”, cuenta la gente de la comunidad que ve amanecer tanta mañana con un niño menos.
Dijo el cacique Paz que él mismo la trasladó a Rocío en su chata desde la misión a Los Blancos, a 50 kilómetros. El fin de semana no hay enfermeros en San Patricio. No hay ni enfermeros ni infraestructura, ni salud, ni cosquillas en la panza para una nena wichi de San Patricio que se muere. Dicen los ministros y las ministras que Rocío había sido atendida en el puesto sanitario. Y que después la mamá “la llevó a un curandero”. Entonces el estado, en su displicencia e impiedad, deposita cuidadosamente la responsabilidad en el chamán. En el que recolecta yerbas buenas de los rincones preciosos de la selva. Donde los remedios están desapareciendo por los desmontes feroces de los mismos que le endilgan al chamán la muerte de Rocío.
El 65 por ciento de los niños es pobre en el Noroeste Argentino. En las comunidades arrinconadas por tierras yermas y de olvido, el número crece brutalmente. Desde el Centro de Estudios Nelson Mandela de Chaco, Rolando Núñez dijo que “la desnutrición es una endemia en el norte argentino, es sistémico”. Pero la culpa es del chamán.
A las 11 de la mañana del 18 de diciembre voló Magdalena Segundo. Tenía apenas nueve meses y aprovechó una nube pequeña que pasaba para irse a jugar.
Es hija de la Pache, Adriana Salvatierra, parte del Movimiento Qompi Voque Naqocta. Artesana de la cooperativa Onoleq Laxaraiq, de Miraflores.
No la cuidaron los que la vieron con fiebre y con vómitos y la mandaron a casa. La dejaron ir y cerraron la puerta cuando salió. Ni una sola ventana le dejaron abierta para que entrara otra vez a ese retazo de vida que le dejó la misericordia de los canallas. Como una sobra que desechó el resto. Entonces ella se tomó una nube. Y ahora es vecina de los pájaros.
A su muerte no la escribió nadie. No aparece ni en diarios ni en portales. Magdalena sólo existió para su pequeña comunidad, para la Pache y los algarrobos. Para los chorlitos y los biguás. Creen en su comunidad que “no le importó a nadie porque es niña indígena, pobre” y así crecería, si hubiera tenido una oportunidad: “más indígena, más pobre. ¿Y más rebelde tal vez?”.
Los bebés mensuales que se lleva la muerte son víctimas sistémicas. “Todo el norte argentino tiene tres endemias: la tuberculosis, el mal de chagas y la desnutrición”, dice Rolando Núñez. La que mata a los niños de cada mes es la injusticia. La desigualdad. La determinación de quiénes deben vivir y quiénes serán los descartes. La decisión precisa de qué niños contarán con un camino por donde seguir y qué magdalenas tendrán que tomarse una nube para ir buscando otro mundo que sea posible.
Pero volverán.
Y el día que vuelvan, fuertes y encendidos, habrá lugar para la esperanza.-
21 niños menos en 23 días
Publicado: 22 Marzo 2017 / Silvana Melo (APe)
El verano se devoró 21 niños wichis en las fronteras salteñas con la nada. Por ahí asoma Santa Victoria Este, como cayéndose en el Paraguay. Donde las comunidades wichis y criollas comparten la desgracia de la pobreza extrema. Pero los criollos hablan una lengua que se entiende en los hospitales y en las oficinas públicas. Y a veces toman a las chiquitas wichis como objetos. Que se usan y se tiran, aunque en poquito tiempo les empiece a crecer algo en la panza que a veces se convierte en una vida. Y otras, no llega. Como los doce bebés que en este verano brutal de Santa Victoria Este nacieron muertos porque sus madres languidecían de hambre y de sed, echadas en la tierra de sus chozas, cercadas por criollos y abandonos. Por desidias y alimañas.
“Caciques y dirigentes de las comunidades wichis y criollas” de Santa Victoria cortaban la ruta provincial 54 esta semana pidiendo que se fuera la jefa de enfermería del Hospital, dice El Tribuno de Salta. Hablaban de las 26 muertes que dejó el verano. Cinco adultos y 21 niños de menos de dos años. Muertes absolutamente evitables. Es decir, muertes con responsables. 21 niños de la comunidad que se murieron entre el 16 de diciembre y el 7 de enero. Sin leche buena ni agua segura. Sin cuna en casa ni cama de hospital. En un viaje sin paradas desde el infierno de acá a un cielo que nadie les garantiza. Sin nombres ni documentos ni partidas de nacimiento. Ni son ni fueron. No existieron. Por lo tanto no murieron. Un eficaz método del gobierno de Urtubey Macedo para reducir los índices de mortalidad. Aun en los 23 días más inflamados del chaco salteño. Cuando el futuro se reduce a una brasa humeante.
Mientras un folclorista, un diputado amarillo y un empresario francés se van quedando con las porciones de tierra donde moraban los espíritus, se abastecían los chamanes y crecían las semillas, ellos son arrinconados en tierras yermas y escasísimas. Donde no hay lugar para la sacralidad atávica ni para la huerta que mate el hambre.
A su lengua ni siquiera se la quitan: la vuelven baldía. No hay un traductor bilingüe en los hospitales. Y tantas veces no se entiende qué duele ni cómo se sufre. “Hay comunidades que no tienen agua potable. Nada. Ni un pozo”. Algunos compran centenares de metros de manguera “para traer agua de otra comunidad que tiene; es un recurso escaso”. Pero “cuando juntan a dos o tres chicos para llevarlos al hospital lo primero que le dice la doctora a la madre es por qué no le lavaste la cara. Es difícil responder. No tienen agua y no pueden usarla para el aseo. Sufren mucho, son muy maltratados y no confían en el sistema de salud”, dice Susa Peralta a APe. Es periodista en la FM Noticias 88.1 y conoce profundamente el dolor y el olvido.
Con el verano encendiendo mediodías de 40 grados, la falta de agua fue un criminal que se cargó, con una eficacia sistémica, a los más débiles. Consciente de su impunidad, eligió 21 niños en 23 días. Un niño por día en Santa Victoria Este. En una alteración escandalosa del 11,5 por mil que exhibe la mortalidad infantil en el país.
Caciques y dirigentes discuten los nombres de los funcionarios a los que se debería expulsar. Algunos son funcionales a Urtubey. Y la cizaña partidaria termina horadando la fuerza de un reclamo que debería ser aluvional.
Son doce bebés que nacieron muertos de madres atravesadas por las bacterias, los virus, los parásitos y el desamparo.
“Lo que ocurre en verano es que beben agua de los madrejones y eso les provoca diarrea y deshidratación grave. Son los hábitos higiénicos dietéticos de las comunidades wichis, más que ninguna otra etnia, los que generan estas problemáticas». Dijo Francisco Marinaro Rodó, secretario de Servicios de Salud. Son decenas de comunidades salpicadas en treinta parajes de Santa Victoria Este. La mayor parte no acceden al agua potable. «Mi gran ambición es que aprendan a lavarse las manos, a hacer hervir el agua, a cocinar y darles a sus hijos agua y comida segura», dijo el funcionario, entre la docencia y la impudicia. “Cuando hay una muerte por desnutrición al primero que se culpa es al padre o a la madre porque no lo llevaron al hospital”. Susa Peralta sabe que la culpa se desmorona sobre los fáciles. Los que no tienen palabra ni medio para defenderse. Y se van muriendo de a poquito, extinguidos, por responsabilidad propia.
Pero no sólo son hambre, sed, virus y bacterias. Es también la violencia por niñas, por mujeres, por vulnerables, por cuerpos apropiados, por objetos en basural. Se convierten en madres en plena infancia, nadie las asiste ni las cuida. “Las chicas de 10, 11 años son traídas silenciosamente en el avión sanitario a realizar partos. Que son de alto riesgo porque no están en condiciones de parir. Esto no trasciende. Nosotros –relata Susa Peralta- nos enteramos por los vuelos sanitarios, que llegan y parecen que no trajeran a nadie. Pero sí: traen a las chiquitas que paren y se las llevan de vuelta al paraje, ya madres, sin siquiera el trámite de documentación. Muchas no cobran la asignación porque los niños están indocumentados y no tienen ni partida de nacimiento”.
De todas maneras, el gobierno salteño suele no discriminar en estos casos: los criollitos que viven en los barrios periféricos suelen seguir la misma suerte que los niños wichis: “las salitas están desmanteladas, los chicos llegan a la escuela y se desmayan si no hay copa de leche porque no cenaron a la noche; si no desayunan a las diez de la mañana no aguantan. A la leche la retacean y en realidad le llaman copa de leche pero generalmente es mate cocido porque leche hay dos veces por semana. Y con suerte, acompañada por anchi”, un dulce de maíz con azúcar que suele ser la golosina barata de los niños en descarte.
Los chicos de la Salta profunda, de las comunidades devastadas, de los barrios que se caen de las agendas ministeriales, suelen pasar por las escuelas públicas. Pequeñas aulas satélite al aire libre y con bolsas como techo, donde un profesor se toma alguna chata ocasional o una paloma o su par de piernas para llegar a la nada. Donde sus alumnos están dispuestos a esperarlo los años que les dure la vida. Donde no hay privadas para optar ni matrículas carísimas que garanticen educación de excelencia.
Aquí el que sobrevive es un superhéroe sin poderes. Que pudo asomar la cabeza en el pantano que tira para abajo. Con una resiliencia que sólo transformará cuando sea colectiva. Y marche riéndose sin dientes ante la pavura de los funcionarios.-
Crisis Humanitaria del pueblo Wichí en Salta
Médicos Sin Fronteras debe tener una Misión Humanitaria en Salta
Seis niños muertos de desnutrición en menos de un mes y 26 internados por desnutrición crónica solamente en el Hospital de Tartagal, mientras el agronegocio sigue despojando a casi 100.000 nativos de sus bosques, de su agua, de su comida, de sus vidas.
Argentina, 28 de enero de 2020
La población Wichi, Qom, Iyojwa’ja y Niwaclé que habita desde siempre el este y noreste de Salta y el oeste de Formosa y Chaco se encuentra en CRISIS HUMANITARIA crónica desde hace años, situación que se profundizó en forma de catástrofe en los últimos 10 años en que el agronegocio desmontó 1.200.000 hectáreas del bosque salteño que ocupaban armoniosamente estas poblaciones. Hoy sin monte que les de refugio y alimentos, se acumulan en pueblos y villorrios sin agua, sin alimentos y con profundas dificultades para adaptarse a la nueva situación. Estos pueblos han sido históricamente cazadores-pescadores-recolectores y requieren de nuestra sociedad un trato humanizado con contenido intercultural y de género.
Mapa de la región Wichí y otros pueblos chaquenses y en rojo la zona de bosque desmontada entre 2000-2018
La crisis humanitaria es tan grande que en lo que va del año han muerto 6 (seis) niños a causa de la desnutrición, pero solamente el Hospital de Tartagal tuvo 26 niños wichís internados por desnutrición crónica en este mes.
La situación sanitaria es gravísima, el hambre y el strees del despojo para un pueblo tan manso es terriblemente traumatizante, la desnutrición es generalizada, y niños con marasmo y kwashiorkor al estilo africano se detecta en casi todas las comunidades, la tuberculosis y el chagas tiene índices de incidencia altísimos, la mortalidad materna se sospecha que es muy elevada también.
Un grupo de médicos y antropólogos que conocemos la realidad de la región reclamamos que Médicos Sin Fronteras (MSF) se instale en este territorio, esta crisis humanitaria es similar a la de los refugiados africanos en Europa y peor aún. La respuesta del estado nacional y provincial ha sido totalmente insuficiente para ayudar a los pueblos nativos despojados de sus bosques. Incluso el gobierno de Urtubey siguió autorizando desmontes a favor de grande grupos sojeros en el lugar y sus equipos de salud en el terreno son muy escasos y no cuentan con recursos suficientes ni capacidad para enfrentar la crisis humanitaria. La única posibilidad es que una organización humanitaria honesta, eficiente e imparcial como MSF se instale en la zona y desarrolle acciones de contención sanitaria y de infraestructura básica, hasta que los argentinos podamos reconocer y dar una respuesta al problema que nuestro sistema productivo está generando a esta población que se estima entre las distintas etnias de casi 100.000 personas.
Un grupo representativo de caciques de estos pueblos envió una nota a MSF pidiendo una Misión exploratoria en su territorio, que se adjunta a esta declaración.
Esperamos que MSF, organización que cuenta con el apoyo de miles de aportantes argentinos y decenas de médicos y técnicos argentinos que cumplen tareas solidarias por todo el mundo como miembros de este organismo, sea solidario con nuestros hermanos wichís, y esperamos también que los gobiernos del Presidente Alberto Fernández y del Gobernador Gustavo Sáenz acepten la misión de MSF en territorio Wichí y que preste toda la colaboración que la Misión requiere.-