Y SIGUEN LAS MUERTES

20/01/2020 | Revista Norte

Velatorio del niño wichí de La Mora – Dpto San Martín, Salta- fallecido por desnutrición el pasado 7 de enero

La muerte de otra niña del departamento Rivadavia, en Salta, está develando lo terrible que puede ser estar gobernados nuevamente por la oligarquía en la provincia.

Por más interés que se haya demostrado con el arribo del Ministro de Desarrollo Social de la Nación a la provincia y las mejores intenciones de asistir a la población hambrienta, se nota un silencio de vacaciones con olor a indiferencia; que se interrumpe con la aparición de un nuevo caso, pero esta vez de escasa repercusión.

Quizás sea la manera de ir perdiendo el asombro y la indignación, una forma de ir acostumbrándonos y viendo como algo normal la muerte evitable; sin analizar ya sus causas ni sus consecuencias.

La banalidad de la muerte que, para algunos ricos y no tantos, resulta ser un juego, una diversión, un entretenimiento; como el del cordero que hicieron volar por los aires y caer en una piscina del fondo de casa en Punta.

En Salta, siempre los gobernantes de turno y sus funcionarios justificaron esas muertes fruto de la extrema pobreza y el acaparamiento de nuestras riquezas en manos de pocos, incluidos ellos.

Se escuchan, desde hace tiempo, los comentarios y declaraciones más disparatadas para ocultar la terrible realidad de la inequidad.

Recuerdo que hace unos años estábamos discutiendo en el Prohuerta cómo podíamos cultivar alimentos orgánicos pero que puedan sacar adelante a los niñitos de la desnutrición, y junto a un técnico se investigó sobre las bondades del arroz y las variedades que podíamos cultivar en Salta. Cuando fuimos a presentar a nuestras autoridades provinciales en la Institución esa idea, para nosotros brillante, nos contestaron: “¿sabes lo que voy a hacer con tu arroz?”, y expresó una frase irreproducible.

En otra oportunidad, en una reunión de funcionarios provinciales para abordar el tema de la desnutrición, alarmados más que ahora porque se habían contabilizado cerca de 12 muertes, todos los presentes concluyeron que los niños se morían porque las madres no les lavaban las manos. Recuerdo una expresión de una de las funcionarias de mayor jerarquía que hablaba en un subido tono diciendo: “hay que decirles de una vez, para que reaccionen… Señora! Su nene come caca!”. Habían llegado a la conclusión que todo era falta de higiene, entonces lanzaron una serie de folletería sobre la limpieza y la higiene que debía llegar hasta el último rincón de la provincia, una verdadera cruzada. Alguien preguntó sobre cómo hacer en lugares donde no había agua, entonces se acordó en convocar a Recursos Hídricos de la provincia, que cuenta con cerca de un centenar de geólogos, y gestionar los fondos de Nación para los proyectos de agua. De esa manera y con el tiempo se fueron recepcionando millones de pesos para los lugares donde no había agua.

Pero a ciencia cierta ¿cuántos eran los niñitos? Eso se quería saber. Entonces Primera Infancia largó la encuesta que lo determinaría en forma mucho más certera. Toda la información necesaria, no solo de los desnutridos y malnutridos sino de los que pronto lo estarían.

Recuerdo cuando fueron al departamento Oran, al ver tan compleja y concienzuda encuesta, de preguntas tan personales, a los jóvenes encuestadores se les dijo que se podían responder siempre y cuando se pueda acceder a los resultados, y prometieron entregar la información una vez que se sistematice. Hasta dejaron un teléfono, que nunca respondieron.

En otra oportunidad, en reunión ampliada, autoridades provinciales y locales de la zona norte de Salta acordaron que el problema era más bien cultural y educativo; que las mujeres, de pura ignorancia, no sabían cocinar y desconocían lo que debían darle a los niños para alimentarlos. Entonces se armaron los cursos de cocina con chef* para enseñarles a las madres de niños con hambre cómo debían cocinar. Ahí también algunos opinaron que las madres no tenían los ingredientes ni la cocina ni el gas ni la leña.

Hace poco, conversando con una mujer desplazada y migrante de la zona periurbana de un barrio periférico del departamento Orán, me comentaba los motivos de su mudanza.  Ella vivía en una de las colonias del Tabacal junto a otras 100 familias aproximadamente. Como la empresa necesitaba ese espacio para cultivar más caña, comenzó a exigirles a los trabajadores que se retiren del lugar, por lo cual uno a uno fueron migrando a Pichanal, Oran, Yrigoyen, etc. Y se fueron instalando en los barrios periféricos o asentamientos. Solo ella se resistió a irse, porque pensaba: qué voy a hacer en un asentamiento, qué vamos a comer. Tenía sus hijos chicos en ese momento. En ese lugar y a escondidas, cerca del río Santa María, ella cultivaba su cerco: maíz, zapallos, mandioca, batata, porotos, sandía, melón; y entrado el invierno, las verduras que necesitaba para cocinar. Con el sueldo de su marido, compraba en el pueblo lo que le faltaba y de ese modo, nunca pasaron hambre, decía. Fue así que por muchos años, permanentemente, fue hostigada para que se retire; hasta amenazada con topadoras. Ella estaba dispuesta a morir en ese lugar de vieja y no de hambre en un asentamiento. Solamente cuando sus hijos fueron grandes y murió su hija de un cáncer, abandonó el lugar. Ella ahora se arregla con la pensión de su compañero, y me cuenta  con su gigante sonrisa que de vez en cuando y a escondidas va al río a bañarse y camina entre las ruinas de los caseríos y cañaverales. Lo que más extraña es el río, es como si le hubieran cortado las venas. “El río es todo para nosotros los guaraníes, él nos alimenta siempre”, expresa.

Esta pequeña historia, y cuantas otras que hay, nos debería obligar a los salteños a poder de una vez por todas encontrar las verdaderas soluciones al hambre, para evitar las muertes presentes y futuras.

Cambios estructurales profundos se necesitan, y dejar de echar la culpa a las mujeres pobres -sean criollas o indígenas- del hambre de sus hijos.

Hoy tenemos viviendo a la gran mayoría de las familias en lugares periféricos de pequeñas y grandes ciudades.

El relevamiento territorial fue otra gran estafa, el censo de pobres también; y las escasas políticas publicas alimentarias nos muestran el fracaso una vez más.

Es la hora de pensar en la soberanía alimentaria, que incluya el acceso y el derecho a la tierra, al agua, a las semillas, al trabajo.-

Por Alcira Figueroa para Revista Norte

Nota:

*En Salta, algo sabe mal. Urtubey paga Millones a su chef por el programa `AlimenDar

 

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