Para el Ministro de Educación, racimos de chicos aparecen desde los confines de los barrios, atacan los cajeros electrónicos, cobran la asignación por hijo y se sumergen en el mercado negro para comprar balas.
POR SILVANA MELO / APE
En el conurbano es fácil conseguirlas: Facebook, esquinas claves, armerías truchas, policías que proveen por izquierda. Es decir: lo que algunos definen como plan social no tiene otro fin que financiar a la pequeña delincuencia, una perfecta creación sistémica. La de los niños que crecen atravesados por la hoja filosa del Estado que les mutila el futuro y los deja solos. En el abismo de la calle.
El drenaje que antes fue pensado por Ernesto Sanz (UCR Cambiemos) como “la cloaca del juego y de la droga”, suma ahora a las balas. Los planes sociales no alcanzan más que para pagar el IVA de la leche diaria que prepara los huesos con calcio. Para que no se quiebren en la fuga de los perros que les larga el Estado ante la primera rebeldía. Y la AUH, que cobran las madres y no los niños, está claro que no se para a la altura de la dignidad. Que puede acotar el hambre pero nunca las carencias de raíz y de origen que no construyen capital social y cultural. La multidisciplinariedad de la pobreza supera ampliamente la mesa despoblada a la hora de la cena. Es también el encierro en barrios desde donde no se les permite salir. Es la falta de agua cristalina, de comida con nutrientes, de un desarrollo cognitivo que les permita ir a una escuela central. Es la carencia de una educación que les multiplique los escalones para subir y los ilumine y no que baje con ellos al sótano para legitimarles la oscuridad.
Quitar los planes y devaluar la AUH es criminal en un país con trece millones de pobres (dos millones más en nueve meses). Con 1.200.000 gentes en la pobreza, en la indigencia y al borde del abismo en la ciudad más rica del país. Con la mitad de los adolescentes que no logran comprender el texto que leen. Con el 40% de los trabajadores en negro (es decir, inexistentes para el Estado y para los sindicatos y para la futura jubilación y para el derecho de vacaciones y para la cobertura de salud). Con un analfabetismo funcional para la tecnología, la comprensión de contratos y papeles a firmar que les pueden condicionar la vida. Con viviendas precarias en villas sin calle ni servicios ni domicilio confiable para los que viven afuera. Con salud pública que no controla embarazos, que deja caer los dientes, que avala el cambio de hierro por plomo en la sangre de los que viven entre la basura.
«Yo no conozco a nadie que gane un plan de $ 880 por mes que no quiera trabajar si le ofrecen un trabajo en el que le van a pagar 15.000 pesos”, dijo el jesuita Rodrigo Zarazaga en el coloquio de IDEA. Y produjo una picazón incómoda en la blindada piel empresarial. Donde nada lastima ni deja marcas. Pero por las dudas le dejaron en claro que hay cosas que no se dicen en ciertos ámbitos de poder. Por un rato se asomó el descarte en el coloquio de la riqueza concentrada.
Tal vez Juan Manuel Urtubey, en su conchabo como lobbysta de la Magic Software –la compañía que implementa el voto electrónico- debió haber probado a los chicos de la cuenca Matanza – Riachuelo para demostrar la sencillez del procedimiento. El plomo en sangre, la mala nutrición, la escuela expulsiva, la calle, el paco, hacen complejo el discernimiento. O bien podría haber importado desde los arrabales salteños a los niños wichis, olvidados y malnutridos, que suelen morir de deshidratación, que suelen crecer a duras penas, arrinconados en tierras yermas y tóxicas que el poder generosamente les cedió. O niñas wichis de once años, con un embarazo sin controles, violadas por criollos y apiladas entre los residuos humanos de la modernidad, el establishment, el empresariado de Idea, el modelo sojero, los gerentes y los funcionarios ad hoc.
Pero en el país donde centenares de miles de niños tienen hambre (a pesar de que el alimento para los cerdos chinos brota en las banquinas), el Ministro de Educación se ausentó a Japón pero antes dejó una metáfora porcina para abordar la maravilla del compromiso: la gallina que aporta apenas sus huevos y el cerdo, que concede su tocino. Es decir, su vida misma.
La clave es que los niños cuenten con las herramientas para destrabar la contraseña de la felicidad. El chip de la transformación. Y dejen de ser la panceta y los huevos revueltos que desayuna el poder.-