OTROS RESPONSABLES DE LAS MUERTES POR HAMBRE EN EL NORTE DE SALTA
Lo cuenta en primera persona una de las técnicas del Programa Prohuerta que estuvo años en la institución y que sufrió hostigamiento y persecución hasta abandonarlo.
Las muertes por hambre en Salta siguen repercutiendo mientras se van conociendo cada vez más datos de la devastación. En este caso se abordan las responsabilidades socioalimentarias desde la experiencia que en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) conoció una de sus técnicas, la Licenciada en Antropología Especializada en Desarrollo Humano Sustentable y Magister en Políticas Sociales, Alcira Figueroa.
«En esta época y desde octubre hasta del año 2.015 se compraban las semillas madres de maíz, de arroz, algunas estacas de mandioca, de batatas, producidas en Orán, Mosconi y Tartajal con fondos que llegaban desde Desarrollo Social de la Nación vía Fundación Argeninta y que los administraba el INTA.
Si bien el Prohuerta es un programa nacional que nació en 1990, este fue modificándose a lo largo del tiempo en la medida que iba involucrándose en las distintas realidades locales y de acuerdo a las políticas sociales que se implementaban desde los gobiernos a nivel nacional.
Se tomó la plataforma del plan alimentario de Cuba, país con hambre cero, modelo para el continente y el mundo. Una débil copia es la que teníamos, ideada en ese entonces por el reconocido Ingeniero Daniel Díaz y algunos técnicos del INTA. Para tener una idea, en Cuba en su momento tenían más de 10.000 técnicos de distintas especialidades y nosotros solo llegamos a 1.000 en todo el país.
Institucionalizado en un organismo que en sus inicios, en la época de Perón, se perfilaba como una herramienta del desarrollo rural pero que en la época de Onganía se orientó para los grandes productores, para facilitar la implementación de la revolución verde en el país.
Manejada en su totalidad por hombres, Prohuerta apareció como ‘la hija adoptiva y díscola’ dentro de su estructura nacida para trabajar con pequeños productores, campesinos y campesinos sin tierra de las grandes ciudades; desde la agroecología y en la búsqueda incesante de hacer realidad no solo la seguridad alimentaria sino la soberanía alimentaria.
Néstor y Cristina supieron ver en el programa un gran potencial. No voy a olvidar lo primero que hizo Néstor cuando asumió: entregar vehículos a cada unidad de INTA para el trabajo del programa además de pasar a planta del Estado a los técnicos e incrementar año tras año el presupuesto destinado a atender las zonas rurales, periurbanas y urbanas relacionadas a la producción de alimentos.
Para ese entonces ya no se trataba solo de la huerta europea de coles sino que debíamos ir más allá, cambiar nosotros la visión, trabajar desde el desarrollo rural, el desarrollo sustentable, el territorio, lo multiétnico. La comunicación comunitaria y el agua, fueron siendo también prioridad para lo cual, junto a otras instituciones y organizaciones pero principalmente con los actores locales, se llevó a transformar en proyectos y a gestionar los financiamientos.
Fue en muchos casos, como el mío, un renacer de la militancia. Muchos años coordiné el programa en la provincia y expresé en varias oportunidades dejar la función pero no el programa y no se me dio la oportunidad. Concursé en dos oportunidades, primero un cargo nacional y luego como directora de INTA Yuto; entendiendo que una persona muchos años, más de 15 en la misma tarea, necesita para su bien y la de su equipo renovar las funciones.
La noche se nos vino en el 2016. No solo para mí sino para las acciones que hacíamos en el territorio junto con otros técnicos como los de Agricultura Familiar, Senasa, entre otros. Fuimos perjudicados en todo sentido. Para el caso del Prohuerta, debo decir que Macri no redujo tanto los presupuestos pero se aprovechó desde el INTA, al menos, en Salta y Jujuy a través de su Director, José Minetti, con anuencia del Coordinador Nacional, Diego Ramilo, para destinar esos recursos a otros fines. Para lograr eso antes se debía descabezar el programa, desarmar las oficinas, el equipo de trabajo y ejercer todo tipo de maltrato, persecución, más desprestigiar a las personas. Resistimos hasta donde la salud nos dio. Cuando me preguntan si me siento responsable de la muerte de los niñitos wichis y de los internados a punto de morir en Orán y Tartajal, digo que sí lamento mucho haberme enfermado, no haber gritado lo suficiente, no haber trabajado lo suficiente para revertir esa concepción colonialista, misógina, de gringos atropelladores y avasalladores que nos despojaron permitiendo esas muertes. Esos 50.000 pesos para comprar 2.000 kilos de semillas de maíz y algo más para comprar otras, ya no están. Cerca de 500 hectáreas dejaron de producir alimentos en los departamentos de Orán, San Martín y Rivadavia. Cerca de 5.000 familias campesinas y urbanizadas se dejó sin asistencia del Estado.
Muchos, hasta los mismos funcionarios, nos decían: «hasta cuándo van a entregar semillas», protestaban; y yo pensaba, por qué no se preguntan ¿hasta cuándo van a financiar y dar subsidios a las grandes empresas?
Estoy triste y siento mucho dolor porque lo más grave de todo es que esa gente, que hoy maneja aquí esa honorable institución que le ha dado mucho al país, se dio el lujo de devolver el dinero que vino para las obras de agua el año pasado, entre ellos seguramente un proyecto de la comunidad de Trementinal donde falleció una directora de escuela y donde pululan los niños desnutridos y enfermos por parásitos al beber el agua estancada.
Habiendo recibido 40 millones en 2.019 y 13 millones para los proyectos, devolvieron el dinero!!
A veces me pregunto si tienen algún sentimiento, alguna sensibilidad, de qué están hechos: Muchos porteños hay en la institución. Vienen, se hacen jefes rápidamente, no entienden las culturas, malversan; habiendo tantos profesionales, técnicos, campesinos criollos e indígenas que están preparados para conducir una institución. Por dar ejemplo, el jefe nacional que se fue a hacer la huerta en olivo para congraciarse con Macri, tiene un hotel de turismo europeo en los Valles Calchaquíes. Otra estuvo unos años y se volvió a Buenos Aires, puso un restaurant de alta cocina en la costa. Así ellos vienen, están unos años y se hacen ricos o viajan por el mundo entero. Quizás una innovación en las instituciones sea que nosotros mismos, los locales que padecemos los males, podamos resolverlos ya que sabemos cómo hacerlo.
Aprendí eso trabajando con los pueblos originarios. Ellos nos dijeron dónde hacer los pozos, cómo hacerlos y también orientaron los paneles solares debidamente, con su sabiduría ancestral».-
Por la Lic. Alcira Figueroa para Revista Norte
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