Afiches contra Nisman. La patética ofensiva para defenestrar la denuncia del Fiscal muerto

23/03/2015 | Revista Norte

 

afiches contra nisman

Los afiches contra Nisman, un mensaje para los que están vivos

El afiche formalmente anónimo usado para empapelar el centro porteño fue la exhibición más patética de la ofensiva para defenestrar a Alberto Nisman después de muerto. “#Todos somos Nisman?”, decía debajo de una enorme foto privada del fiscal junto a modelos. No había alcanzado con difundir antes esas imágenes ni tampoco con las declaraciones de funcionarios y otros exponentes cristinistas que circularon en esos días. Había que mostrar hasta dónde puede llegar esta disputa que algunos de sus protagonistas definen como una guerra, decisiva, en primer lugar para el presente y el futuro cercano de la Presidenta. La señal fue que no hay límites.

Esa consideración más global del conflicto que hace el núcleo duro del oficialismo indica, entre otras cosas, que los carteles sin firma son además una advertencia más amplia para jueces y fiscales. Importa la denuncia de Nisman –que esta semana tendría resolución en la instancia de la Cámara Federal– y la investigación sobre la muerte del fiscal, pero también y mucho inquietan otras causas, como la referida a los negocios hoteleros de la familia presidencial, que altera los nervios de Olivos.

La pegatina de los referidos carteles también desarma el discurso del Gobierno sobre el cambio de ambiente o de prácticas luego de rebautizar por segunda vez a la SIDE. Los métodos oscuros de los juegos de presiones y campañas descalificadoras siguen en pie. Es una obviedad para cualquiera que circule en la política, pero si hacía falta, es una señal evidente hacia la sociedad. Y hacia los integrantes de la Justicia, o del Poder Judicial, como prefiere la Presidenta.

El cristinismo se repite en sus operaciones. En el discurso, dice que no le preocupa la vida privada de Nisman y argumenta que sólo cuestiona el uso de fondos y otras conductas que ensombrecerían la causa sobre el más trágico ataque terrorita perpetrado en Argentina. Pero los insultos del jefe de Gabinete, Aníbal Fernández; la difusión de las fotos y los afiches exhiben otra cosa: el verdadero y doble objetivo es demoler la imagen de Nisman, para descalificar su denuncia y enlodar la investigación sobre su muerte. La propia Presidenta había abierto ese camino cuando sugirió que podía ser el desenlace de una relación “íntima”.

Cuesta creer, teniendo en cuenta el accionar de esos “servicios” –los enemigos y los que siguen siendo amigos– que Olivos no tuviera carpeta alguna sobre el uso de fondos que se le adjudica al fiscal muerto y, seguramente, sobre su vida privada. Pero en todo caso, los presuntos manejos irregulares en la fiscalía especial, que serían el punto que interesa, ¿no fueron advertidos antes? ¿No merecían atención o eran parte del “capital” informativo guardado para eventuales operaciones de presión?

Pero hay además una cuestión de fondo, enraizada en un retorcimiento ideológico. El cristinismo, se ha dicho, actúa siempre colocándose en un lugar de superioridad ética y moral, y descalificando en espejo al adversario, considerado siempre un enemigo. El mecanismo no es nuevo en términos históricos, ni tampoco termina allí: esa presunta superioridad está asociada a la idea de que su razón de ser es un bien supremo, intrínsecamente inmaculado, que transfiere legitimidad y pureza a todo lo que se haga en su nombre, aunque algunas de sus acciones no sean ni puras ni buenas. Todo estaría bendecido por el objetivo superior de su política.

El cristinismo expone de manera explícita o sugerida que su pretendida preeminencia ética estaría sostenida por el tardío abrazo a la causa de los derechos humanos. Algunos de sus voceros agregan ahora que la ofensiva sin límites sobre Nisman estaría justificada además por la defensa de la memoria de los muertos en el atentado contra la AMIA. Como de manera orwelliana también reescribe la historia de este ciclo, conviene no recordar o tachar en el archivo que la designación de Nisman –que no estuvo entonces exenta de objeciones– fue obra de Néstor Kirchner.

Visto así, para el universo cristinista no resulta un dato menor que Hebe de Bonafini se haya anotado entre las primeras en cargar ahora contra el fiscal, además de descalificar el reclamo para que sea esclarecida su muerte. “¿Dónde están los que decían Todos somos Nisman?”, ironizó el jueves en la ronda de Plaza de Mayo. No fue dicho al pasar: esa frase fue utilizada en el título de la gacetilla de prensa distribuida por Madres de Plaza de Mayo.

Los carteles contra el fiscal muerto aparecieron en el final de una semana cargada de tensiones en el mundo judicial. Ger- mán Moldes, el fiscal de Cámara, expuso ante el Tribunal, solicitando que se investigue la denuncia presentada por Nisman contra Cristina Fernández de Kirchner, el canciller Héctor Timerman y allegados al Gobierno. La situación sería resuelta en los próximos días por la Sala I de la Cámara Federal, integrada por Eduardo Freiler, Jorge Ballestero y Eduardo Farah.

Todos los focos están puestos sobre ellos. Son días que combinan, especialmente en el fuero federal, intentos de negociaciones y fuertes presiones por parte de operadores oficialistas. El caso Nisman tiñe todo: se trata de una batalla amplia y aún con muchos meses por delante. El afiche tiene más de un destinatario.

El afiche contra Nisman es además un mensaje a jueces y fiscales: no hay límite alguno en esta pelea. “¿Dónde están los que decían Todos somos Nisman?”, se sumó Hebe de Bonafini. La artillería funcionó a pleno.

 

Clarín edición impresa / 23 Mar 2015 / Eduardo Aulicino

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