La discusión se instaló entre globalización y proteccionismo, lo que asumió estado público con el Brexit, el trumpismo y el nuevo papel de China en el sistema mundial.
Por Julio Gambina, economista
En las dos potencias históricas de la hegemonía capitalista, GB y EEUU, apareció el límite de la panacea aperturista por la que bregó el discurso hegemónico a la salida de la crisis capitalista de los años 70 y China, asume la bandera de la apertura para consolidar la ampliación de su eso en la economía mundial.
Aquel relato liberalizador de la escuela de Chicago en EEUU, pregonaba los beneficios de la libertad del movimiento internacional de capitales, más aun con la consagración del Nobel de Economía otorgado por la academia sueca a Milton Friedman en 1976, el mentor de Freedom to choose (libres de elegir).
Con estos lauros, el ensayo neoliberal se inició en el Sur de América, terrorismo de Estado mediante, para consolidarse con la restauración conservadora de Thatcher y Reagan en el cambio de los 70 a los 80 del Siglo XX. Son los años del cambio en China, desde 1978 bajo la dirección de Deng Xiaoping.
Son los mismos territorios, GB y EEUU, casi cuatro décadas después, que desandan el camino del mensaje por la liberalización y disputan consenso bajo lenguaje proteccionista y nacionalista. El auge neoliberal se construyó entre mediados de los 70 y la emergencia de estos fenómenos en GB y EEUU desde 2016.
La guerra comercial entre EEUU y China es expresión de estos debates y disputas de la hegemonía del sistema mundial.
El desorden en Europa
Todo el andamiaje de la regionalización y globalización se desmorona y se hace visible al interior de la más antigua experiencia: la Unión Europea, un club del que no se puede salir, tal como quedó manifestado hace poco en Grecia, con ajuste más allá de la voluntad popular plebiscitada.
Hay que ver cómo le cuesta salir a Gran Bretaña de la UE, y aun cuando quisiera desarmar el Brexit, saben que volverían derrotados y a una mayor subordinación respecto de la burocracia gobernante en Bruselas.
Estalla la Unión Europea y se visibiliza en variadas fenómenos de luchas populares y de emergencia de viejas ideologías políticas, las que reivindican al fascismo y son funcionales a la derecha clásica. Pretenden restaurar la normalidad del capitalismo amenazado por demandas sociales que las clases dominates no están dispuestas a satisfacer.
Los chalecos amarillos y su masiva movilización en Francia discuten la austeridad y la política favorable a las ganancias y la acumulación, auspiciada por un gobernante que se autodefinió en campaña electoral “ni de izquierda ni de derecha”.
El pueblo en las calles discute el orden y desestabiliza la lógica del discurso hegemónico por décadas. No queda claro quien hegemonizará esas luchas, pero a izquierda y derecha se busca en el marco de la masiva movilización la disputa de la conciencia social.
Derecha e izquierda se re-significan en el debate por el presente y el rumbo del futuro. La división entre izquierdas y derechas no nos remiten a la historia de la revolución burguesa y a la vieja Francia, sino que reaparece bajo nuevas condiciones en distintos momentos de la lucha de clases.
Se trata de Grecia, de Gran Bretaña, de Francia, pero también de Italia, de España o de la propia Alemania, la que manda e impone condiciones en la Unión Europea y marca el rumbo del euro y la política monetaria.
La Unión Europea está desafiada por brotes nacionalistas y crisis diversas que ponen en discusión verdades hasta hace poco irrefutables sobre la integración y la regionalización. Por más que intenten disimular y se establezcan condiciones sociales, la integración capitalista bajo la UE hace agua.
¿Cómo andamos por América?
No es distinto con los tratados de Libre Comercio suscriptos en los últimos años. Empecemos por el Nafta, el Merconorte entre EEUU, Canadá y México, que acaba de alumbrar un nuevo marco institucional en ocasión de la reunión del G20 en Buenos Aires.
La nueva institucionalidad responde a las necesidades de la política exterior de EEUU con un Trump que demanda América First.
Además, como si fuera poco, el nuevo acuerdo se suscribió en el último día del gobierno del PRI en México, condicionando a la nueva gestión de Andrés Manuel López Obrador, asumido al día siguiente bajo un tratado de la dependencia y la subordinación. Eso responde a una lógica de defensa de las inversiones del proteccionista que habita la Casa Blanca en Washington.
El proyecto del ALCA fue derrotado en 2005, tanto en la Cumbre de Presidentes, como en las calles por el movimiento popular y la Cumbre de los Pueblos, habilitando un nuevo tiempo de integración alternativa, no subordinada, cuyos mayores ensayos fueron el ALBA-TCP, la CELAC y un conjunto de iniciativas que suponían, entre otras cuestiones, una nueva arquitectura financiera con el Banco del Sur como insignia, que nunca logró su materialización.
Los proyectos comunicacionales, de salud y educación, de investigación compartida y especialmente en el área de la producción y el desarrollo entusiasmó a diversos movimientos sociales, culturales, políticos; a una intelectualidad y a la comunidad profesional que se preparaba para un nuevo tiempo en materia de cooperación y rebase de las fronteras nacionales en favor de resolver añejas necesidades populares.
El proyecto de liberalización encarnado en el ALCA, los TBI (Tratados Bilaterales de Inversión), o los TLC (Tratados de Libre Comercio) no podía permitir el avance de la esperanza transformadora bajo el discurso de la integración alternativa.
Con la experiencia acumulada por bloquear cualquier intento de transformación social, ejercido por décadas contra los intentos socialistas, que en la región se evidencia con el bloqueo a Cuba, el imperialismo ejerció el boicot de todos y cada uno de los procesos de cambio en la región.
Es cierto que la tarea la facilitaron las debilidades, errores y horrores de los procesos de cambio, sin perjuicio de la falta de articulación, coordinación y objetivos comunes para superar nacionalismos estériles que atrasaban las mejores iniciativas de la integración alternativa, especialmente en materia de producción y desarrollo.
Vale pensar al Mercosur, surgido en el auge neoliberal, reformado bajo la experiencia del cambio político a comienzos del Siglo XXI, incluso incorporando a Venezuela luego del rechazo al ALCA. Con los nuevos tiempos de la contraofensiva de derecha el gobierno de Caracas fue desactivado de la pertenencia al Mercosur, intervención de la OEA mediante.
Pero más allá de idas y venidas, el nuevo gobernante de Brasil, Jair Bolsonaro anticipa que la región no será su privilegio en la política exterior.
Aun coincidiendo en cuestiones de fondo con el gobernante en Argentina, Bolsonaro no participó del convite al G20 y Macri le retribuye con ausencia en la asunción presidencial de aquel.
Claro que igual se encontrarán a mediados de enero porque “negocios son negocios” y ninguno puede obviar el carácter estratégico del comercio bilateral, favorable a Brasil, por supuesto.
El Merconorte y el Mercosur están en terapia, en proceso de adecuación a los nuevos tiempos y aún queda abierta la agenda de inserción en la lógica globalizadora o proteccionista que define la guerra comercial entre EEUU y China e impacta en Nuestramérica.
Partir de la acumulación para retomar el rumbo por otra integración
Desde La Habana llegan informaciones de la Cumbre del ALBA-TCP que intentan, aun en la ofensiva de la derecha, defender lo logrado bajo el espíritu de la integración no subordinada.
Se reconoce el papel de la intromisión imperialista en los procesos nacionales de cambio, ya no bajo las viejas formas del golpe militar, sino vía el accionar judicial, el lawfare, o parlamentario, a lo que debe adicionarse el mecanismo del accionar de las redes y medios con noticias falsas que promueven un sentido común contrario a toda estrategia de trasformación social.
Insistamos que mucho del accionar de las derechas se sustenta en límites de los procesos de cambio, tengan los matices que tengan entre sí, pero al jugar la política alternativa con las reglas “democráticas” que impone la dominación, es ésta la que condiciona y termina ganando, imposibilitando cualquier horizonte de sentido común favorable al cambio.
Las cartas están jugadas. De un lado se procesa la discusión en torno a la globalización o regionalización que impondrán desde la disputa hegemónica y que nos permite los siguientes interrogantes.
¿Será desde China y su apuesta por la apertura y la globalización? ¿Será desde EEUU o GB y sus lógicas de renovada protección de sus negocios fronteras adentro? ¿Podrán sostener a la UE desde el poder burocrático en Bruselas o del Banco Europeo? ¿Se consolida la estrategia de nuevos TBI o TLC?
Pero del otro lado está la experiencia acumulada en institucionalidad y conciencia social en camino de una integración no subordinada.
Acaba de surgir una articulación regional de movimientos populares en red que pregonan “Latinoamérica mejor sin TLC”, inspirando una campaña continental con pretensión de articular voluntades globales para un rumbo no capitalista en el ámbito mundial.
¿Puede ese movimiento confluir con las renovadas expectativas generadas en Cuba con el ALBA-TCP?
No se trata de cuestiones de organización de movimientos y lógicas de gobierno, sino de instalar en la conciencia social un sentido común crítico a lo que supone el libre comercio, incluso en su perspectiva contradictoria entre globalización y proteccionismo.
Se trata de alumbrar nuevos rumbos que antepongan alternativas al modelo productivo y de desarrollo capitalista, con la economía familiar y comunitaria; la soberanía alimentaria y energética; el feminismo económico y el cuidado del medio ambiente desde el eco-socialismo.
Es la búsqueda de horizontes de liberación que anidan acumulados en la experiencia popular por años y que se requiere puedan articular en la resolución de una crisis que es civilizatoria.-