Cómo llegó Santos al acuerdo con las FARC

09/09/2012 | Revista Norte

Errores y triunfos

Cómo llegó Santos al acuerdo con las FARC. Las diferencias con Uribe. Militarización vs. diplomacia. El rol de Estados Unidos y el futuro de la región. La lucha contra los carteles.

Por Dante Caputo

El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, está llegando al fin de una tarea que la mayoría de los analistas creía imposible: un acuerdo con las FARC. Este posible final es la culminación de una larga historia de fracasos, errores y muerte. También un período marcado por la intensa intervención de los Estados Unidos en la vida colombiana.

Las consecuencias de este triunfo para Colombia y para nuestra región son importantes. No lo son menos las lecciones que podremos extraer para la política en general y sobre la manera de actuar de los gobernantes. Este es el tema más relevante sucedido en Sudamérica en los últimos años.

En 2011, el ex presidente español José Luis Rodríguez Zapatero llegó a los históricos acuerdos con ETA. Ahora, Santos se aproxima a la paz. Curiosamente, estos hechos no recibieron la cobertura y el debate que merecían. No se escribió sobre ellos ni el uno por ciento de la tinta que hicieron correr los desastres que causaron a pesar de que alcanzar la paz sea más difícil que continuar con la violencia.

Conocí a algunos de los actores de esta historia colombiana. No recuerdo bien cuál fue el tema de las negociaciones pero, en todo caso, se hacían en Colombia. Así, pude conversar con el entonces presidente Alvaro Uribe y con su ministro de Defensa, el señor Santos. Cuando la Corte Suprema rechazó el procedimiento que intentaba el señor Uribe para alcanzar un tercer mandato, el ministro Santos se convirtió en candidato y luego en presidente.

Los encontré varias veces. Uno y otro me impresionaron, Uribe parecía permanentemente obsesionado, era un rostro que mostraba la ausencia prolongada de algún tiempo de calma. Santos, en cambio, hablaba poco, sus gestos no transmitían su estado de espíritu. Tuve la impresión de que era un hombre duro y que en el tema de las FARC, si Uribe había apostado con cierto éxito a la vía militar para vencerlas, él multiplicaría el esfuerzo de su predecesor. Estaba convencido, luego de conocerlos y discutir algunos temas, de que si Santos llegaba a la presidencia no habría el menor espacio para el diálogo con la guerrilla.

Verá, lector, a veces presumo de mi intuición, sobre todo cuando se trata de percibir el carácter de mis interlocutores. En más de una ocasión tomé mis impresiones por realidades y actué en consecuencia. En general, no me equivocaba, con lo cual se fortaleció mi creencia de que no requería de la opinión de los otros. Sin embargo, créame, ése es un serio error en política. Puede llevar, en última instancia, al ejercicio de la autoridad sin control, sin supervisión, sin diálogo.

Desde la antigüedad hubo hombres que comprobaron  estas tendencias y sus peligros inherentes. Así, inventaron y reinventaron la república a lo largo de la historia. Ella es simplemente un modo, bastante sencillo, de controlar el poder y, sobre  todo, los errores de quienes lo ejercen. Las sociedades siempre deben protegerse de quienes tienen poder, sea público o privado. Si la república no funciona, el poder público, libre de ataduras, se volverá contra el bienestar general.
La democracia trata de equilibrar el poder en la sociedad, la república busca los contrapesos de los poderes públicos. Pero éste ya es un tema de la ciencia política y no de un panorama internacional.

Cierto, me desvié de mi tema inicial, pero me pareció una forma de mostrar que en política la creencia absoluta en los juicios propios puede llevar a errores, algunos de interpretación y otros, los graves, de gobierno.

Mi percepción del señor Santos estaba totalmente equivocada. Lejos de impulsar a fondo la solución militar, llevó su apuesta al campo diplomático y político. El resultado está a la vista.Cierto, las condiciones que llevaron a las FARC a negociar se dan después de que su capacidad militar fuera notablemente reducida por la sucesión de derrotas y la pérdida de sus principales dirigentes. De todas maneras, su capacidad de fuego y de acción parecía lejos de estar liquidada. Cuenta aún con 9 mil hombres y las acciones recientes muestran su capacidad de combate.

Originadas en el Partido Comunista de Colombia, a comienzos de los años 60, las FARC han mantenido su beligerancia durante medio siglo. Su existencia dio lugar a prolongadas y profundas intervenciones de los Estados Unidos en la vida colombiana. Este año el presidente Santos calificó la lucha como un “enfrentamiento armado”, dejando de lado la denominación de lucha contra la “narco-guerrilla”.

Naturalmente, el señor Uribe expresó enfáticamente sus críticas a la política de su ex ministro de Defensa. Pero la voluntad y la indispensable audacia de las partes hicieron su camino. Cuba, con la participación directa de Raúl Castro, y el gobierno noruego crearon el ámbito propicio para las más de sesenta reuniones que precedieron el anuncio que hizo público el proceso de paz.

El presidente colombiano lo describió diciendo: “Se han mantenido conversaciones exploratorias con las FARC para encontrar un fin al conflicto”. Las negociaciones, agregó, se basaron y se basarán en tres principios: “Vamos a aprender de los errores cometidos en el pasado, para que no se repitan. Segundo, todo el proceso debe llevar a la finalización del conflicto, no para hacerlo más largo. Tercero, la presencia y las operaciones militares serán mantenidas en todo el territorio nacional”.

El señor Santos reconoce que la primera condición es no cometer los errores del pasado. Este simple principio puede llevar a Colombia a festejar el éxito más importante del último medio siglo. Por lo tanto, es sencillo pero no debe ser trivial.
La victoria colombiana traería la paz y afectaría la capacidad del narcotráfico en la región, hecho que debería ser beneficioso para todos.

No es menor lo que está pasando y, sobre todo, debería ser útil para la reflexión de nuestros dirigentes, quienes, en ocasiones, dan la impresión de que en lugar de frases pronuncian axiomas. Es decir, afirmaciones que se pretenden evidentes y verdaderas por la supuesta autoridad de quienes tienen poder y que no son más que impresiones personales. Una suerte de ocurrencias exaltadas.-

 

Publicado por Perfil

 

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