Fue premiada por descubrir cómo se multiplica el virus. Aquí, explica las medidas que debieron tomarse para evitar la actual magnitud del problema. Y alerta sobre lo que hay que hacer con la llegada del frío.
“La epidemia que estamos enfrentando ahora es la peor de la historia en Argentina. El dengue es un problema serio, una vez que empiezan los casos no hay forma de pararlo, es explosivo y las medidas que se toman sobre la marcha nunca alcanzan”, dice Andrea Gamarnik, investigadora principal del Conicet y jefa desde hace 15 años del Laboratorio de Virología Molecular del Instituto Leloir (FIL). Unas semanas atrás fue galardonada en París con el Premio Internacional L’Oreál-Unesco “Por las Mujeres en la Ciencia” por “sus importantes descubrimientos sobre los mecanismos de multiplicación del virus del dengue”. Esta científica, que creció en un barrio del sur del conurbano, fue a la universidad pública, y pudo estudiar, dice, gracias a su gratuidad, es reconocida por su excelencia y su lucha por la igualdad de género en las ciencias. En una entrevista de Página/12, poco antes de subirse a un avión rumbo a Nueva York, respondió sobre el problema del dengue en el país, analizó las medidas que debieron tomarse para enfrentarlo y no se tomaron, se refirió al lugar de las mujeres en el mundo científico y a la actualidad de la ciencia con el gobierno macrista. “El ministro Lino Barañao expresó su intención de mantener las políticas científicas iniciadas con el gobierno anterior. Pero esa intención debe ir acompañada con hechos concretos. Hasta el momento lo concreto es que los sueldos de los becarios e investigadores han disminuido estrepitosamente”, denunció y advirtió que esta situación puede generar una nueva fuga de cerebros, como la que ocurrió durante el menemismo. “En los últimos 10 años se logró la repatriación de una gran cantidad de científicos pero la situación actual los está volviendo a echar”, señaló.
Tiene 51 años y vive en el barrio porteño de Parque Patricios. Cuenta que está casada gracias al matrimonio igualitario. Gamarnik vivió nueve años en San Francisco, California. Regresó en 2001, cuando el Instituto Leloir abrió un concurso para incorporar gente nueva y ella pudo presentarse. Hacía tiempo que quería volver al país pero no podía, porque la carrera del Conicet estaba cerrada. Volvió con la idea de llevar adelante una investigación que tuviera impacto en el entramado social y al mismo tiempo, formar recursos humanos en virología en el país. “Creo que mi vuelta tuvo un componente ideológico importante”, destaca.
En Estados Unidos trabajó en relación al virus de la polio, de la hepatitis C y del sida. “Pero cuando decidí volver pensé en trabajar en un virus que fuera relevante para nuestro país. En el 2001 el dengue ya era un problema de salud importante en gran parte de América Latina. Por eso tuvo sentido para mí volver a Argentina para trabajar en ese virus. Ahora el dengue es el virus más importante trasmitido por mosquitos a nivel mundial. Esto se debe a la cantidad de personas infectadas sumado al impacto socioeconómico que tiene. A pesar de esto aún no hay medios efectivos para controlarlo”, subraya Gamarnik.
–¿Cuáles medidas debieron tomarse una vez declarada la epidemia y no se tomaron?
–El dengue no se frena en las fronteras. Ya estaba en el norte del país desde hace muchos años, pero la epidemia que estamos enfrentando ahora es la peor de la historia en Argentina. El dengue es un problema serio, una vez que empiezan los casos de dengue, no hay forma de pararlo, es explosivo y las medidas que se toman sobre la marcha nunca alcanzan. Es indispensable estar preparados antes de que comience un brote. Por ejemplo, ahora en mayo comienza el frío y empezarán a disminuir los casos de dengue, pero es precisamente cuando es necesaria la organización. Hay mucha experiencia en otros países de América Latina que Argentina puede tomar para no cometer los mismos errores. Se requiere armar equipos de trabajo que vigilen la presencia de vectores, en este caso el mosquito Aedes aegypti, se necesita generar la capacidad para responder a la demanda de diagnóstico, de profesionales de la salud entrenados. En fin, se requiere pensar en el tema en forma estratégica. Esto no se hizo antes de la epidemia de este año. Evidentemente el dengue entró en nuestro país y no hay vuelta atrás. Por esto hay que exigir a las autoridades de Salud Pública a nivel nacional que se tomen medidas preventivas para el próximo verano.
–¿Cómo recibió el premio L’Oreal-Unesco “Por las Mujeres en la Ciencia ? ¿Qué significa para usted?
–El premio me da orgullo por haber llevado adelante un proyecto de investigación de alta calidad científica en nuestro país. Es un reconocimiento al trabajo que venimos haciendo desde hace 15 años en el Instituto Leloir sobre el virus del dengue. Pero además, este es un premio que promueve la participación de las mujeres en ciencia y pone en evidencia la problemática de género en el campo de la investigación científica, donde las mujeres encuentran obstáculos permanentes para llegar a posiciones de liderazgo.
–¿Sintió a lo largo de su carrera discriminación por el hecho de ser mujer?
–Durante mi carrera vi numerosas situaciones de discriminación. En la época en que empecé, cuando aún estaba estudiando en la universidad, fines de los 80, me enfrenté a que la directora del laboratorio donde quería entrar a trabajar prefería no incorporar mujeres para hacer el doctorado. Fue un golpe duro. Entré de todas formas a esa misma cátedra pero con otra persona, quien acordó firmar los papeles para mi beca. Una vez que empecé a trabajar me llevó casi un año demostrarle a la directora del laboratorio que tenía capacidad y motivación para hacer investigación y ahí recién me aceptó. En ese momento lo sentí como un logro, haber podido cumplir con mi objetivo. Mirando para atrás, me parece terrible haber transitado ese camino.
–¿Cuál diría que es el problema en la actualidad en términos de discriminación de género?
–El problema que enfrentamos en el ámbito científico es la falta de mujeres en posiciones de liderazgo. Esos puestos están ocupados mayormente por hombres pero hay muchas mujeres científicas en nuestro país que hacen un trabajo formidable. El tema es complejo, ya que es una sumatoria de factores. Hay un componente cultural relacionado con los estereotipos de género que lleva a una percepción de la sociedad de que las mujeres no están capacitadas o no tienen las aptitudes para liderar proyectos científicos. Esta construcción cultural en una sociedad patriarcal como la nuestra condiciona a las mujeres a seguir una carrera científica o, una vez en la carrera, condiciona a plantearse el desafío que representa aspirar a un cargo de liderazgo.
–¿Qué es lo que más le gusta de su trabajo?
–La libertad de pensar. La posibilidad de descubrir algo nuevo usando el razonamiento junto al trabajo experimental. Nuestro trabajo es muy creativo, es apasionante. No solo cuando llegamos a un descubrimiento sino también son fascinantes los procesos de elaboración, los intercambios de ideas con los integrantes de mi laboratorio, los debates, el diseño de experimentos para trazar el camino a seguir. Me encanta el trabajo en equipo, contribuir a la formación de investigadores jóvenes, ver como adquieren un pensamiento y criterio propio. Por supuesto que al final es gratificante cuando hacemos aportes al conocimiento, en nuestro caso aportes para entender cómo funciona el virus del dengue a nivel molecular. Yo no hubiera podido estudiar si no hubiera sido que la UBA es una universidad pública. El haber tenido esa oportunidad fue una fuerte motivación para volver al país después de casi 9 años en Estados Unidos. Mi equipo de trabajo actual está formado por investigadores jóvenes de distintas universidades del país y es gente brillante, muy preparada, con gran entusiasmo y motivación para la investigación. Siento en lo personal que cierra el círculo de devolver al país la oportunidad que me dio de estudiar.
–¿Cómo ve la política científica del gobierno de Mauricio Macri?
–Desde la creación del Ministerio de Ciencia se han realizado enormes esfuerzos para la puesta en marcha de proyectos estratégicos para nuestro país, la construcción de nuevos institutos, formación de recursos humanos, repatriación de investigadores del exterior. El ministro Lino Barañao expresó su intención de mantener las políticas científicas iniciadas con el gobierno anterior. Pero esa intención debe ir acompañada con hechos concretos. Hasta el momento lo concreto es que los sueldos de los becarios e investigadores han disminuido estrepitosamente. Un profesional universitario que comienza su doctorado tiene un sueldo de 11.000 pesos, y un investigador destacado en su área de trabajo con más de 20 años de experiencia y reconocimiento internacional gana alrededor de 26.000 pesos. ¿Cómo hacer para que los investigadores quieran seguir trabajando en el país cuando se enfrentan a esta realidad? Por otro lado, los subsidios para realizar tareas de investigación se perciben en pesos, mientras que gran parte de los insumos de laboratorio hay que adquirirlos en dólares. Lo que hace imposible llevar adelante el trabajo propuesto. En los últimos diez años se logró la repatriación de una gran cantidad de científicos pero la situación actual los está volviendo a echar. Para mantener la política científica, si eso es lo que pretenden las nuevas autoridades, se requiere de algo más que buenas intenciones. Se requiere de un presupuesto que permita llevarlo adelante. Espero que el gobierno no reaccione demasiado tarde ya que construir lleva muchos años pero para derrumbar se necesita muy poco.-
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