ORAN, SALTA
Los territorios de familias guaraníes de Río Blanco Banda Norte son depredados sin control, ahora por una familia dedicada a la explotación de áridos según denuncian los pobladores.
Una bandada de loros multicolores inundó la pequeña ciudad de Yrigoyen con su ruido bullanguero, en vuelo desorientado y ágil. Ellos, como los tucanes, fueron huyendo al quedar sin cobijo, sin nidos, sin alimento ni compañía.
Cinco hectáreas fueron desmontadas en un abrir y cerrar los ojos. Cinco de las 10 que habitaban los Flores, una comunidad guaraní de Río Blanco Banda Norte, del lado donde nace el sol, a unos 10 kilómetros de la ciudad de Orán. Allí viven ancestralmente en un territorio pintado de rojo por el mapa de protección del mediambiente, más precisamente, en las yungas oranenses. Desde hace mas de 70 años viven allí. Sus abuelos contaron que de a poco se fueron yendo a vivir a Orán. Hasta hace tiempo ocupaban más de 28 hectáreas entre animales y cultivos como el maíz, el zapallo y el poroto; que proveían con un gran carro de la leche fresca a la ciudad de Oran. De ahí que conocen a la mayoría de las tradicionales familias de la ciudad. También sembraron frutales como lima, limón, paltas, mandarinas, naranjas, bananas; y en estos años otros alimentos como cebolla, lechuga, zanahorias; frutas y verduras para el consumo y la venta local en el mercado de abasto de la estación de trenes.
Así como los Flores, viven en el mismo territorio varias comunidades guaraníticas o pequeños grupos domésticos indígenas o parcialidades o familias extensas; algunas de ellas siguen dedicándose a la cría de animales y la mayoría a los cultivos de frutas y verduras.
Calculan unos 40 grupos conforman la comunidad. Algo en común entre ellas es el hecho de destinar una parcela para reserva, como dicen ellos, para almacén; donde aprovechan la leña desechada en forma natural de los árboles, las plantas medicinales para curar o prevenir algunas dolencias, el aire fresco, la tierra del monte para mejorar sus cultivos. Y allí es donde se encuentran gran cantidad de loros, pájaros de distintas especies, monos, chanchos del monte, corzuelas, lagartos, etc.
Esas reservas son tan importantes como sus áreas de cultivo, son parte de la propia existencia, de su filosofía, de su esencia, de su espiritualidad como nación guaraní; donde una y otra vez la reproduce la Tierra sin males, esa búsqueda incesante que acompañó por siglos una manera de ser y de sobrevivir de los guaraní respetando y cuidando la naturaleza, extrayendo de ella solo lo necesario.
Recordemos que el poblamiento guaranítico en la región data de alrededor del siglo XVI, detectándose diversas oleadas migratorias desde Colombia hasta el Noroeste Argentino.
Una zona densamente poblada encontraron los colonizadores, tanto es así que hasta tuvieron que fundar 3 veces la ciudad de San Ramón de la Nueva Orán; por la aguerrida defensa territorial de los guaraní.
A este extenso territorio comenzaron a llegar empresas buscando desarrollar sus negocios, como los Patrón Costas -ahora Seaboard Corporation- y las empresas locales de extracción de áridos como los Lamas, los Monterrubio; generando conflictos por la tierra, el agua, los recursos; y trayendo como consecuencia inundaciones, deforestación, desalojos y arrinconamiento territorial.
En estos días hemos presenciado la deforestación de 5 hectáreas de reserva ecológica en la comunidad de los Flores. Ellos relatan que los Cornú ya explotaban el árido a 20 km sobre las márgenes del Río Blanco y ahora empezaron a hacerlo en el territorio habitado por la comunidad, infringiendo toda norma y legislación ambiental, sin que nadie pueda poner freno a la atrocidad, al ecocidio que esto significa.
Tener una cantera de extracción de áridos a 10 km de la ciudad le representa a Cornú un ingreso aproximado de $180.000 diarios. Mientras en el departamento Oran volvemos a la fase 1 de confinamiento por la pandemia, muchos como este empresario aprovechan para acrecentar sus ganancias, sin importarle la naturaleza, ni la vida de los demás.-
Por Lic. Alcira Figueroa para Revista Norte. A. F. es Licenciada en Antropología Especializada en Desarrollo Humano Sustentable y Magister en Políticas Sociales.