Los pibes que gambetean la escasez en los potreros lo verán por la tele en diciembre del año que viene. Para ver lo que hacen Messi, Salah, Mbapé. Ellos, los pibes conurbanos de estos talones del mundo, no sabrán que murieron más de diez mil alzando el lujo qatarí.
Por Silvana Melo – APE
Las mujeres no podrán entrar a las canchas de fútbol en el mundial tramposo del país más rico del mundo. El que apenas tiene 250.000 habitantes nacidos, con el mayor ingreso per cápita del globo. Y más de dos millones de inmigrantes que mueren como moscas en la construcción de los estadios para el mundial del año que viene. 6.500 muertos entre trabajadores hacinados, hambreados y esclavizados en el ritmo febril de las obras es un número muy piadoso para la realidad que se vive en el país del petróleo y el gas. Al que la FIFA le concedió, en un sorteo manchado por la corrupción, la sede del campeonato del mundo. Aunque a los qataríes el fútbol no les mueva un pelo. Pero corre tanta riqueza que la trampa se confió en la impunidad histórica. Y colocó en el bolillero la bola fría de los árabes para que la mano diestra la eligiera con los ojos cerrados. Como Joseph Blatter relató alguna vez.
Los pibes que esquivan tragedias en los potreritos barriales lo verán por la tele el año que viene. El mundial de Qatar, único en la historia que no se jugará en julio, como todos, sino en diciembre. Porque en julio es verano en Qatar y ese verano es invivible para los futbolistas y para quienes se sienten en los mega estadios a ver uno de los mayores espectáculos globales. Pero no es verano cruel para que los inmigrantes se mueran como moscas construyendo aquello que disfrutará el mundo privilegiado. Los pibes que gambetean la escasez en los potreros lo verán por la tele en diciembre del año que viene. Para ver lo que hacen Messi, Salah, Mbapé. Ellos, los pibes conurbanos de estos talones del mundo, no sabrán que murieron más de diez mil alzando el lujo qatarí.
Una sociedad donde los trabajadores inmigrantes de India, Pakistán, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka alimentan la tragedia de la que se sirven los ricos. Donde las mujeres viven y mueren bajo la tutela de los hombres. Donde los niños son criados por niñeras filipinas, nepalíes o indonesias.
El diario inglés The Guardian investigó que más de 6.500 trabajadores inmigrantes de esos cinco países murieron en Qatar desde que el pequeño país que vive y duerme sobre petróleo fue designado organizador del mundial 2022. Sin embargo, el número se multiplica porque faltan los informes de medio 2020 y lo que va de 2021. Y de otros tantos países que aportan migrantes a la mínima nación del Golfo Pérsico. Donde llegan a morir, de a una docena por semana. Y totalizarán más de diez mil en el final de esta historia.
En la última década Qatar ha construido y sigue construyendo siete nuevos estadios, un flamante aeropuerto, carreteras, sistemas de transporte público, hoteles y una nueva ciudad emplazada sólo para albergar a la final del torneo. Gastará 200 mil millones de dólares. El ingreso per cápita qatarí es de 100 mil dólares. Las ganancias de la FIFA llegaron a 6400 millones de dólares entre 2014 y 2018 (Brasil y Rusia). 220 dólares es el ingreso de los trabajadores. Cuando les pagan. Cuando sobreviven.
Los que llegan a Qatar, huyendo de tragedias y de hambre, deben pagar comisiones elevadísimas a los contratistas para conseguir un empleo. Les pagan entre 500 y 4.300 dólares. Se endeudan. Trabajan en las peores condiciones para saldar esa deuda. Los empleadores les retienen los documentos y se adueñan de sus vidas. No pueden salir de la obra. Y mucho menos del país.
Ghal Singh Rai, de Nepal, pagó casi 1.000 libras esterlinas (1.155 euros) en concepto de gastos de contratación como empleado de limpieza en un campamento para los trabajadores de la construcción del estadio del Mundial de la Ciudad de la Educación. A la semana de llegar, se suicidó, relata eldiario.es.
Otro trabajador, Mohammad Shahid Miah, de Bangladesh, se electrocutó en su alojamiento para trabajadores después de que el agua entrara en contacto con unos cables eléctricos que estaban a la vista. En India, la familia de Madhu Bollapally nunca ha entendido cómo este hombre sano de 43 años pudo morir por «causas naturales» mientras trabajaba en Qatar. Encontraron el cuerpo sin vida en el suelo de su dormitorio.
El trabajo en el verano los expone a un estrés térmico que termina con sus vidas.
Qatar informa el 80% estas muertes como “naturales”.
El Gobierno qatarí y la FIFA sostienen el mismo argumento: las muertes son proporcionales “al tamaño de la mano de obra inmigrante”. Amnesty International y Human Right Watch han alzado la voz en el mundo. Pero sólo los equipos de fútbol de Holanda, Alemania y Noruega desplegaron banderas pidiendo derechos humanos para los que construyen el pasto sobre el que ellos buscarán la gloria.
Los pibes suburbiales de estos pies del mundo mirarán por la tele, cerquita de la Navidad del año que viene, cómo los astros del planeta juegan sobre petróleo y sobre muertos. Los pibes, sudados de potrero, no tendrán idea de las columnas corruptas sobre las que está construido ese sueño. La tierra con sangre pobre y olvidada sobre la que brillarán los multimillonarios del mundo que buscan la gloria en un país al que esa gloria le resbala. Pero que quiere ser la foto de la cima universal. Por eso la FIFA le abrió la puerta del infierno para que entrara como dios.
“Si yo fuera Maradona saldría en Mundovision /Pa’ gritarles a la FIFA que ellos son el gran ladrón”, canta Manu Chao que diría Diego. Que ya no está para reclamar el oro del Vaticano y el petróleo de los jeques.
Al menos habría que contarles a los pibes de los confines del mundo, que mirarán en patas por TV el privilegio de los ricos, de qué está hecho ese suelo. Sobre el que jugarán Messi, Salah y Mbapé como si nada sucediera.