Murió el creador de la Leche Bio, el doctor Guillermo Oliver

25/01/2013 | Revista Norte

En Rosario, Santa Fe, donde residía desde hace varios años, murió ayer Guillermo Oliver, el padre de la Leche Bio. Oliver fue uno de los más prestigiosos referentes del Centro de Referencia de Lactobacilos (Cerela), de la UNT (Universidad Nacional de tucumán), del cual había sido co fundador.

El investigador tenía 85 años -iba a cumplir los 86 el próximo 8 de febrero- y sufría de una patología ocular que prácticamente lo había dejado ciego. Su salud venía deteriorándose paulatinamente, pero empeoró hace dos meses a causa de una caída. En Navidad había sufrida una descompostura.

Estos cuadros se repitieron y hace unas semanas había sido internado. La última visita que había hecho a Tucumán fue en 2011, cuando la Facultad de Bioquímica, Química y Farmacia -de la que fue docente- le rindió un homenaje.

En el último reportaje que le hicieron, se quejó por la marginación que se hace en la Argentina a las personas mayores:

Aunque se siente agradecido por todas las oportunidades que le dio la vida y cree con convicción que sus elecciones han sido correctas, el doctor Guillermo Oliver afirma que la sociedad desplaza del sistema a los adultos mayores. Y él, con sus 81 años, independientemente de sus logros científicos, de su experiencia y conocimiento, también está privado de viajar, de mantener la casa en la que vivió en los últimos 10 años, inclusive, de sostener una calidad de vida que le permita vivir con tranquilidad.

«En 1994 me corrieron de la Universidad porque mi directora quería el cargo que yo tenía. Cuando cumplí 75 años me informaron que, según la ley, debía jubilarme o trabajar gratis y terminé mi carrera en el Conicet. Pero yo no culpo a las instituciones porque son permanentes. El brillo de ellas depende de la gente que las conforma», sostiene.

– ¿Cree que los adultos, principalmente la tercera edad, son desplazados por la sociedad?
– Aquí en la Argentina los viejos sí son marginados en cierta manera. En Europa es diferente. Tuve la oportunidad de ver en Bélgica a gente mayor comprando en el super con alegría, lo que quieren. Allá, la gente mayor viaja, tienen ofertas especiales que les permiten recorrer, asisten a clubes donde hacen talleres, juegan o se reúnen simplemente a conversar. Tienen muchos beneficios sociales y acceso a una asistencia médica de excelencia.

– Una persona que esta física e intelectualmente en buen estado, ¿es justo que se jubile a los 65 años porque así lo dispone una norma?
– Acá se discuten las leyes que disponen la jubilación a una determinada edad. En la Universidad hay que jubilarse a los 65 años y en el Conicet a los 75. A mí me dijeron que ya no me iban a renovar el contrato cuando cumplí los 75, pero que tenía la opción de trabajar gratis. Pero como pienso que el conocimiento cuesta y que si hay leyes hay que cumplirlas, me fui.

– ¿Cómo se manifiesta esa marginalidad?
– En Europa un profesor jubilado puede mantener lo que tuvo durante su época de trabajo porque se respeta el salario de investigador que tenía en actividad. Aquí no ocurre lo mismo, los jubilados estamos desplazados del sistema. La jubilación es mínima y la asistencia médica no es gratuita ni buena.

– ¿Han desaprovechado su experiencia y sus conocimientos desde el momento en que tuvo que jubilarse?
– No creo que se haya desaprovechado mi experiencia porque he dejado todo al país. Introduje el concepto de los alimentos probióticos que fue una nueva línea. Siempre fui de la idea de que si el país ofrece una enseñanza universitaria gratuita, no se puede ir a otros países que no te dieron nada a brindar esos conocimientos. Eso sería traición.

– ¿Fue duro tener que dejar a su equipo de trabajo porque ya se habían cumplido los términos que regula la ley?
– No fue duro. A las leyes hay que cumplirlas pero eso me dio a pensar que hay tantas otras leyes más importantes que no se cumplen… Siempre fui pobre y necesité trabajar para vivir. No era una opción quedarme. Pero no me quejo, al contrario, soy un agradecido de lo que me tocó vivir. Lo cierto es que, lejos de lo que pueda pensar mucha gente, no nado en la abundancia. Inclusive, la jubilación que cobro no me alcanza para llegar a fin de mes. Y por ese motivo me mudo a Rosario la próxima semana, adonde tengo familiares. No puedo mantener esta casa.

– ¿Tiene ganas de irse a vivir a Rosario?
– Sí, porque allá vive mi hermana y mi hijo. Es una de las ciudades más dinámicas del país y haré lo que nunca hice hasta ahora: vivir con mi familia. Perdí la vista hace cuatro años y eso me impide leer y escribir. En esta situación quedan dos caminos: ponerme en un rincón, deprimirme y morirme, o seguir pensando qué puedo hacer dentro de mis posibilidades y seguir viviendo, después de haber peleado 80 años para que no haya desnutrición, pobreza… pensando que la juventud tiene ahora el desafío de cambiar las cosas para tener un país digno.-

 

La Gaceta

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