Trabajo y productividad en la región más desigual del mundo: América Latina

11/05/2025 | Revista Norte

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) recomienda una jornada laboral de 40 horas semanales pero en varios países de la región, como Argentina, la jornada legal puede llegar incluso a las 48 horas por semana. Sin embargo, la productividad es de las más bajas del mundo.

Por Victoria Di Cosmo* 

Para quienes habitamos la vasta América Latina, la realidad de vivir en la región más desigual del mundo es fácilmente visible. Incluyendo al Caribe, en Latinoamérica el 10% más rico de la población recibe ingresos 12 veces más altos que el 10% más pobre. Además, uno de cada cinco latinoamericanos es considerado pobre.

Otro indicador de esta disparidad es el hecho de que en países de la región como Uruguay, Chile, y Colombia aproximadamente el 1% de la población concentra entre el 37% y el 40% de la riqueza mientras que la mitad más pobre de la población solo concentra una décima parte. En otras zonas del mundo, como Europa Occidental, el porcentaje de concentración de riqueza de ese 1% es inferior siendo alrededor del 20%.

Horas trabajadas y productividad

La brecha entre ricos y pobres en la región no es la única que supera el promedio mundial. Existe otra problemática presente en Latinoamérica que muestra una dinámica similar: la amplia brecha y disparidad entre la cantidad de trabajo y el nivel de productividad.

América Latina es la región que más trabaja pero que menos produce. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) recomienda una jornada laboral de 40 horas semanales pero en varios países de la región, como Argentina, la jornada legal puede llegar incluso a las 48 horas por semana. Sin embargo, la productividad es de las más bajas del mundo.

Para entender mejor a qué nos referimos cuando hablamos de productividad laboral, es útil analizar cómo se calcula y qué implica. La productividad según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) es el resultado de multiplicar el Producto Bruto Interno (PBI) por el trabajo aportado, es decir, las horas de trabajo de todas las personas que tienen empleos.

En otras palabras, mide la producción de bienes y servicios de una economía y el uso de recursos para lograr esa producción tanto humanos como materiales. Es difícil medir la productividad ya que supone calcular actividades económicas muy diferentes entre sí, además de ser un concepto amplio que excede al PBI y a las horas de trabajo.

Volviendo a lo mencionado anteriormente, en América Latina se trabajan más horas que en muchas otras partes del mundo y -a pesar de no ser la región donde más se trabaja (en algunos países asiáticos se trabajan aún más horas)- sí se observa una mayor brecha entre la cantidad de horas de trabajo y el nivel de productividad.

En la región, al menos 8 países superan el promedio mundial de 43.9 horas de trabajo por semana. Colombia lidera la lista, alcanzando las 46.6 horas; luego le sigue Guatemala (45.3), México (45.2), Honduras (44.9), El Salvador (44.8), Perú (44.7) y Costa Rica (44.5). Aún con esa cantidad excesiva de horas de trabajo, la región se sostiene como una de las menos productivas.

En la OCDE vemos otra prueba de que trabajar mucho no equivale a tener una alta productividad. Cuatro países de la región forman parte de este organismo: Chile, Costa Rica, México y Colombia. Estos últimos tres países, como vimos anteriormente, son algunos de los que más horas trabajan en el mundo y también hacia dentro de la OCDE donde lideran los primeros puestos de mayor cantidad de horas trabajadas (alrededor de 2.000 horas trabajadas por año). Sin embargo, cuando analizamos qué países son los menos productivos, Colombia junto a Costa Rica y México vuelven a ocupar los principales lugares.

Para comprender un poco mejor esto, es útil observar que los países más productivos (Dinamarca, Luxemburgo, Irlanda o Noruega) generan más de 100 dólares por hora trabajada; mientras que, por ejemplo, Colombia solo genera 20 y Chile -que es el que más produce entre los miembros latinoamericanos- sólo llega a los 35 dólares.

Las razones detrás de la baja productividad

A priori, podría pensarse que la baja productividad laboral en la región se debe a que los latinoamericanos “no trabajan mucho”; lo cual, como ya vimos antes, es falso. La falta de personas en edad de trabajar tampoco explica este fenómeno ya que la región posee un alto número de personas en condiciones de tener un empleo.

Las razones que explican la baja productividad de América Latina son variadas, siendo una de las más importantes el gran nivel de trabajo no registrado o informal presente en todos los países de la región. Pese a que desde la pandemia los indicadores relacionados al empleo han mostrado leves mejoras, el trabajo informal es un problema estructural muy enquistado en la mayoría de los países latinoamericanos.

Según el informe de la Organización Internacional del Trabajo titulado “Panorama laboral 2024 de América Latina y el Caribe” la tasa de informalidad en el mercado laboral latinoamericano en el año 2024 llegó al 47,6%. Si bien es ligeramente inferior a la registrada en 2023 (48%), sigue siendo un número alarmante ya que tiene una injerencia directa en la calidad del empleo. Esto. a su vez. se traduce en que casi la mitad de los latinoamericanos con trabajo desempeñan sus tareas en condiciones a veces insalubres sin protecciones contra prácticas abusivas o ilegales en el ámbito laboral y sin acceso a prestaciones asociadas con el trabajo como obras sociales o aportes para la jubilación.

Si echamos un vistazo a otras partes del mundo, hay países donde la tasa de informalidad es más baja: como Alemania (2%), Francia (3.3%) o incluso Túnez (36.9%); mientras que en América Latina tenemos países que alcanzan el 71.6% como Perú o el 56.3% como México.

La informalidad laboral está también asociada a empleos que generan bienes o servicios de bajo valor como aquellos relacionados a materias primas que abundan en la región, en contraposición a la producción de los países más industrializados donde el valor agregado es sustancialmente mayor.

Lo anterior mencionado está a su vez relacionado con otro factor que suma su grano de arena a la improductividad de la región: la falta de apoyo e inversión para la innovación. El Banco Mundial estima que América Latina crecerá un 2.6% en 2025, una de las tasas más bajas del mundo; lo cual pone una barrera a la región para recibir inversiones que promuevan la innovación generando un círculo vicioso del cual es muy difícil de escapar si además no se cuentan con políticas orientadas al fomento de la productividad.

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en su informe anual titulado “Estudio económico de América Latina y el Caribe 2024: trampa de bajo crecimiento, cambio climático y dinámica del empleo” indica que la región se encuentra enquistada en el bajo crecimiento, mal desempeño de la inversión y bajo nivel de productividad; que, junto al poco espacio interno disponible para poner en marcha políticas de reactivación, da como resultado una bola de nieve difícil de frenar.

Además, en el informe se señala la cercana relación entre el crecimiento económico y la creación de puestos de empleo en sectores con mayor productividad y valor agregado; por lo que, cuando se observa un escenario de poco crecimiento económico, lo esperable es que el crecimiento de puestos de trabajos en campos más productivos también sea más lento; lo cual sucede en Latinoamérica.

Por otro lado, el crecimiento de las tecnologías amables con el medio ambiente y energías renovables -en un contexto donde el cambio climático empieza a mostrar sus efectos- tampoco está presente en esta zona del mundo. La falta de inversión en innovación también se evidencia en este aspecto, lo cual a su vez en el futuro tendrá repercusión en las economías que dependen en gran medida de las materias primas y los recursos naturales como es el caso de nuestra región.

En la región hay pocos sectores que tengan niveles de productividad similares a los promedios mundiales. La contracara de eso es que millones de trabajadores quedan relegados a sectores con nulos niveles de inversión en nuevas tecnologías que simplifiquen procesos o aumenten el valor agregado de lo producido.

La educación es otro foco problemático en Latinoamérica cuando observamos la disparidad entre trabajo y productividad. Los altos niveles de abandono y la baja financiación repercuten en la calidad de los sistemas educativos de la región y se suman a la ya alta desigualdad en el acceso a la educación donde las zonas rurales y minorías étnicas son quienes más afectados se ven. La educación también es víctima de la falta de inversión en la tecnología y en la modernización, lo cual a la larga contribuye a la falta de habilidades que encontramos en los trabajadores latinoamericanos.

¿Estamos a tiempo de revertir la situación? 

Si bien las razones que configuran la situación actual de Latinoamérica están profundamente arraigadas en los distintos países que conforman la región, hay posibilidades de comenzar a revertirlas.

Los gobiernos deben fortalecer las políticas orientadas al desarrollo productivo, las cuales a su vez deben estar estrechamente conectadas con políticas de fomento del empleo y mejoras en los diseños tributarios que permitan ofrecer incentivos para la productividad (de forma que se promueva la formalización del trabajo y la asignación de recursos sea la correcta).

Además, los distintos sistemas educativos latinoamericanos necesitan modernizarse y recibir mayor inversión; lo cual es uno de los mayores desafíos, puesto que necesita de la articulación de aspectos variados.

Como fue mencionado antes, la problemática de la baja productividad y la alta cantidad de trabajo es un círculo vicioso que se retroalimenta por lo que la salida de ese ciclo necesita un enfoque multilateral desde los distintos Estados. Todo implica, para las dirigencias, asumir la construcción de modelos alternativos a los que predominan por estos días; dirigencias que están comprometidas directamente con proyectos asentados principalmente en la extracción y exportación de nuestros recursos naturales sin valor agregado local o que -en el mejor de los casos- promueven tibias reformas que no alcanzan a desarrollar las modificaciones estructurales indispensables para instalar un nuevo círculo virtuoso que marche en una dirección opuesta a la que avanzado en las últimas décadas. Eso, en sí mismo, es un gran desafío en una época donde el papel del Estado está siendo redefinido regresivamente en cuanto a su alcance y nivel de presencia en la vida de los ciudadanos.

*Licenciada en Relaciones Internacionales e integrante del espacio «El Patio Trasero» del ISEPCi

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