El investigador abordó una cuestión urgente para los sindicatos: cómo enfrentar la ola flexibilizadora global que amenaza con barrer el andamiaje de derechos laborales construido en el último siglo.
En diálogo con La Capital, Antunes, profesor de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp) de Brasil y autor de libros clave para entender las transformaciones en el mundo del trabajo, alerta sobre la «uberización» del empleo, califica como una tarea «complejísima» la articulación entre los distintos sectores de una cada vez más fragmentada clase trabajadora y analiza los desafíos de las izquierdas en un contexto de crisis de los partidos y los sindicatos como instrumentos de expresión política de los sectores populares.
De todas maneras, Antunes caracteriza que se trata de un mundo difícil no sólo para el trabajo sino también para el capital. «Las luchas son ineliminables», se entusiasma.
—¿Cuál es su análisis de la reforma brasileña? En Argentina, los empresarios reclaman que el país siga el mismo camino.
— No será fácil seguir el mismo camino, porque para hacer eso se necesitaría un golpe como se hizo en Brasil. Yo soy un crítico muy duro del gobierno del PT en Brasil, pero se desarrolló un golpe parlamentario con un objetivo fundamental: reorganizar el país en un contexto de profunda crisis económica, social, política e institucional. Hay una fractura interinstitucional (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) y hay fractura intrainstitucional. En un cuadro como ese las clases dominantes no quieren perder. Las grandes corporaciones amalgamadas por el capital financiero exigieron la reforma laboral y la reforma previsional. Es la destrucción de todo lo que fue creado desde 1917, cuando hubo una importante huelga laboral, o desde la abolición de la esclavitud. Es la esclavización general de la era digital. ¿Por qué Temer consiguió eso? Por un conjunto de dos o tres elementos muy importantes: Temer tiene el control del Parlamento brasileño, y si Temer sufre el impeachment abre la puerta y ahí serían cazados unos 50 parlamentarios. Es una cuestión de salvación de ambos. La corrupción en Brasil llegó a nivel de afinidades electivas con las clases ricas, los grupos financieros con los grupos de construcción civil, todos los partidos grandes, del PT al PSDB, al PMDB, con excepción de algunos partidos de izquierda. La corrupción es brutal. Hay un proceso recíproco. Este pacto de sangre entre ellos tiene el apoyo de las clases propietarias, que quieren empezar la era de la devastación social en Brasil. En los años ’70 Brasil era considerado el país de la superexplotación del trabajo, y perdimos ese trofeo, que ahora no está más en China sino en la India. Estuve en India hace dos años para una conferencia y pude ver centenas de millones de trabajadores desesperados por cualquier trabajo para salir de la situación más brutal. La tragedia que tenemos hoy es que Brasil camina hacia un proceso de indianización acentuada. En este momento debido a la lucha de los trabajadores chinos hubo una reducción del nivel de superexplotación del trabajo. Una de las condiciones que el sistema financiero exige es la flexibilización total de la fuerza de trabajo.
—Resulta llamativo que el gobierno de Temer con la escasa legitimidad que tiene pudo avanzar con una reforma tan radical y con una resistencia sindical y social relativamente baja.
— Sí, por varios motivos. Existe una crisis económica: según datos oficiales existen 13 millones de desocupados, más otros tantos millones subocupados; son casi 30 millones sin trabajo con derechos. Existe una crisis social profunda, y el riesgo de desocupación se acentúa. Además, el periodo del gobierno del PT terminó de forma melancólica: muchos que imaginaban que Lula y el PT cambiarían el mundo constataron el fracaso del PT. Ese fracaso afectó también mucho a la Central Unica de Trabajadores (CUT), la mayor central sindical de Brasil, que tiene que recuperar su posición más crítica, porque durante el gobierno del PT fue casi oficialista. Los principales dirigentes del pasado reciente de la CUT eran figuras centrales del gobierno del PT, sea en el Ministerio de Trabajo o en el Congreso. Por último, como sucede en Estados Unidos, Francia, Inglaterra, en Brasil existe un clima de apatía por un lado y descontento por otro. El descontento cuestiona la vía tradicional partidaria y política. Las luchas de los últimos 15 años son las plazas públicas, los indignados de España, la rebelión en Grecia y Oriente Medio. En la mayoría de esas manifestaciones no hay prevalencia organizacional de los partidos y -salvo la excepción de la revolución tunecina- de los sindicatos. Es un momento de acción política de masas que recusa la institucionalidad. Es un momento difícil. También en los sectores más de izquierda, que son críticos del gobierno del PT, hay una dificultad de qué hacer, de cuáles son las alternativas. Hay un proceso de descomposición institucional: en el Ejecutivo, completo; el legislativo, es el peor de toda la historia republicana, y hay una descomposición del judicial. Hay un riesgo del ejército, que como un Bonaparte guardado, se queda esperando. De todas maneras, hay muchas luchas: de los trabajadores sin techo, del MST (Movimiento de Trabajadores Sin Tierra), hay sindicatos que son más críticos. Hay lucha de la juventud, de los negros, de las mujeres, de los homosexuales. Hay una miríada de movimientos y luchas que carecen de una organicidad que les dé un esbozo de un todo más articulado.
—Vinculado a este tema, históricamente desde la izquierda se concibió a la clase obrera industrial como el sujeto histórico. Usted describe en sus libros un mundo del trabajo cada vez más fragmentado y hablaba sobre la crisis de los partidos y sindicatos como instrumentos de canalización política de los sectores populares, ¿Ve posible articular a aquellos estratos que Lenin llamaría aristocracia obrera (sectores de trabajadores formales, con altos ingresos) con los sectores más pauperizados, sectores que además están cada vez más separados, tanto objetiva como subjetivamente?
— Es una cuestión complejísima. Hay una nueva división internacional del trabajo: el obrero industrial no desapareció, cambió la forma de ser. Tenemos una expansión inmensa del proletariado de servicios, intermitente, en todas las áreas: médicos, Uber. ¿Sabes cuántos trabajadores tiene Uber? 1,6 millón. Londres acaba de suspender la actividad de Uber, porque no cumple con los requisitos mínimos de una empresa sobre derechos laborales. Para Uber sus trabajadores son colaboradores: esta es la plaga mundial. Tenemos que entender lo siguiente: la clase trabajadora tiene una nueva morfología. Está compuesta por hombres, mujeres, calificados y no calificados, jóvenes, viejos, blancos, negros, indígenas, migrantes, nativos. El sistema de metabolismo social del capital es muy complejo y crea la división profunda entre todos contra todos. Pero hay un punto importante: en relación al trabajo el sistema capitalista nunca fue tan destructivo y esto impulsa por otra parte la resistencia. El ser social que trabaja en cualquier actividad, al mismo tiempo es instado a competir con otro -porque hay empleo para uno de cada 10- por otro lado sabe que su chance de sobrevivir solo es casi imposible. Las luchas son ineliminables. Un trabajador de la Uber filmó a un CEO de la empresa que lo maltrataba. Ese video dio vuelta por el mundo y unos meses después el CEO de la Uber fue despedido porque era inaceptable que un directivo tratara así a un trabajador. En China se registran las tasas de huelga más altas del mundo. En India el año pasado hubo una huelga de 180 millones de trabajadores. Es un momento muy difícil y negativo para las clases trabajadoras, pero tampoco es un mundo fácil para el capital. Hay tensiones ambientales, del trabajo, de la ciudadanía. Pero también hay resistencia. En Estados unidos, por ejemplo, por primera vez en 70 años un candidato (Bernie Sanders) dice «yo soy socialista y mi función va a ser tallar en las ganancias del capital financiero». Es un reformismo radical, igual que Jeremy Corbyn en Reino Unido o Mélenchon en Francia. Estamos en una era difícil de la historia, pero lo genial de la historia es que es imprevisible. ¿Quién decía en 1988 que la Unión Soviética iba a caer como un castillo de cartas? Nadie, ni el más ni el menos crítico.
«En esta sociedad, la idea del socialismo no puede morir»
A 100 años de la Revolución Rusa, las tensiones que dispararon el proceso que abrió y cerró el siglo XX siguen latiendo en el corazón del sistema: para el sociólogo brasileño Ricardo Antunes «nunca la sociedad capitalista fue tan destructiva» y hace que «la idea del socialismo no pueda morir». No obstante, remarca, ante la deriva autoritaria de la Unión Soviética «se debe estudiar para saber cómo no repetir la misma tragedia».
Entre el 28 y el 30 de septiembre, unas 400 personas debatieron en Rosario sobre las marcas de la Revolución Bolchevique en todos los terrenos de la vida social y actualizaron hipótesis para la vieja pregunta de Lenin: ¿Qué hacer? El mismo Antunes coordinó un taller con organizaciones gremiales sobre los rastros de la Revolución Rusa en la constitución del movimiento obrero argentino.
—La Revolución Rusa es uno de los acontecimientos más debatidos del siglo XX, tanto en ámbitos políticos como académicos. A 100 años de su comienzo, ¿cuál es su legado histórico?
— Son muchos. Se puede hacer un paralelo con la primera revolución francesa, la revolución clásica de la burguesía. A partir de la revolución francesa y la inglesa cambió el mundo de la sociedad feudal a la capitalista que tenemos hoy. La revolución rusa nace con una dificultad ontológica fundamental: Marx concebía como hipótesis que la revolución tendería a empezar por las naciones avanzadas del capitalismo. Pensaba en Inglaterra, Francia, Alemania. Rusia empieza con una aurora de un nuevo mundo y dentro de él una tragedia: cómo hacer una revolución en lo que se llamaba en esa época los eslabones débiles de la cadena imperialista. Una cosa es la revolución en el corazón del sistema de capital (como podría haber sido la Comuna de París en 1871) y otra en un eslabón débil, que Lenin visualizaba como punto de partida de una revolución de oriente para occidente. Esto no sucedió por acción del nazismo en Alemania, el fascismo en Italia y la onda conservadora. La consecuencia fue la circunscripción de la revolución en un solo país, y el socialismo en un solo país es una imposibilidad, así como es una imposibilidad el capitalismo en un solo país. Es por eso que Venecia en los siglos XV y XVI no instauró el capitalismo en Italia. A partir de la imposibilidad del socialismo en un solo país y de una tragedia en la historia, la muerte de Lenin y la consolidación de Stalin, convirtieron a la URSS en un proceso de contrarrevolución dentro de la revolución. La instalación de una dictadura en última instancia antiobrera, que terminó a fines de los ’80 y principios de los ¿90.
—Desde fines de los ’90 en América Latina surgieron experiencias que reivindican el Socialismo del siglo XXI. ¿qué opina de esos procesos?
— El socialismo es una idea fuerte, por más que la situación mundial sea muy conservadora, con una ampliación de lo que el gran sociólogo brasileño Florestan Fernandes llamó veinte años atrás una contrarrevolución preventiva global. Hay que pensar en el siglo XXI el socialismo. Venezuela, Bolivia, Ecuador son los que de algún modo se acercaron un poco a esta idea. Chile, no; Uruguay, no; en Brasil con Lula y Dilma ni una vez desde 2002 hasta 2015 se habló del Socialismo del siglo XXI. De esas experiencias la más osada fue la tentativa de Chávez, que vivió un momento muy difícil, fundamentalmente por dos elementos. Era una economía basada en el petróleo que, con la crisis y la caída brutal de precio, se redujo a mucho menos de la mitad. Por otro lado, existe en Venezuela la idea de un socialismo de inspiración en las comunas, que fue el último proyecto de Chávez, en relación a un gran problema que los socialistas latinoamericanos tienen que enfrentar: la personalización del liderazgo. Es un problema, porque la figura humana de Chávez murió y no se sustituye un líder si usted no tiene una fuerza popular que sea capaz de mantenerse por la fuerza colectiva. Es un problema del socialismo latinoamericano, pero siempre digo que si al capitalismo le llevó tres siglos volverse victorioso, nosotros tenemos un siglo y medio a nuestro favor. Nunca la sociedad capitalista fue tan destructiva, tan brutal, tan peligrosa, tan antihumana. El trabajo se torna un lujo. Esta es la tragedia mundial: los minijobs, el pago con vouchers; la uberización global del trabajo. Es un mundo muy destructivo, y eso es una fuerza para los descontentos, hace que la idea del socialismo no pueda morir. Hay descontento desde la China llamada socialista hasta los países de América latina.-
Mariano D Arrigo / La Capital