Surgen nuevos datos desalentadores para la economía de los Estados Unidos. Por qué el crecimiento no se deja ver. Una campaña electoral en medio de la crisis financiera.
Por Dante Caputo
Los Estados Unidos enfrentan la posibilidad de una recesión en 2013. Las estimaciones presentadas por la Oficina de Presupuesto del Congreso anuncian un crecimiento de 0,5% para el próximo año, lo cual, según ese organismo, “probablemente sea considerado una recesión”.
Los efectos exteriores que se producirían, no sólo en las cuestiones económicas, sino también en las políticas, serían graves. Dentro de los Estados Unidos, la tenue recuperación de estos últimos meses se desplomaría. El traslado de la recesión al resto de la economía mundial marcaría una época especialmente dura para la Unión Europea, la que no da ninguna señal de salida de su crisis. La recesión americana caería en Europa como un meteorito en medio de un incendio. De allí en más, las realimentaciones que se podrían producir quedan abiertas a la imaginación de lectores y actores.
La CBO, por su sigla en inglés, es un organismo federal bipartidista que depende del Congreso estadounidense. Su función es producir información y datos para los parlamentarios en materia presupuestaria. La agencia está pensada para dar a los parlamentarios los elementos estadísticos y de análisis necesarios para la mejor discusión del presupuesto.
Por un instante pienso en una oficina similar en la Argentina, un país donde los datos son objetados dentro y fuera de su frontera y donde dudo que pocos diputados tengan una idea de lo que se está discutiendo cuando llega el trámite de la aprobación del presupuesto.
Esta semana la CBO dio la señal de alarma. Su pronóstico sostiene que la combinación que se producirá a partir de enero, entre aumento de impuestos y reducción de gasto público, “sacará” de la economía alrededor de 600 mil millones de dólares.
Si estas políticas fueran modificadas por el Congreso, podría evitarse la recesión; pero, hacia el final de la década, el desequilibrio económico que se habría generado no sería menos grave. En otras palabras, hay que elegir entre costos inmediatos y costos diferidos. Conviene recordar que estos últimos llegarían precisamente en la época en que China se convertiría en la primera potencia económica mundial, lo que hace –en principio– poco recomendable tener una economía maltrecha.
La convergencia de estas dos políticas (más impuestos y menos déficit) tiene una historia relativamente compleja cuyo detalle no nos aportaría mayor claridad sobre lo que estoy describiendo. Más allá del origen, lo preocupante es lo que viene, futuro que los técnicos han denominado “el precipicio fiscal”. En rigor, ambas políticas tienen un tronco común: la reducción del déficit del presupuesto, que el año próximo debería disminuir el equivalente de 5,6% del producto bruto interno. Una disminución de esa dimensión no parece lo más aconsejable cuando se busca relanzar la economía.
Si la opción se mantuviera tal como está hoy, se producirían realimentaciones que agravarían aun más las consecuencias del precipicio. El comienzo de una recesión generaría una disminución en la capacidad de recaudación impositiva y aumentaría el desempleo, con el consiguiente incremento del gasto por el seguro de desempleo.
En cualquier caso, todas las posibilidades de salida dependen de las decisiones parlamentarias. El presidente de la Reserva Federal lo indicó con claridad: “Si esto sucede, no hay ninguna acción que pueda tomar la Reserva”.
La capacidad o incapacidad para no caer en el precipicio fiscal es política.
En el Congreso de Estados Unidos la situación está bloqueada. Los republicanos dominan la Cámara baja, los demócratas el Senado. A su vez, en un año electoral nadie se sentará a discutir estas cuestiones hasta la segunda semana de noviembre. Un mes y medio antes del precipicio.
Si las instituciones políticas resultan incapaces de resolver el desafío de la economía, el efecto no será únicamente económico. Estaremos frente a la debilidad del sistema político para resolver los dilemas de la economía. Sin duda, si sucediera algo así, vendrán soluciones pero no del mundo político y, menos aún, del de los electos. Más bien entrarán en juego los sectores poderosos de la economía que, no es necesario aclararlo, traerán la salvación que más les conviene.
Veríamos un cuadro semejante al que se desarrolló en Europa. Si las instituciones no actúan, los bancos de inversión se adueñan de las decisiones y de la acción.
No es menor, lector, el tema que estamos rozando. No estamos sólo frente a un panorama económico inquietante. También se insinúa algo aun más grave: el atraso de la democracia para resolver los desafíos de la economía.
El efecto más directo de esa asincronía es que la democracia en las sociedades económicamente desarrolladas perdería en dos frentes esenciales.
Por un lado, sería percibida por grandes sectores sociales como carente de capacidad para dirigir las crisis. La representación sufriría. Por otro lado, los sectores de poder económico concentrado verían una ocasión para reemplazar la decisión de los electos. El poder de las mayorías se debilitaría.
Los problemas de la democracia no se limitan al Sur. No son sólo las nuevas democracias las que deben enfrentar dilemas tales como hacer compatibles la libertad, la pobreza y la desigualdad. Las del Norte enfrentan el entumecimiento de sus instituciones y la amenaza de un poder que poco tiene que ver con las mayorías sociales.-
Publicado por Perfil