ONU: Efectos de un preocupante lugar en el mundo

01/10/2012 | Revista Norte

 

Las oportunidades perdidas

 

/ CITA EN LA ONU /  Por Dante Caputo / 

El resultado de la Asamblea General de las Naciones Unidas. La irrelevante agenda que mantuvo la Argentina: sólo hubo contactos oficiales con representantes de Irán y de Egipto. Efectos de un preocupante lugar en el mundo.

El debilitamiento del sistema multilateral de la ONU generó un desafío nuevo para la Argentina en su objetivo de lograr la perdurabilidad de su democracia, su soberanía y su crecimiento. El tercer martes de septiembre, la Asamblea General de las Naciones Unidas comienza sus actividades anuales con las intervenciones de los jefes de Estado o de gobierno de los Estados miembros.

La ocasión es utilizada para realizar encuentros bilaterales hasta el punto de que, a menudo, lo importante ocurre en los salones que rodean el recinto más de lo que acontece dentro de él. La relevancia de un Estado en el sistema internacional puede evaluarse por estas reuniones. En este sentido, la agenda de la delegación argentina es preocupante: Cristina Kirchner sólo se reunió con su par egipcio Mohamed Mursi. Conozco bien el funcionamiento de la Asamblea, la presidí entre 1988 y 89, y un indicador importante del vínculo mundial de un país es precisamente la intensidad de las agendas de reuniones.

La ebullición de estos días contrasta con la declinación política de la organización. Si bien varias de sus agencias mantienen una actividad intensa y por lo general útil, la tarea estrictamente política ha ido perdiendo relevancia. El peso de la comunidad de los 193 Estados que conforman las Naciones Unidas no se siente a la hora de tomar las decisiones internacionales. El Consejo de Seguridad, pieza central del sistema de seguridad colectiva, ha dejado de ser un actor relevante de la escena mundial.

Durante el breve período que siguió el fin de la Guerra Fría, el Consejo vivió su época de gloria. Se produjo un auge del multilateralismo. Las misiones de paz se multiplicaron, integradas por cascos azules bajo la bandera de la organización con una cadena de mando cuya cabeza era el Secretario General. En 1993 había más de cien mil cascos azules desplegados en una veintena de operaciones de paz en todo el mundo.

La primavera multilateral se interrumpió en agosto de ese año con los acontecimientos en Mogadiscio, Somalia, en los que 17 marines, miembros de la fuerza de la ONU, fueron muertos y arrastrados por las calles de la capital. La noticia impactó en Estados Unidos. Los republicanos atacaron al presidente Bill Clinton, quien iniciaba su mandato, usando el argumento que la mayor potencia del mundo dependía militarmente de los burócratas de las Naciones Unidas. Una caricatura mostraba a Clinton como un títere del secretario general Butros Butros-Ghali.

De allí en más se inició la pérdida de fuerza del sistema multilateral. Comenzaron las operaciones militares de coaliciones de países que sólo recibían la luz verde del Consejo de Seguridad, pero que no estaban bajo el mando del Secretario General. Lo que siguió fue llevándonos a nuestros días, en los que las Naciones Unidas han perdido relevancia política en el mundo.

La intrascendencia de su actual Secretario General refleja la realidad de una institución que alguna vez albergó la utopía de construir un gobierno mundial y asegurar la paz. El señor Ban Ki-moon no pasa el examen de la memoria. Trate, lector, de recordar una frase, un hecho, que vincule a este Secretario con los asuntos del mundo. Su irrelevancia es una expresión de la creciente pérdida de importancia de la organización y de la desaparición del sueño multilateral.

El poder del mundo no se discute en las Naciones Unidas. Las guerras y los genocidios no tienen mecanismo de contención, excepto el que pueda crear la conveniencia circunstancial de las grandes potencias. La lucha es de ellos, los muertos, de los otros.

No hay más que mirar la guerra en Siria para tener una prueba directa de la incapacidad de las Naciones Unidas. No hay ámbito para discutir la más elemental de las acciones de seguridad, evitar la guerra y la muerte de civiles. El sistema de seguridad se ha vaciado de acciones diplomáticas preventivas o de mediación, donde el uso de la razón y los argumentos lleven a los actores internacionales a evitar la escalada de las tensiones. Todo depende de la peor solución que hay en esta materia: el temor a la represalia. “No ataco porque pueden atacarme”.

Con estos cálculos al borde del precipicio, hace falta muy poco para que la amenaza se convierta en drama. La pérdida de importancia de las Naciones Unidas es un retorno al pasado, cuando sólo el equilibrio de poderes garantizaba la paz y la ambición anticipaba la guerra. Otra vez, el Estado pasa a ser el lobo del Estado.

En un mundo así, la construcción de una política internacional eficaz es una cuestión de supervivencia para Estados que, como el nuestro, no son potencias. Las alianzas políticas subregionales eficientes, desprovistas de demagogia, son una necesidad impostergable para sobrevivir en un sistema donde las reglas de juegos se reducen al ejercicio del poder y la amenaza.

Las alianzas subregionales deben evitar dos errores. El primero es tener únicamente el comercio como su tema central. En el período menemista se decidió que la relación con Brasil iba a ser básicamente de carácter comercial y no político. Se eliminó el colchón político, condenando la relación a los altibajos de la discusión comercial.

El segundo error es evitar los mecanismos complejos con grandes burocracias. Cuando creamos el Grupo de Río en los 80, la decisión era tener un mecanismo de coordinación y acción política de los Estados latinoamericanos entre presidentes y cancilleres, evitando en todo momento crear grandes aparatos burocráticos que le quitaran oxígeno político al proceso de integración.

Deberíamos concentrarnos en lo que tenemos y construir un potente Mercosur político. Esta estrategia implicaría, por lo menos, dos acciones: un fuerte y efectivo acercamiento con Brasil, que debe ser nuestro principal aliado, y una política fraternal y cuidadosa con Uruguay.

Tal como se encuentra el sistema mundial, alcanzar este objetivo es indispensable. De más está decir que una condición previa es poseer política exterior. En ese sentido, que el encuentro más relevante del canciller argentino en Nueva York haya sido con su par iraní es estremecedor. Pepe Eliaschev explica bien el porqué en sus artículos.-

 

Publicado por Perfil

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