Acaso es una consigna para alimentar el hueco de lo simbólico. Como aquella campaña del Hambre Cero que en 2010 armó una torre de polenta, arroz y fideos. Para engordar de hidratos de carbono a los pobres.
Es que el lomo no integra el hábito alimentario de la ciudadanía que lo desprecia por ser insípido, dice Luis Miguel Etchebehere, presidente de la Sociedad Rural y flamante integrante del nuevo gobierno administrado formalmente -o tras los cortinados- por los intereses sectoriales. En realidad, el lomo no se come porque es caro. Un kilo se lleva el 30% de una asignación por hijo. Por dar un ejemplo.
«La pobreza no es una elección. La pobreza es una imposición: te pone una pistola en la cabeza», decía Alberto Morlachetti, que desafiaba con su mano de dos dedos a los molinos de viento. Aunque terminara despatarrado entre aspas y golpes sistémicos, cada vez que le arrebataba un niño a la muerte se sentía un cíclope.
¿Será pobreza cero una consigna para alimentar el hueco de lo simbólico? Una marquesina azul con la cara intimidante de Evita que apunta a la 9 de Julio y nadie se anima a desmontarla. “La pobreza es dura, una cicatriz abierta», decía Alberto. Desde un lugar donde el cero es la nada misma. O es una gota oval de vinagre sobre la cicatriz.
El cero asociado a la pobreza ha sido una de las tres consignas de campaña del Presidente. ¿Para alimentar el hueco de lo simbólico?
La pobreza es una cicatriz, una imposición, un despojo ancestral, diez millones de personas o quince o quién sabe apilados en villas y asentamientos, saqueados de un capital cultural y social que los confina y que les arranca las oportunidades para engordar los morrales del quintil más favorecido. No sólo es perder el trabajo y tener que dormir en el hall de un banco en la city. Es, además, la poda de los sueños y de la esperanza. El goteo y la pérdida de toda posibilidad de promoción social, de cruzar el muro entre el arrabal y el centro, donde están incluidos los incluidos. La pobreza es un tanque oxidado. Pierde por sus fisuras, va dejando su huella de ilusiones en un derrame atroz, más peligroso que el petróleo en el mar.
“Hasta hace veinte o treinta años, la pobreza era fruto de la injusticia. Lo denunciaba la izquierda, lo admitía el centro, rara vez lo negaba la derecha. Mucho han cambiado los tiempos, en tan poco tiempo: ahora la pobreza es el justo castigo que la ineficiencia merece, o simplemente es un modo de expresión del orden natural de las cosas”, decía Eduardo Galeano. En tiempos de copamiento del Estado por parte de los gerentes de empresas (o Chief Executive Officer, CEO, porque el anglicismo siempre es más elegante) la eficiencia es crucial. La ineficiencia condena al ineficiente a la marginalidad. Porque, dicen los CEOS, en la partida están todos juntos. Detrás de la misma línea. No importa si tienen el mismo capital cultural, social, familiar y dinerario. No importa si algunos aspiraron plomo y absesto de niños o les cantaban los mirlos en la ventana, si les tocó la escuela de la villa o la privada del microcentro, si crecieron comiendo pan, polenta y arroz o frutas, verduras y cereales. Si papá juntaba cartones o se sentaba en la cabecera de una mesa larga, rodeado de hombres de traje con celulares Apple.
El que se quedó en mitad de la carrera perdió. Este mundo es para los exitosos.
El Presidente anunció la pobreza cero. Tal vez crea que depositando el Estado en manos de las grandes multinacionales, los gerentes utilizarán ese Estado para beneficiar a las multinacionales y, acaso, de esa mesa caerán restos del banquete para que consuma la base de la pirámide. El célebre efecto derrame que en los 90 no funcionó. Porque el día después del segundo triunfo electoral de Carlos Menem apareció, medio atontada, la cifra de desempleo (18%) que luego no paró de subir.
El Presidente piensa en urbanizar las villas. Para delinear una calle debe demoler edificios que crecen con pasillos de 50 centímetros en el medio, para evitar el crecimiento ya puso una tapa entre los carriles de la autopista Illia, cómo llevará electricidad, gas, colectivos, ambulancias, remises, cloacas. Cómo construirá millones de viviendas para que no tengan que apilarse en casas una sobre la otra, con el derrumbe asegurado.
La arquitecta Susana Merino hablaba, hace algunos años, de “contener la tendencia migratoria” desde provincias cuya inviabilidad fue decretada en su momento en otro gobierno gerencial y “revertir nuestro consuetudinario desequilibrio demográfico posibilitando el regreso de tantos forzados inmigrantes a sus lugares de origen”. Estaba convencida de que “todas las provincias argentinas celebrarían una decisión que las ayudaría a salir del centenario despoblamiento a que las ha condenado la concentración urbana metropolitana y el centralismo político económico del país”. Millones “han debido aceptar el alto costo del desarraigo a cambio de malvivir en los sucesivos cordones periurbanos”, sintetizó.
El sociólogo Javier Auyero habla de una fuerte presencia del Estado en esas barriadas. “El Estado tiene una presencia allí: aparece en la forma de un hospital público, de la sala de primeros auxilios, de la Asignación Universal por Hijo y aparece el Estado en su brazo punitivo -la policía- como una forma de regular la pobreza”. El disciplinamiento es metódico y cuidado. “No es que el Estado sólo ha estado mirando para otro lado: el Estado ha estado reproduciendo la violencia”.
La pobreza cero parece ser una consigna para alimentar el hueco de lo simbólico. Mientras las primeras medidas apuntan a que asome la verdad, subrepticia, detrás de las marquesinas. La caída de la mayor parte de las retenciones a la importación agraria. Sin que nadie explique cuáles serán las herramientas de recaudación si no se fastidia a los que manejan el capital real en un capitalismo que ya dobla y guarda la máscara de cordero.
Medida –la caída de retenciones- que no impulsa a los ruralistas a vender. Porque ahora lo esperan todo: la devaluación del 50% que, no bien se anunció, disparó los precios de los alimentos. Y activó la fábrica de pobreza más eficaz. Cuando regrese la devaluación, el dólar será competitivo, los agronegocios tendrán su fiesta y la pobreza probablemente sume un cero a sus cifras desquiciadas. Tal vez de ese cero hable la consigna.
Porque los desvelos del Presidente pasan por el cepo cambiario, el impuesto a las Ganancias, las retenciones al agro y la anulación brutal de los subsidios a la energía. Nada de eso es una herramienta de aniquilación de la pobreza. Sí de los pobres, a los que tal vez se empaquete en containers y se los empaste en un ceamse social de incierta ubicación. La desigualdad es la Ceo más exitosa en la tramitación de la violencia y la marginalidad.
“Casi cuatro (un 38%) de cada diez chicos que nacen en un hogar ubicado en el quintil más bajo de la pirámide socioeconómica (el 20% más pobre) permanece en esa condición el resto de su vida. En contraposición, sólo un 22% de los hijos de padres que están entre el 20% más rico de la Argentina sigue estando en ese «quintil» en su vida adulta”, según el estudio “Movilidad intergeneracional del ingreso”, de las economistas Mónica y Maribel Giménez (Universidad Nacional de La Plata (UNLP).
Habrá que ver dónde se ubica el cero a la hora de asociarse con la pobreza. Si elige la izquierda, seguirá siendo la nada, la consigna para alimentar el hueco de lo simbólico. Si se acomoda a la derecha, vendrá a engordar ese espacio que describía Alberto Morlachetti: “donde los que generaron millones de hambrientos, exasperados por su propia incapacidad para erradicar la miseria, optaron por erradicar a los pobres”.-
Silvana Melo. Periodista; Agencia de Noticias Pelota de Trapo (APE)