El contrincante de Obama en EEUU y su política exterior

03/09/2012 | Revista Norte

/ El mundo según Romney /

Por Dante Caputo. 

Cómo será la política exterior de Washington si triunfa el Partido Republicano. El imperio contraataca. Las críticas a Barack Obama. Qué podría pasar con América latina.

Mitt Romney ya es el candidato del Partido Republicano. La convención reunida en Florida consagró la fórmula y la plataforma partidaria.

En materia de política exterior, las propuestas reiteran las posiciones de sus antecesores republicanos en la Casa Blanca, a pesar de que las condiciones son notablemente diferentes. No existe la bonanza ni la Guerra Fría de la época de Ronald Reagan ni la capacidad de dilapidar recursos que tuvo George W. Bush. De forma que la amenaza del uso de la fuerza, que siempre planea como el último argumento de las posiciones de Estados Unidos, no es tan creíble como lo era antes.

Es casi un lugar común decir que nunca se debe amenazar si no se puede ejecutar la amenaza. Para un imperio, cometer ese error es extremadamente grave. Su capacidad de someter –condición sine qua non de los imperios– no sería creíble. Nada más peligroso para su sobrevida. El señor Romney puede mostrar el músculo, asegurar que mantendrá una política extrema con Cuba, Irán, Siria o quien fuere y que hará valer la supremacía estadounidense en el mundo. Pero, esta vez, todos saben que no será nada fácil hacerlo. Especialmente su compañero de fórmula Paul Ryan, ortodoxo de los equilibrios fiscales, es consciente de que su país no puede comprimir los gastos sociales para quemar billones de dólares en una guerra.

Elliot Abrams, quien probablemente ocuparía un alto cargo en un eventual gobierno republicano, afirmó hace diez días que éste es el momento para que el Congreso autorice el uso de la fuerza militar contra Irán para prevenir un ataque de Israel contra las instalaciones nucleares de ese país. ¿Ryan o Abrams?

Es sorprendente que, habida cuenta de los nuevos desafíos que el mundo plantea para Estados Unidos, las propuestas de los republicanos no se hayan sofisticado. Más bien, se simplificaron.
El tono heroico y épico domina las intervenciones de los delegados. No sólo en las palabras sino, lo que es más preocupante, en los contenidos. Se adopta el estilo de gesta, del retorno a las fuentes. Una y otra vez vuelve la apelación al llamado excepcionalismo estadounidense: “Dios nos hizo distintos para cumplir un destino único y específico. No somos iguales. Lo que vale para el resto no se aplica a nosotros”.

La plataforma en política exterior, por lo menos en su versión preliminar (la única disponible a esta hora), comienza declarando que el partido no sólo cree en la visión de Ronald Reagan de “paz a través de la fuerza”, sino también en “el excepcionalismo americano, la convicción de que nuestro país tiene un lugar único y un papel excepcional de la historia de la humanidad”.

Creo, lector, que el pensamiento práctico era una de las fuerzas que constituían la verdadera excepcionalidad de los estadounidenses. Digo bien “práctico” y no “pragmático”, palabra que se ha convertido en un discreto eufemismo de “amoral”. Pues bien, lo que se oye en esta convención nada tiene de práctico.

Uno tras otro los oradores se exaltan en una retórica simple, fundamentalista y desprovista de contenido. ¿Por qué están así? Mi impresión es que el partido de la práctica dura y que expresaba mejor que nadie las políticas de expansión del capitalismo comienza a manifestar los síntomas de la debilidad y de la decadencia. Dicen que volverán a ser un imperio, pero no dicen cómo; ignoran el desafío chino; la Guerra Fría terminó hace veinte años, pero se estremecen en el recuerdo de las políticas de entonces y proponen reiterarlas así, en América latina, jurando que terminarán con Fidel Castro. En un indicio de lo que podría esperar América latina, la representante republicana de Puerto Rico que venía a respaldar al señor Romney no pudo hablar, insultada por la audiencia: “Fuera, fuera”; “USA, USA”. Mientras tanto, en la campaña, Paul Ryan, el hombre formado en los números del presupuesto, afirma en su arremetida libertaria: “Nuestros derechos vienen de la naturaleza y de Dios, no del gobierno”.

El problema no es de dónde vienen sino quién los hace realidad. No veo a Dios aplicando las políticas públicas para asegurar el derecho a la vida, al salario decente, a la libertad de conciencia, a la palabra, al tránsito. Es más, no veo ni a Dios ni a la naturaleza asegurando la libertad de mercado ni resolviendo la crisis de la deuda. Sobre todo, desde el punto de vista del interés de Estados Unidos, no imagino al Señor dictando las políticas para restaurar el esplendor imperial. Para todo eso hace falta un sistema político y un gobierno. La pregunta que debería responder el candidato es, por tanto, qué debe hacer el gobierno para asegurar los derechos en lugar de interpelar a Dios.

En su editorial del jueves pasado, el Washington Post no fue indulgente con el candidato conservador. “El señor Romney y el señor Obama tienen visiones absolutamente diferentes sobre el rol del gobierno, pero caricaturizar la visión del presidente (como lo hace Paul Ryan) como ‘un gobierno planificador de vidas, donde todo es libre menos nosotros’ es un insulto a los votantes”.

Es un mal indicio que, nada menos que en su gran discurso, el hombre formado de la fórmula republicana falte a la verdad: denuncia al presidente Obama por el cierre de una fábrica de su ciudad cuando había dejado de funcionar bastante antes que asumiera el gobierno actual; critica a Obama por reducir el seguro de salud a los jubilados cuando su propio presupuesto alternativo proponía el mismo recorte.

Estos indicios dibujan una posibilidad preocupante. Si triunfara el dúo republicano probablemente tendríamos este panorama: mano dura sin contenido; la pretensión de liderazgo, con la consecuente retórica, pero sin la reconstrucción de las condiciones políticas y económicas que lo hagan real; la probabilidad de una fuga hacia delante, es decir, aumentar la apuesta para mostrar que el imperio contraataca, lo que siempre lleva a nuevas aventuras bélicas; una peligrosa y crecientemente difundida sensación de fracaso en la sociedad estadounidense.

Cuando es necesario un pensamiento nuevo sobre el futuro, los republicanos se refugian en la nostalgia; cuando es indispensable la imaginación creadora, se encierran en el fundamentalismo. ¿Cuánto tiempo dura un partido así? Y si dura mucho tiempo sin cambiar, ¿hacia qué extremos irá la sociedad que lo contiene?-

 

Publicado por Perfil

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Maximum one link per comment. Do not use BBCode.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.