¿Quién paga qué? No es lo mismo un sistema tributario que hace pagar a quien produce que aquel otro que grava a quien especula financieramente; tampoco es lo mismo cuando se grava a los salarios de los trabajadores mientras se permite que los beneficios empresariales de los grandes capitales apenas tributen.
Celag
Existe una vieja discusión en Economía sobre si los impuestos afectan positiva o negativamente al crecimiento y al desarrollo. La literatura académica en este sentido es muy vasta y variada; hay estudios para todos los gustos. Unos afirman que mayores impuestos perjudican la actividad económica, genera desempleo e incentiva la fuga de capitales. En cambio, otros, sí demuestran que la mayoría de países desarrollados tienen impuestos elevados y gozan de altos niveles de crecimiento y bienestar social.
Es imposible tener una única respuesta para tal dilema, porque todo depende de múltiples variables. Y entre las más determinantes está aquella que se centra en una cuestión muy olvidada por la Ciencia Económica dominante (la neoclásica), que sirve como base teórica para el modelo neoliberal: ¿quién paga qué? No es lo mismo un sistema tributario que hace pagar a quien produce que aquel otro que grava a quien especula financieramente; tampoco es lo mismo cuando se grava a los salarios de los trabajadores mientras se permite que los beneficios empresariales de los grandes capitales apenas tributen.
América Latina no está ajena a esta controversia, aunque sí es cierto que la mayoría de debates económicos en la región se centran más en la restricción externa, por el alto grado de dependencia de las economías locales con el sistema-mundo. No obstante, en tiempos de pandemia, con una economía global más que afectada y con mucha necesidad de recaudación interna para sostener un sistema sólido de salud, la discusión tributaria reaparece con mucha fuerza en la escena pública.
La región recauda poco, a pesar de lo que cacarean las usinas conservadoras y neoliberales. Los datos hablan por sí solos: la recaudación tributaria en América Latina supone el 23,1% del PIB para el año 2018, mientras que este mismo valor es del 34,3% para países OCDE o 40,3% para la Unión Europea. Existe, por tanto, mucho margen inteligente de recaudación para ganar en justicia social; y también en eficiencia.
América Latina necesita actualizar cuanto antes su obsoleta matriz de tributos en relación a los siguientes ejes:
A estos cuatro ejes deberíamos de añadir la lucha contra la evasión. Como afirma Nicolás Oliva en un texto publicado por Celag, “América Latina es el campeón mundial en ocultamiento de riqueza: el 27% de la riqueza privada está registrada en guaridas fiscales”. Es perentorio iniciar políticas efectivas que eviten esta hemorragia fiscal. Y en este ámbito, una de las prioridades es acabar de una vez por todas con el fenómeno de precios de transferencias (según Cepal asciende al 1,5% del PIB regional). Otro tema crucial es avanzar en la implementación del proyecto BEPS (Erosión de la Base Imponible y el Traslado de Beneficios), elaborado por la OCDE, para acabar con la evasión fiscal de las multinacionales.
En definitiva, es ahora el momento indicado para fijar las pautas de un nuevo consenso en materia tributaria en América Latina en pro de sintonizar con la economía que queremos y necesitamos, tanto para afrontar la pandemia como para todo lo que se vendrá después.
No hay Estado de Bienestar sin un sistema tributario que lo haga sostenible.