Cómo se enfrentan en Europa y Estados Unidos los debates sobre un modelo de país. Las diferencias con la Casa Rosada. El mensaje que se transmite y lo que se oculta.
Por Dante Caputo
Sabato decía que hay dichos comunes que contienen verdades esenciales. “No somos nada”, afirmación inevitable en todo velatorio, encierra en tres palabras una de las claves más importantes del destino humano. “No hay mal que por bien no venga”, resume la ineluctabilidad del cambio. Así, muchos lugares comunes contienen afirmaciones excepcionales. Muchos, pero no todos (Sabato no pretendía que su observación fuera universal).
Algunos afirman estupideces que, por ser tantas veces reiteradas, terminan consolidando creencias estúpidas. Por ejemplo, “las comparaciones son odiosas”. No, no son odiosas. Son incómodas, sobre todo cuando permiten ver rasgos propios que de otro modo permanecerían ocultos.
Sí, lector, es molesto compararse, ya sea uno mismo o la sociedad en la que se vive. No hablar del resto resulta útil. Por ejemplo, se puede mentir y lograr que muchos crean la mentira. Se puede engañar a una sociedad evitando mencionar cómo otros, con problemas semejantes, tomaron mejores caminos. Por eso, conocer y discutir lo que pasa en el mundo es, en buena medida, un reflejo de lo que nos sucede a nosotros. Miremos, sin perdernos en la historia, algunos de los hechos de esta semana. Verá que “conocer a los otros para conocerse a sí mismo” puede ingresar a la lista de las frases vulgares (por vulgo, no por grosera), ciertas y útiles.
En Francia, el presidente François Hollande dijo el miércoles que lo peor de la crisis en Europa está superándose. A pesar de que se puede discutir su optimismo a la luz de la situación española, lo más importante de su declaración no está en el diagnóstico sino en las metas que propone. “Europa va a fundar su unión política, hacia allí vamos y en esa meta pondremos todo nuestro esfuerzo. Esa será la condición de nuestra fortaleza.”
Hollande fija una meta, dice hacia dónde quiere llevar a su país, explica que lo que hará debe entenderse en función de ese objetivo mayor. En síntesis, da la razón de ser de sus políticas públicas. Lógicamente, habrá quienes compartan y quienes critiquen la opción, pero nadie debería decir que no entiende lo que pasa. Todos saben hacia dónde va Francia.
El presidente ya dio una batalla de la que salió victorioso cuando, en medio de la presión alemana para producir ajustes brutales en las economías europeas que están en la peor situación, planteó que sólo una política regional para promover el crecimiento podría hacer viable el saneamiento financiero. Sin crecimiento, sostenía, los ajustes fiscales terminarán generando explosiones sociales, pérdida de gobernabilidad y rupturas en el seno de la Unión Europea. Cinco meses más tarde, la Unión plantea el crecimiento como objetivo paralelo al saneamiento financiero.
El señor Hollande ha mostrado capacidad para moverse en las tormentas del poder y lograr el apoyo necesario para sus alternativas no convencionales. Además de lo importante del anuncio en sí, hubo un comentario interesante de un miembro del Parlamento francés. “Hollande nos dice adónde vamos y con eso está cumpliendo con una tarea básica del presidente: mostrar el norte a la sociedad que dirige, para que nadie sienta que las acciones se producen y caen sobre la cabeza de unos y otros, sin entender por qué”.
¿Alguien les explicó a los argentinos la razón de las medidas para controlar el mercado de cambios? No, nadie. Excepto, también esta semana, el señor Axel Kicillof, quien dijo a la población que estábamos embarcados en transformaciones estructurales de nuestra economía y que, por tanto, los procesos sustitutivos de importaciones y la industrialización requerían importaciones de bienes de capital que demandan, lógicamente, divisas. Por lo tanto, lector, el cuidado de las divisas es porque estamos reindustrializando a la Argentina.
Semejante noticia no fue anunciada por la Presidenta, ni siquiera por el ministro de Economía. Diez años después venimos a saber que el país ha entrado en una nueva fase sustitutiva y de reindustrialización por boca de un funcionario de segunda línea.
No hace falta explicar cuánto esta medida afecta la vida cotidiana de los argentinos ni tampoco subrayar la importancia que podría tener (si es cierta) para nuestro país. Industrializar la Argentina requiere de un enorme esfuerzo colectivo que debería empezar por la movilización política de una sociedad y de un jefe de Estado, explicando cuál es el norte.
Nada de eso pasó. Los hechos se producen sin que nadie sepa adónde conducen. La ignorancia del sentido del esfuerzo común terminará esterilizándolo.
Es útil compararse pero, insisto, es molesto.
El martes, los señores Barack Obama y Mitt Romney tuvieron su segundo debate. El presidente recogió la experiencia del primer encuentro. Esta vez estuvo claro y fuerte mostrando las contradicciones (eufemismo por mentiras) de su contrincante. En todo caso, en el marco de lo que estamos hablando, fue llamativa la calidad del debate y la información que ambos manejaban.
Los candidatos detallaron sus objetivos en materia de crecimiento, empleo, energía, finanzas públicas y seguridad social. Sobre todo, expusieron cómo pretenden alcanzarlos. Así, la cuestión impositiva –quiénes pagarán los costos de las reformas– estuvo, nuevamente, en el centro del debate.
No me imagino a ninguno de los presidentes(as) que nos gobernaron durante los últimos veinte años manteniendo una discusión de esa calidad. Ni Carlos Menem, ni Fernando de la Rúa, Néstor Kirchner o Cristina Kirchner podrían sostener un debate de esa naturaleza. Por eso, a diferencia de lo que hacen nuestros países vecinos, nunca se hicieron.
Esta semana fue un buen ejemplo de por qué los franceses y los estadounidenses tienen una idea de hacia dónde van sus países, el sentido de las decisiones de sus gobiernos.
Pueden discrepar totalmente con ellas, pero no pueden decir que las ignoran. Como imaginará, lector, discrepar sabiendo de qué se discute mejora notablemente la calidad del debate público, las propuestas de los políticos y, sobre todo, lo que sabe el pueblo. Cuando no se sabe lo que pasa, los argumentos dejan paso a los adjetivos y la realidad se transforma en una sucesión de presentes que carecen de sentido y finalidad.-
Publicado por Perfil