Argentina en un período de transición en el vínculo con Estados Unidos

31/08/2012 | Revista Norte

MENSAJES A BUENOS AIRES

En Washington ya no critican a la Argentina

El poder estadounidense cambió el tono con el gobierno de Cristina Kirchner. Fin de los chispazos. Las diferencias que se marcan con Chávez. Razones de un nuevo eje bilateral.

Por Dante Caputo

La política exterior de la Argentina tiene rasgos curiosos. Luego de un vínculo militante con los países del ALBA y los incidentes con Estados Unidos, se inició un período de cambios importantes aunque, llamativamente, poco notorios. Hoy, en la administración estadounidense, cuando se habla de nuestro país el tono y el contenido son otros. No se trata de una transformación súbita. Las señales se insinúan en lugar de imponerse, y conviven elementos de las dos etapas de las relaciones bilaterales. Pero existen suficientes indicios para pensar que estamos en un período de transición en el vínculo con Estados Unidos.

Pocos años atrás, los comentarios eran negativos, tanto en el Congreso como en el Ejecutivo. Recuerdo una conversación con un miembro de la administración en la que pasábamos revista a la situación latinoamericana, país por país. En la sucesión de casos, resultaba evidente que habíamos salteado la Argentina. Cuando estábamos concluyendo, el hombre, más bien maquinal y frío, cambió el tono. No diría que fue cálido, pero buscó cierta intimidad para decir: “Y está su país. Cuánto lo siento, qué tristeza”. No era habitual. Los funcionarios estadounidenses no dan las condolencias por la situación en un país. La describen, la critican y, en ocasiones, anticipan las furias que descargarán. Pero no ingresan al campo emotivo.

Seguramente, lector, recuerda los momentos más exaltados de ese período. Las reiteradas visitas de Hugo Chávez, los incidentes con George W. Bush en Mar del Plata, las duras recriminaciones al subsecretario para América latina, Arturo Valenzuela, tras sus inhábiles declaraciones y, finalmente, el episodio del canciller en la Aduana.

Sin darnos cuenta, este período se está cerrando. No hay declaraciones duras contra Estados Unidos, la cercanía con los presidentes más beligerantes de Sudamérica fue atenuándose, y las declaraciones en general de los funcionarios argentinos ya no están en la primera línea de choque. Ni en la segunda. Ya no hay chispazos entre nuestro país y Estados Unidos. Tampoco se oyen declaraciones de amor. La cuestión se hundió en el silencio. Lo llamativo es que del lado estadounidense, en las conversaciones, recojo explícitamente la misma impresión. Se dice abiertamente que la relación no es tensa ni inestable. No critican al Gobierno aunque tampoco cantan loas, con la excepción lógica de los personajes de la extrema derecha republicana que se dedican a América latina, los latinoamericanistas del “Tea Party”.

A diferencia de lo que suele suceder, nadie reivindica esta transición, no se dice que la relación ha mejorado considerablemente. Siempre había mucho ruido cuando la relación entre Estados Unidos y Argentina era tensa o, al contrario, muy cercana. En cambio, ahora es llamativo que el vínculo sea bueno y nadie quiera decirlo, sacar provecho de esto. Son cariños secretos.

Nuestro país es ambivalente en estas cuestiones. Los estudios de opinión muestran que estamos entre el primero y el segundo lugar entre los más anti-Estados Unidos en la región. Sin embargo, si recuerdo bien, en la época del presidente Carlos Menem no había mucho disgusto (puesto que fue reelecto) con la política de “relaciones carnales” que se practicaba entonces.
En todo caso, ésta podría ser la primera vez que hay una mejora sustancial en la relación y no se dice nada, o más bien se trata de que no se note. En este tipo de situaciones se reúnen los dos caras de la ambivalencia argentina. Por un lado, para un gobierno con el perfil del actual, con fuerte apoyo popular, que sin reivindicarse de izquierda sabe seguir su liturgia, no resultaría políticamente útil parecer cercano a Estados Unidos. Pero, por otro lado, el realismo peronista dicta que las malas relaciones con el Imperio hacen muy difícil gobernar. Si esto es así, se intentaría mantener la liturgia evitando la misa.

¿Cómo se llegó a este cambio? ¿Qué ganan unos y otros? Lector, sólo las conjeturas nos pueden ayudar, porque nadie nos dará una respuesta que explique sus intereses más profundos. Del lado argentino, no hay duda de que es más sencillo no tener conflictos con Estados Unidos. Pero ésa es una razón demasiado general. ¿Por qué ahora no tenerlos y antes sí?
Es difícil mantener una relación buena con los sectores empresarios y mala con Estados Unidos. La relación con esos grupos demanda ausencia de conflictos y fluidez en las relaciones bilaterales.

La cuota antioligárquica se cumple con los blancos selectivos que fueron elegidos, ya que, habrá observado lector, las declaraciones de altos dirigentes empresarios –a quienes naturalmente se ubicaría en el campo de la oposición– muestran que la alianza de clases sociales que interesa al Gobierno comienza a dar resultados. Por cierto, no todos migraron. Pero, sin ir más lejos, muchos de los que militaron contra el Gobierno por el tema de las retenciones lo apoyaron en las últimas elecciones. Estamos frente a procesos sociales paulatinos, a veces con marchas y contramarchas.

Es llamativo cómo este ciclo se asemeja a la primera presidencia del general Juan Perón. En 1952, cuando fue reelecto, obtuvo muchos más votos que en 1946. El sociólogo Darío Cantón estudió el origen de esos nuevos apoyos. Demostró que venían de los sectores conservadores que, en principio, debían estar en el campo adversario.

Por el lado de Estados Unidos, el interés se ha centrado estos últimos años en debilitar el bloque liderado en parte –no únicamente– por el presidente Chávez. Toda Sudamérica, excepto Chile y quizás Colombia, está gobernada por partidos de izquierda. Que una mayoría de países sudamericanos esté muy vinculada al ALBA no es aceptable para Estados Unidos. Es un objetivo estratégico interrumpir la expansión y revertir el proceso.
Resumiendo, el tipo de vínculo hacia el que transitamos conviene a la Argentina y a los Estados Unidos. Seguramente, la condición para el Gobierno es que todo esto suceda en un prudente silencio para que no sea objeto de noticias, infidencias ni debate. No conviene alterar los símbolos.-

 

Publicado por Perfil

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