Crecimiento del comercio exterior y redistribución del ingreso. Los modelos de inclusión social en Sudamérica. Por qué persiste la desigualdad. Venezuela como caso testigo.
Sudamérica bascula entre la posibilidad de encontrar un nuevo camino a su desarrollo social y económico o quemar una posibilidad única y retroceder con la restauración de gobiernos vinculados a los intereses minoritarios. Nuestros países viven una excepcional época para su comercio exterior. En Argentina, cuando algo similar se produjo, hacia fines del siglo XIX, se fundó un proyecto, oligárquico por cierto, pero que modificó totalmente al país. La inserción en el comercio internacional del país llevó a esta nación al sexto lugar de las economías del mundo. Fue medio siglo de crecimiento y transformación económica. Hoy nuestro país se ubica alrededor del puesto 40.
Los beneficios de esa expansión y ese desarrollo excepcional alcanzaron marginalmente a las mayorías sociales. Hoy, no sólo en Argentina, sino en todos los países de Sudamérica se da por primera vez el hecho de que un período excepcional para nuestro comercio exterior coincida con gobiernos de base popular.
¿Podrán las repúblicas populares hacer algo parecido a las trasformaciones que lograron las repúblicas oligárquicas? ¿Podrán cambiar nuestras estructuras de distribución de ingresos, nuestra base productiva, crear, en fin, una economía sustentable para todos, por el próximo medio siglo?
El principal desafío para un gobierno de base popular es lograr su permanencia en el poder. Aunque, vale la pena aclararlo, lector, la permanencia es para beneficio de esos sectores, no para el usufructo circunstancial del poder por los gobernantes.
En la Sudamérica de nuestros días los dos caminos están aún abiertos: malgastar la bonanza o fundar nuevas economías. Para tratar de alcanzar ese objetivo hay en principio dos modos: utilizar todas las estrategias posibles, incluidas las cuestionables, para controlar la voluntad general; distribucionismo, control de la oposición, propaganda sostenida, modos diversos de persecución, cambios institucionales para lograr la permanencia en el gobierno. El otro camino, que requiere más inteligencia y conocimiento que astucia, es crear en las sociedades las bases de sustentabilidad de un gobierno popular. Esta alternativa está directamente vinculada con un crecimiento sostenido, con evitar la tentación distribucionista que consume los recursos e impide los cambios estructurales. Para recorrer este camino se requiere que la economía regenere su capacidad de crecimiento, orientando sus beneficios a la mejora de los sectores menos beneficiados y crear, a la vez, un sistema político-institucional que sea inobjetable en sus decisiones.
Distribuir en época de bonanza, como único instrumento para lograr el apoyo político de los sectores populares, no es bueno para esos sectores. La plata se acaba y se termina perdiendo lo que se ganó. En cambio, en época de recursos abundantes, de crecimiento, crear las bases de una economía nueva, con reglas diferentes donde, por ejemplo, la especulación quede desplazada, aseguraría a los sectores sociales más necesitados la estabilidad y la duración de un gobierno que prioriza su bienestar.
Como decíamos en la columna de la semana pasada, el ex presidente Bill Clinton afirmaba en la convención demócrata que tener menos pobres y menos desigualdad no sólo tiene un sentido moral, sino económico. Las naciones son más fuertes y todos se benefician cuando la pobreza y la desigualdad se reducen.
En nuestra América, desafortunadamente nuestras democracias no han resuelto el problema. En los primeros veinte años, los niveles de pobreza fueron extremadamente altos, a menudo superando el 50%. La desigualdad, hoy como entonces, sigue siendo la mayor del mundo. Por lo tanto, la emergencia de gobiernos distintos de los que produjo la primera etapa democrática no debería sorprender. En un sistema donde se puede elegir a quienes gobiernan, no se ve por qué los electores seguirían votando por alternativas que en casi un cuarto de siglo, excepto por los beneficios generales de la democracia, no han cambiado sus vidas.
Hace un tiempo recogíamos en este panorama una frase del presidente Chávez, que sintetiza bien este fenómeno de decepción y búsqueda: ‘No soy la causa, soy la consecuencia’. El 7 de octubre las elecciones presidenciales de Venezuela nos dirán, seguramente, como siente la sociedad este largo período de la presidencia de Chávez. Por cierto eso se sabrá en la medida que el proceso electoral sea transparente, requisito que en varios de nuestros países tiende a deteriorarse.
Venezuela se benefició de un excepcional incremento del precio del petróleo. El país es el quinto productor mundial. Para este año, el valor de la exportación de petróleo será de aproximadamente 81 mil millones de dólares, un diez por ciento más que el total de las exportaciones argentinas.
Como es sabido, el petróleo permitió a Venezuela, mediante acuerdos de cooperación, tener vínculos estrechos con Cuba y numerosos países del Caribe, lo cual creó cierta masa crítica para su política exterior. También sirvió para los acuerdos de comercio y financieros con China. A pesar de los altos precios del petróleo el crecimiento fue mediano, con altibajos pronunciados. Desde que Chávez asumió la presidencia, hace 13 años, el crecimiento promedio de la economía fue de 2,5%, cifra que contrasta con la evolución del valor de las exportaciones. Las reservas monetarias han caído fuertemente en los últimos años, pasando de 42,5 mil millones de dólares a 25,2 mil millones.
Los indicadores sociales muestran un progreso notorio: en una década la pobreza pasó de 49,4% a 27,6%; la indigencia de 21,7% a 9,9%, y el índice Gini de desigualdad pasó de 0,50 a 0,41, con lo cual Venezuela es el país con menor desigualdad de la región.
A la vez, Chávez se lanzó en estos años a una política exterior activa que produjo una fuerte polémica continental. Un hecho mayor es su acercamiento a Irán, con la consecuencia de atraer las preocupaciones de seguridad regional de los Estados Unidos, lo cual – más allá de toda polémica sobre la materia–es un hecho preocupante. Siempre tuvimos graves problemas cuando los Estados Unidos nos vieron desde la óptica de la seguridad regional.
Chávez ha recibido fuertes objeciones en el manejo de la libertad de los medios y de la oposición y por el uso masivo de recursos públicos para la propaganda oficial. El 7 de octubre será una prueba que irá más allá de las polémicas que se desarrollan en torno al gobierno de Venezuela. Es un examen particular, porque se produce, como en la mayoría de los otros países, mientras el auge de los precios continúa. La prueba que tendrán varios países será cuando la bonanza desaparezca. Cuando quede en pie lo que pudo construirse en diez años de recursos excepcionales para la economía.
Los gobiernos populares que dejen economías débiles, sin capacidad para continuar la mejora social, habrán sido un fracaso para las mayorías sociales. No habrán sabido cumplir con su desafío, construir democracias sustentables.-
Publicado por Perfil