O si quizá sea mejor comenzar por la angustia con la que nos fuimos de Juárez luego de lo que vimos y por no saber qué hacer para aportar a modificar esa realidad triste.
No sabemos si para comenzar esta serie de notas deberíamos narrar la necesidad de hablar que tienen, que se tradujo en filas de personas esperando para que registráramos sus testimonios en cada barrio al que fuimos, casi como si fuéramos una campaña de vacunación, que seguramente también haría falta; tal vez sería conveniente volver a contar en detalles cómo es andar por todos lados con la policía rondándonos todo el tiempo para ver dónde íbamos y con quién hablábamos, pero no queremos tampoco que esa situación sepulte lo más importante: Cómo viven las personas que sobreviven allí.
Entonces volvemos a pensar si no conviene arrancar por el agua turbia que tomaban los niños y niñas para paliar lo que para nosotras era calor, y para ellos un invierno aliviador; o por la bronca que sentimos cuando confirmamos lo que ya sabíamos: que el juez Marcelo López Picabea, que debía estar de feria pero decidió subrogarse a sí mismo, ni siquiera respondió al pedido formal que hizo el abogado Daniel Cabrera para que pudiéramos ver a Agustín Santillán, que expresaba allí su voluntad por atendernos. No tiene ese derecho, uno más de todos los que le vulneran cada día que pasa en prisión, en su celda en la que ahora tiene el privilegio de contar con un baño, y ya no tener que juntar la mierda y la orina en un balde, como hasta hace unas semanas.
No nos da el alma para narrar la mirada de esa mujer a la que se le murió su hija por una enfermedad evitable, como casi todo lo malo que ocurre en las comunidades; o por la indignación que da ver cómo el cementerio ancestral está alambrado, porque tiene “dueño”, y si se te muere un bebé, que quizá no tenga DNI, lo tengas que enterrar en el fondo de tu casa porque en el cementerio municipal es un nadie.
Nos dan ganas de iniciar cualquier relato de nuestra corta pero inolvidable estadía en Formosa con el cariño, las empanadas y el dulce de naranjas agrias con que nos recibieron las compañeras y compañeros de la APDH; o por la preocupación constante que nos demostraron cada una de las hermanas y hermanos wichí, conociendo el peligro que implicaba pretender contar lo que vimos.
O con las hermosas artesanías que no nos dejaban comprarles porque nos las querían regalar. Podríamos empezar sonriendo por el recuerdo de las mujeres riendo como niñas cuando le pusieron a uno de nosotros el apodo de Polé, mientras nos explicaban que en su lengua quiere decir pelado.
Como no sabemos por dónde comenzar la serie de notas que iremos publicando, les dejamos la carta que nos envió Santillán cuando supo que ya no podríamos charlar cara a cara.
Carta de Agustín Santillán
«Hola amigos y hermanos. Les escribo esta carta desde la Alcaidía mixta de Las Lomitas por cumplir en esta fecha 3 meses de mi detención, solo pido a la gente que siempre están atentos a mi situación que me sigan ayudando en la difusión. Solo pido mi libertad, me acusan de cosas que no hice.
«El gobierno de Formosa me mete preso porque para ellos soy una amenaza. Al tenerme encerrado ya hacen lo que ellos quieren con las comunidades. Al que pide o reclama le dicen calmate o calla o te vamos a meter preso.
«Pido mi libertad porque si me pasa algo, Gildo y todos sus funcionarios son culpables. 3 meses cumple la guerra santa wichí y la policía de Gildo Insfrán.
«No como dicen los medios oficiales aborígenes contra criollos. Es la guerra santa wichí con policías de Gildo Insfrán».-
Atte. Agustín Santillán DNI 29011687
Fotos: María Eugenia Otero / Fuente: María Eugenia Otero y Fernando Tebele; www.laretaguardia.com.ar