Zafar del 18 y entrar por un tubo al 19

05/01/2019 | Revista Norte

2018 fue un año de gobiernos sombríos y poco espectaculares. Varios estuvieron atravesados por la crisis económica y el malestar de las vidas cotidianas. La capacidad erosiva de la crisis internacional desatada en 2008, la globalización y la posmodernidad fueron redefiniendo novedades y nuevos procesos culturales. En algunos casos éstos se desarrollaron al costado del orbe progresista y, en otros, al interior de gobiernos conservadores que lograron con cierta astucia –salvo en el caso mexicano- mantenerse en el poder.

Por Esteban De Gori / CELAG

Tanto las novedades de la región, como Mauricio Macri (Argentina), Mario Abdo (Paraguay) e Iván Duque (Colombia), que venían expresar renovaciones y representaciones de nuevas demandas y deseos, tienen magros y en algunos casos malos resultados económicos. Pero todavía conservan a su favor un apoyo de los beneficios y sensibilidades culturales de un conservadurismo que ha logrado adhesión en el elogio de las desigualdades y las diferencias, en la impugnación de lo colectivo o público y en suscitar ese pasaje inmediato de los deseos privados al espacio público sin mediaciones. Ello lleva, en muchos casos, a la reivindicación de la violencia, la homofobia, la discriminación y la violencia de género. Se trata de un conservadurismo que ha mantenido una relación ambivalente con algunos procesos globales, sobre todo, con la expansión de libertades, la reivindicación de los nacionalismos o con respecto a fenómenos colectivos como la migración. Comienza producirse con un énfasis extendido en una reivindicación de la fuerza. No sólo del paradigma securitista sino de la fuerza como condición previa para la creación y sostenimiento del orden.

A su vez, los progresismos latinoamericanos estuvieron atravesados por severas crisis económicas –como Venezuela-, por una gran convulsión política -como Nicaragua- o han menguado sus apoyos iniciales, como sucedió con el Gobierno de Evo Morales. Bolivia y Argentina se meten en un 2019 en el que la batalla por la Presidencia asumirá en los dos casos una mayor beligerancia electoral. Ni Macri y ni Evo –por razones diferenciales y considerando propuestas políticas polares- lograron ampliar sus mayorías electorales. También estos gobiernos progresistas fueron impactados por expectativas ciudadanas, por reivindicaciones sociales, religiosas e individuales que a veces no pueden metabolizarse en administraciones que tengan una percepción de la política anclada en retóricas vinculadas a las nostalgias de lo colectivo y de lo público, propias de las experiencias modernas. La construcción de lo colectivo, que antes suponía el ABC del progresismo y era aplaudido por ello, hoy es percibido en algunos casos como imposición.

Por ahora, el conservadurismo ha tenido mayores virtudes para sobrevivir a los embates de la globalización. El individuo construido culturalmente como ser concreto, con intereses y percepciones diferenciales, desprovisto de anclajes en lo colectivo o en lo estatal, parece ser la última ratio electoral y de escucha del conservadurismo. Éste pasó de la entronización de lo orgánico y de la nostalgia por los viejos regímenes a la afirmación de un individuo –materializado en deseo económico, político, religioso- como reaseguro político.

2008, el año de una crisis brutal, abrió malestares profundos en el corazón de la democracia. Diez años después todos los gobiernos –con mayor o menor legitimidad- debieron realizar esfuerzos ingentes para sostener sus administraciones y no ser estragados por lo económico o por la inestabilidad política (como el caso peruano).  Sobre todo, ante perspectivas poco alentadoras para los precios de las materias primas y las previsiones de crecimiento.

A finales de 2018 América Latina cerró con dos propuestas electorales exitosas: Jair Bolsonaro y Andrés Manuel López Obrador. Ambos expresaron agotamientos y fatigas sociales de sus propias sociedades y sobre sus clases políticas. La vuelta del PRI, luego de la victoria del PAN al mando de Vicente Fox, no resultó eficiente para recuperar su hegemonía, y muchos menos ampliarla. Pasó todo lo contrario. El Gobierno postlulista de Dilma no logró estabilizarse ni aceitar no sólo una realpolitik que la mantenga al mando de la Presidencia, sino un movimiento con capacidades de defender o apoyar su gestión. Dilma entró de la mano de Lula y se fue con un escaso capital político y electoral que se observó en las últimas elecciones.

Las democracias postcrisis de Leman Brothers y con una crisis internacional aguda no soportaron la escasez, la corrupción, ni la puesta en duda de ascensos sociales que se dieron en Brasil, y mucho menos soportaron la continuidad de propuestas excluyentes o hiperprecarias, como la que había continuado y afirmado Enrique Peña Nieto en México.

El triunfo de Bolsonaro y la legitimidad antipopulista y antiigualitarista abre un debate sobre las propuestas políticas que se inscriben en una plataforma democrática y sobre cómo se articulan los poderes territoriales para movilizar votos. El apoyo que suscitó su conservadurismo se logró a través de formas de integración que no fueron exclusivamente diseñadas por el Estado ni el mercado.

Es importante resaltar que existen conservadurismos que se han configurado a partir de cada realidad nacional en perspectiva con los sucesos globales. Entre Macri, Bolsonaro, Duque y otros existen diferencias relevantes, pero poseen algo en común: aprovecharon las erosiones que se autoinfringieron los propios progresismos, construyeron sobre sus debilidades o lograron poner en crisis a los mismos. En este sentido, Andrés Manuel López Obrador se presenta como una trayectoria alternativa a un conservadurismo que reivindica la desigualdad, la discriminación y las precariedades de la vida cotidiana como parte de una situación destinal o individual. Que debe lidiar con la figura y lo que ésta representa, tanto la de Trump como la de Bolsonaro.

2018 fue un año poco espectacular, un poco sombrío, algo aburrido. La mayoría de los presidentes se dedicó a salvar y reconducir sus administraciones hasta que Bolsonaro encontró redefiniciones del conservadurismo brasileño y regional, y Andrés Manuel López Obrador abrió un sendero al interior del alicaído progresismo latinoamericano, el cual debe repensarse en tanto las sensibilidades conservadoras y su amplio espectro tienen éxito, inclusive, con panoramas económicos poco alentadores.-

Revista Norte publica este artículo con el permiso de CELAG

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