Una visión histórica sobre las últimas décadas de abandono de Orán

27/05/2013 | Revista Norte

Ese bagayero es nuestro

   Gerardo Gabriel Tercero, el bagayero, fue asesinado el sábado de un disparo. Ocurrió al toparse con una patrulla de gendarmes mientras ingresaba mercadería desde Bolivia a Orán. Esa muerte indignó a muchos, pero también alivió a los que entienden que lo ilegal se combate así: a los balazos. (Daniel Avalos)

El siguiente comentario a una nota sobre esa muerte aparecida en El Tribuno, lo confirma. Decía así: “Señores y quién se acuerda de la situación de mierda que tuvieron que vivir los gendarmes secuestrados, tomados de rehenes por esa multitud incivilizada?? (…) pero no se olviden los gendarmes hacían su trabajo por el bien de toda la sociedad, los otros CONTRABANDEABAN…” (sic). Los que así piensan suelen ser los mismos que identifican a personas como el muerto con seres peligrosos. Potenciales victimarios de la gente decente. Ocupantes malvados y hasta inhumanos que, proviniendo de las orillas, han invadido las ciudades para convertir en invivible lo que alguna vez, dicen, fue hermoso. Los que así piensan, en definitiva, no condenan el crimen. Para ellos la cuestión no pasa por el tema de la mano dura o la ejecución sumaria, sino por el hecho de si ellos quieren sentirse seguros o no. Y como lo que quieren es lo primero, creen conveniente obviar algunas cosas. Reflexionar sobre cómo debe combatirse lo ilegal es una de esas cosas. Preguntarse sobre las causas profundas que arrojan a muchos a lo ilegal es otra de esas cosas.

Y entonces uno reacciona. Entre otras cosas, porque es absurdo dejar que ciertos prejuicios se disfracen de sentencias morales edificantes. De allí que estas líneas no pretendan ir al encuentro de los ejecutores del crimen, ni de los que pretenden disculpar a ese crimen para recuperar un supuesto orden perdido. Quieren ir al encuentro, sí, del joven asesinado. Carecemos, sin embargo, de testimonios directos que nos permitan reconstruir retazos de esa vida. Y por eso apelamos a ciertos datos sociales de Orán. Son las estadísticas y la historia de ese departamento las que pueden revelarnos algunos secretos de ese joven que, al morir, tenía 20 años. Había nacido dos años después de que el censo de 1991 informara que allí residían 100.475 hombres y mujeres. Años en donde una nueva era económica neoliberal se consolidaba en el país y en la provincia. Por eso, justamente, el año de su nacimiento era el mismo en el que uno de los hombres más ricos de Orán firmaba, como ministro de Roberto Augusto Ulloa, un decreto que dejaba sujeta a expropiación la estatal Salta Forestal. Era el decreto 60 del 23/01/93. Y el millonario oranense es el actual ministro de Gobierno de Urtubey: Julio César Loutayf. En ese mismo año de 1993, los trabajadores de todo el país de la YPF privatizada quedaron reducidos a 5.600, luego de haber llegado a 51.000 (Svampa Maristela: “Entre la ruta y el barrio”. Edic. biblos, 2003). Miles de esos 45.000 cesanteados pertenecían a los departamentos de San Martín y Orán. En 1996, cuando Gerardo Tercero tenía tres años, desembarcó en su tierra la poderosa multinacional Seaboard Corporation. Un monstruo con inversiones en EEUU, Canadá, Sierra Leona, Guyana, Nigeria, Liberia, Ecuador y países del Caribe y América Central. Que poseía, además, dieciséis sedes en trece estados norteamericanos, dos en Canadá y otras en México, Honduras, Guatemala, Nicaragua, Costa Rica, Panamá y en países del Caribe y África. La esplendidez misma del Poder llegaba, sin embargo, para demostrar que la asombrosa tecnología que puede producir para millones de hombres y mujeres, se caracterizaba también por expulsar mano de obra. La hipermodernidad de pocos a costa de la precarización de muchos. El mundo, entonces, en que ese niño empezaba a vivir era muy otro al de sus mayores. Si antes era la explotación de estos últimos la que garantizaba la opulencia de los pocos, ahora esos pocos aliados con los de afuera habían descubierto que para acumular más ya no precisaban sólo de la explotación, sino también de la exclusión. Una preocupación nueva se imponía entonces entre los ricos: dónde colocar a los hombres y mujeres que sobraban. Los desplazados eligieron ir a las rutas. No había otra. Privados de la huelga y de su capacidad de influir en el proceso productivo por ser desempleados, optaron por obstaculizar la circulación de mercancías cortando rutas. De los 220 cortes registrados en Salta entre 2001 y el primer cuatrimestre de 2002, Orán era el escenario más importante después de Tartagal y Mosconi (investigación de Osvaldo Ovalle del Centro de Estudios Nueva Mayoría, citado en Política y Cultura Nº10. Julio del 2005, pág. 13). Por entonces, el censo 2001 determinó que Orán contaba con 124.027 habitantes. Gerardo Gabriel Tercero era uno de ellos. Puede, incluso, que haya sido uno de los 595.000 salteños (55,9%9) que vivían por debajo de la línea de pobreza o hasta uno de los 187.000 indigentes de la provincia (documento del Indec “Incidencia de la pobreza y de la indigencia en los aglomerados urbanos”. Octubre de 2001. Información de prensa. Buenos Aires, 25/4/2002)

No habría que descartar que, a esta altura del escrito, ciertos fascistas silvestres amigos de las verdades simples y absolutas, de esas que reducen las realidades complejas en titulares de entre diez y veinte palabras, que suelen sentenciar que los pobres son pobres porque así lo quieren y que los mismos son además muy peligrosos… sientan que lo hasta aquí expuesto es pura jactancia del zurdaje. No importa. Nadie puede impedirles que piensen así, aunque tampoco nada nos impide a nosotros ver en ellos a unos pobres tipos. De esos que buscan eliminar a los emergentes del desquicio en vez de pensar y arremeter contra las causas profundas de ese desquicio. Por eso vamos a insistir con lo que algunos puedan considerar petulancia. Decir, por ejemplo, que cuando el bagayero del que hablamos se acercaba a su mayoría de edad, un nuevo censo lo ubicaba como uno de los 138.879 residentes en Oran. Que indudablemente formaba parte de alguno de los 31.859 núcleos familiares registrados que habitaban 29.100 viviendas. Más difícil es asegurar otras cosas. No sabemos, por ejemplo, si habitaba alguna de las 22.436 casas o algunos de los 562 departamentos, porque sospechamos que él se hacinaba en unos de los 2.164 ranchos registrados por los censistas, o en alguna de las 3.588 casillas u otras unidades habitacionales precarias en donde suelen vivir aquellos que, en algún momento de la vida, sí odian a esa sociedad que en vez de cobijarlos se convirtió en espectadora cómplice de ese espectáculo cruel, irracional y generalizado por medio del cual a muchos se los priva de las cosas más esenciales de la vida. Podemos dar cifras de ese proceso en Orán a partir del mismo censo 2010: el 78,39% de los hogares (24.974) no posee computadoras; el 82,32% (26.226) no cuenta con línea telefónica; el 4,38% de la población mayor de 10 años (4.714 sobre un total de 107.387) es analfabeta; otro 34% de los hogares (10.082) habita en ranchos y casillas sin descarga de agua; mientras el 23% de esos mismos hogares (7.355) carece de heladeras. Sí, de heladeras…justo allí, en donde el calor y la humedad se ensañan con los alimentos y que incluso, para muchos, es lo que provoca los malos humores y las rabietas propias del oranense.

Orán es, en definitiva, una típica ciudad del Tercer Mundo: una elite rica y reducida en la que está Loutaif y Lara Gros, una clase media estrecha y una sobredimensionada mayoría de pobres de donde provenía el asesinado. Gerardo Gabriel Tercero no murió por bagayero. Murió por pobre. Fue esa condición lo que lo empujó al bagayeraje, al que difícilmente alguien, con posibilidades de desarrollarse plenamente, elija como ocupación. Ocupación esta que solo puede darse en una localidad de frontera. Una frontera, además, caliente. En donde la porosidad de los controles tiene décadas de existencia porque representa cientos de kilómetros que separan a países también pobres con déficits estructurales para controlarlas. En donde el narcotráfico, incluso, hace uso de esas falencias y ha logrado algo siniestro: reclutar en sus filas a miembros de las mismas fuerzas del Estado que deberían combatirlos. Las noticias de la semana lo confirman. Empezó el juicio a los narcopolicías Gabriel Giménez y Carlos Gallardo. Dos cuadros policiales importantes, que dirigían una división estratégica de la fuerza y cuya misión consistía en emplear los recursos del Estado para centralizar información que debía usarse para combatir la actividad en la que ellos mismos terminaron involucrados.

Pero volvamos a Gerardo Carlos Tercero. Y volvamos porque no era un peligroso narcotraficante; tampoco un asesino brutal, un violador o un violento asaltante. Era, sí, un bagayero de 20 años, que vivía en un asentamiento de seis manzanas que reúne unos 270 ranchos, que probablemente podía contrabandear desde Bolivia artículos de limpieza que en ese rancho no siempre podía usar por falta de ese aliado fundamental en la lucha contra la mugre que es el agua, y que, desde hacía un año y algunos meses, era padre de un niño. No sabemos el nombre de ese niño. Pero debe ser como todos los de esa edad: llora cuando lo asalta el hambre o el frío, tiene sus berrinches, hace pis, también caca, se cae al caminar, inventa sus propias ocurrencias, las celebra. En definitiva, es un niño como cualquier otro, aunque para el muerto era único e incomparable. Por la sencilla y poderosa razón de que su papá era él, Gerardo Gabriel Tercero: el bagayero, el ilegal, el asesinado por un arma legal que, en el momento mismo que escupió el balazo letal… confirmó una vez más el fracaso de la política provincial que, preciándose de moderna, solo profundiza la precarización, el desempleo, la violencia irracional y una sociedad llena de odio.-

 

Cuarto Poder

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